Nota mental. Yendo del Zoom al salón: las nuevas charlas en grupo
La importancia de las conversaciones informales y los nuevos clubes o comunidades digitales en torno de un interés común que buscan formar lazos placenteros, a pesar de las cuarentenas
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En la psicología cognitiva hay un consenso sólido sobre cuál es el número máximo de participantes que debe tener una conversación informal para salir bien: no aguantamos más de cuatro. Apenas se suma un quinto o sexto miembro a nuestra charla, tendemos a disgregarnos en grupitos más chicos.
La dinámica fue corroborada en fiestas, recreos, el comportamiento antiguo de los primates y las obras de Shakespeare. Hay distintas hipótesis para explicarla. Algunas hablan de nuestra capacidad para procesar lenguaje, otras –como el trabajo de Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford– de los límites que tiene nuestro cerebro para comprender lo que está pasando en el cerebro de los demás: sus necesidades, intenciones, deseos.
Saberlo sirve para evaluar si meterse o no en una charla, ahora que vuelven las reuniones sociales y tenemos que reentrenar nuestras habilidades. Si el grupo se rompe apenas nos unimos, conviene recordar que el problema no es uno, sino los límites cognitivos del cerebro humano. Siempre es útil tener un chivo expiatorio.
La pandemia alteró nuestra forma de conversar en grupo. Perdimos buena parte de las charlas informales con extraños. Quedamos confinados al intercambio dentro de la burbuja familiar o las videollamadas en contextos muy reglados, como una reunión o una clase.
Sin embargo, la conversación más relajada es parte central de nuestra evolución como especie. Un ámbito que –dice Dunbar– nos sirve para entender cómo funciona el mundo mucho más que la mera observación.
Sin embargo, la conversación más relajada es parte central de nuestra evolución como especie. Un ámbito que –dice Dunbar– nos sirve para entender cómo funciona el mundo mucho más que la mera observación.
Tal vez por eso, en plena pandemia, florecieron proyectos que buscan –en la conversación grupal– compartir conocimiento y formar lazos placenteros, a pesar de las cuarentenas. Son clubes o comunidades digitales organizadas alrededor de temas de interés común. Ninguno respeta el máximo de cuatro participantes por grupo, pero rescatan el espíritu libre y descontracturado de ese tipo de intercambios. Algo a mitad de camino entre la charla copa en mano de una fiesta y las celdas cuadriculadas de Zoom.
Interintellect es tal vez la plataforma que mejor responde a este modelo. Ofrecen encuentros sobre temas predefinidos, en vivo, sin grabar, que buscan ser “divertidos, pacientes y estimulantes”. Esta tarde se juntan en el Central Park para su primera reunión presencial.
En plena pandemia, florecieron proyectos que buscan –en la conversación grupal– compartir conocimiento y formar lazos placenteros, a pesar de las cuarentenas. Son clubes o comunidades digitales organizadas alrededor de temas de interés común.
Más cerca, y ahora totalmente virtual, Instituto Baikal organiza encuentros sobre filosofía, finanzas, tecnología, arte, literatura y creatividad con el espíritu de estimular el conocimiento, el disfrute y el aprendizaje aplicado. Como dice uno de sus profesores, Marcelo Rinesi, “lo único que hace falta para hablar de algo es amarlo y conocerlo y la única razón o excusa que necesitamos para escuchar y pensar es tener curiosidad”.
Boske, una plataforma lanzada en plena cuarentena dura de la Argentina, ofrece compartir conocimiento sobre tecnología (en particular blockchain), impacto social y finanzas. Es de acceso gratuito y se presenta con una pregunta: “¿Podemos hacer que el aprendizaje sea desobediente, marginal, periférico, relevante, rebelde, anárquico, nómade, micro revolucionario, espontáneo, autónomo, alegre?”.
Para lograrlo usan Discord, un servicio que nació como espacio de intercambio para gamers y –pandemia mediante– se popularizó en otras comunidades. Algo similar pasó con Slack, una plataforma para chatear entre grupos de trabajo, que se convirtió en una alternativa para quienes comparten intereses, no necesariamente laborales.
Tanto Discord como Slack se organizan en canales temáticos. Manda el tema de conversación. Es muy distinto a lo que pasa en los grupos de WhatsApp, que suelen responder a las características comunes de sus miembros (padres de un grado, miembros del consorcio, familiares) o en las redes sociales, donde los grupos son poco relevantes, las intervenciones más individuales, y mezclamos temas a gusto.
Hace poco supe que los franceses –en estas nuevas plataformas– no hablan de canales (o channels, en inglés) sino de “salones”. Parece más apropiado. Después de todo, así se llamaban los encuentros que, en los livings de las casas o los cafés, se organizaban a fines del siglo XVIII en Viena y que, según el filósofo Jürgen Habermas, fueron la raíz del debate público actual. Esas conversaciones –decía Habermas–, abiertas, participativas, racionales y libres, son la semilla de la sociedad civil y, en última instancia, de la democracia. Si la pandemia nos deja con más de eso, hizo un buen aporte a todos nuestros grupos.
Directora de Sociopúblico