Nota mental. Votar con el cerebro, votar con la tribu
Es probable que nuestro voto del domingo haya sido menos racional de lo que creemos, y más gobernado por la posición de nuestra tribu, el influjo de los extremos y la aversión al bando rival
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Todos tenemos una opinión y el domingo pasado la expresamos en las urnas. Revisamos las propuestas de cada candidato, sopesamos su conveniencia y llegamos a una conclusión lógica que nos definió por una boleta... ¿O nada que ver?
La psicología cognitiva y las neurociencias demostraron de forma consistente que somos mucho menos racionales de lo que creemos al tomar decisiones políticas (y, para el caso, cualquier otra decisión). Desde los años 70, cuando Kahneman y Tversky empezaron a estudiar nuestros sesgos, sabemos que el cerebro es poco afecto al razonamiento lógico y muy solícito, en cambio, para tomar atajos que lleven a conclusiones rápidas, muchas veces equivocadas.
Pero además en los últimos años, con la preocupación por la desinformación y la grieta, la investigación sobre por qué apoyamos ciertas posiciones se intensificaron. Hoy tenemos nueva evidencia sobre lo que sospechábamos: somos bastante irracionales para pensar la política.
Pero además en los últimos años, con la preocupación por la desinformación y la grieta, la investigación sobre por qué apoyamos ciertas posiciones se intensificaron. Hoy tenemos nueva evidencia sobre lo que sospechábamos: somos bastante irracionales para pensar la política.
Como muestra, hay tres investigaciones muy recientes del laboratorio de neurociencias de la Universidad Di Tella que dirige Joaquín Navajas. Dos de ellas aún no fueron publicadas y van como anticipo en esta columna, justo a tiempo para analizar nuestro voto.
El primer trabajo –el único que ya circula, realizado en colaboración con el BID, el Conicet y la universidad de Maryland– analizó el apoyo de los ciudadanos a las medidas de los gobiernos para enfrentar la pandemia en la Argentina, Uruguay, Brasil y Estados Unidos.
Los investigadores encontraron que no existe ninguna correlación entre la gravedad que le atribuimos a la pandemia –medida según cuántas muertes creemos que van a haber– y el apoyo a medidas como la cuarentena o el cierre de fronteras. En la Argentina y Uruguay los oficialistas pensaban que habría pocas muertes y pedían políticas más duras, y los opositores al revés. Todo bastante contradictorio. Además, los oficialismos de ambos países son de distinto signo político, de modo que las opiniones no se explican por ser de izquierda o derecha, sino por defender al presidente o partido que nos simpatiza. La bibliografía se refiere a esto como “tribalismo partidario”: nuestra inclinación a apoyar todo lo que apoye nuestro grupo, independientemente de cualquier análisis o evidencia.
El segundo experimento encabezado por Navajas preguntó a los participantes cómo se sentirían si uno de sus hijos fuera militante del partido opuesto al propio. Es decir, padre macrista con hijo kirchnerista o a la inversa. La perspectiva produjo tristeza en todos los bandos. No cualquier tristeza, sino una de mayor intensidad que la alegría que produce tener un hijo con la misma orientación política.
El tercer estudio encontró que no solo nos caen bien los que pertenecen a nuestra tribu y piensan parecido a nosotros –algo que ya era una verdad aceptada para explicar la grieta–, sino que nos gustan aún más los que tienen opiniones más extremas y consistentes que nosotros.
Aún más interesante, hicieron la misma pregunta pero con Boca-River y resultó ser que la alegría por tener un hijo de nuestro mismo equipo es proporcionalmente más fuerte que la tristeza que nos provoca un hijo del equipo contrario. En palabras de Navajas, “muchas veces se dice que la política es como un Boca-River, pero esto muestra que es peor. En el fútbol hay una grieta dominada por el amor a la propia camiseta; en política, por el odio a la contraria”.
Para sumar a todo esto, el tercer estudio –hecho entre miles de participantes de eventos TEDx Río de la Plata y TEDx Porto–, encontró que no solo nos caen bien los que pertenecen a nuestra tribu y piensan parecido a nosotros –algo que ya era una verdad aceptada para explicar la grieta–, sino que nos gustan aún más los que tienen opiniones más extremas y consistentes que nosotros.
Según el estudio, que pronto será publicado con la firma de Navajas junto a Mariano Sigman, Federico Zimmerman, Gerry Garbulsky y Dan Ariely, los ciudadanos moderados –que apoyan algunas medidas del gobierno y otras de la oposición– se sienten atraídos por los que tienen opiniones más unívocas. Lo midieron con un cuestionario estandarizado de atracción interpersonal, donde la gente reporta si alguien le parece interesante, inteligente y honesto. Esto no es recíproco: los más consistentes y extremistas muestran menos aprecio por los moderados. El hallazgo podría aportar una pista para entender por qué el espectro político parece estar ampliándose hacia las puntas. En la elección del domingo, en la ciudad de Buenos Aires, Javier Milei, Myriam Bregman y Luis Zamora sumaron un 27% de los votos.
Es probable entonces que nuestro voto del domingo haya sido menos racional de lo que creemos, y más gobernado por la posición de nuestra tribu, el influjo de los extremos y la aversión al bando rival. Como el Argentina-Brasil del martes, aunque al parecer más virulento.
Directora de Sociopúblico