Nota mental. VAR, apps y después: la era de los asistentes virtuales
¿Estamos dispuestos a delegar algunas responsabilidades en los algoritmos? ¿Cuáles y para qué?
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Hace años que en tecnología se habla de centauros: humanos mejorados por inventos digitales. Máquinas que no nos reemplazan, nos complementan.
Miremos el VAR, como venimos haciendo en masa en cada partido del Mundial. Es el ejemplo perfecto. Nació para suplir una deficiencia humana. Una investigación publicada en Nature en 2000 mostró que hay limitaciones ópticas para que un réferi pueda detectar correctamente una posición adelantada. Otro trabajo, del médico español Francisco Belda, explica que es imposible para el ojo y el cerebro de una persona procesar –a la vez y en movimiento– las imágenes de los cinco elementos que permiten juzgar un offside: dos defensores, dos atacantes y la pelota. El tiempo que necesita nuestra vista para registrar cada cosa lleva demasiados milisegundos como para que seamos precisos.
En la práctica, las estadísticas deportivas dan sustento a estas ideas: la Premier League publicó que después de la incorporación del VAR, en la temporada 2019-20, pasaron de 82% de fallos correctos a 94%. Pero los datos no son concluyentes. Un estudio más reciente, sobre los partidos del mundial de fútbol femenino pre y post VAR, mostró que se mantuvo estable la cantidad de penales, offsides, fouls, corners y tarjetas. Lo único que cambió es que se estiró la duración de los partidos. Y cómo sufrimos mientras estamos en ascuas.
La controversia con el VAR, sin embargo, va más allá de los datos objetivos. Se relaciona con una pregunta de fondo: ¿Estamos dispuestos a delegar algunas responsabilidades en los algoritmos? ¿Cuáles y para qué? ¿Cómo vamos a interactuar y convivir con estos eficaces pero todavía algo exóticos asistentes?
Hasta hace poco eran preguntas retóricas. Pero hoy son cotidianas, y no solo por el Mundial. En los últimos años se lanzaron Waze y Google Maps para guiarnos, Dall-e para crear imágenes según nuestras instrucciones, GPT3, para textos, y los ayudantes de voz, como Siri y Alexa, para todo lo demás. Si escribimos un mail la ortografía y la gramática se ajustan solas, o directamente el mail se escribe solo. Los calendarios digitales nos avisan de la siguiente tarea. Y así. Para casi cada acción de nuestra rutina hay un posible asistente virtual. Los programadores tienen Copilot de Github, que los ayuda a completar y corregir sus líneas de código. Es un asistente que podría programar a un asistente.
Estas tecnologías muchas veces son recibidas con preocupación. ¿Nos harán más tontos? ¿Más distraídos? ¿Menos memoriosos? Sócrates temía –hace más de 2000 años– que la gente perdiera su capacidad de memorizar información una vez que pudiera escribirla. Algo de eso pasó y sigue pasando. Hay decenas de investigaciones que muestran un descenso en nuestra capacidad de atención, de memoria y de concentración. Pero eso no prueba que nuestras habilidades cognitivas hayan empeorado.
Como señala un trabajo publicado en Nature Human Behaviour el año pasado, es muy difícil probar que esos déficits de atención o memoria sean de largo plazo y puedan atribuirse al uso de apps, en una relación causa-efecto.
Es más probable que los humanos estemos perdiendo habilidades a manos (o bits) de estos asistentes virtuales, pero incorporando capacidades nuevas, como tener claro dónde buscar la información que nos falta, cuándo nos conviene anular al asistente (por ejemplo, desactivar el corrector si estamos aprendiendo un idioma) o cómo ingresar nuestros requerimientos en una app, obtener la respuesta, y usarla correctamente
Para los autores –Cecutti, Chemero y Lee– es más probable que los humanos estemos perdiendo habilidades a manos (o bits) de estos asistentes virtuales, pero incorporando capacidades nuevas, como tener claro dónde buscar la información que nos falta, cuándo nos conviene anular al asistente (por ejemplo, desactivar el corrector si estamos aprendiendo un idioma) o cómo ingresar nuestros requerimientos en una app, obtener la respuesta, y usarla correctamente. En el caso de los árbitros, puede que pierdan algo de agudeza en la vista (hay estudios que muestran que la van ganando en el cargo) a cambio de entrenar la capacidad de juzgar cuándo recurrir al VAR.
Finalmente, nuestro cerebro es muy flexible. Hace años, una investigación que sorprendió al mundo mostró que los taxistas londinenses –que para acceder a su cargo deben pasar un examen que incluye memorizar 25 mil nombres de calles– tienen la zona del cerebro conocida como hipocampo más grande que el resto de las personas. Esa zona, que se asocia con la memoria espacial, les va creciendo a expensas de otras a medida que ganan experiencia. Y, sorprendemente, se les vuelve a achicar cuando se jubilan.
¿Qué parte de nuestro cerebro se estará achicando, o agrandando, cuando ponemos una dirección en el teléfono y nos dejamos guiar? ¿Cuáles cambiarán en el cerebro de los referís asistidos por el VAR? Imposible saberlo hoy, pero puede que un asistente virtual del futuro nos lo diga pronto.
Directora de Sociopúblico