Nota mental. Tecnologías invisibles que cambian lo que vemos
La inteligencia artificial que no miramos: es invisible al menos de tres maneras distintas
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Dice una leyenda del mundo del marketing que las zapatillas Nike Air no triunfaron porque tuvieran una cámara de aire en la suela. Eso ya lo ofrecían otros calzados de la competencia. La diferencia fue que Nike puso una ventanita transparente que permitía ver el aire. Lo hizo visible, y ganó la carrera.
Con los productos de inteligencia artificial pasa lo contrario. Los algoritmos de aprendizaje profundo o procesamiento de lenguaje natural son tan invisibles a nuestros ojos como el aire en una zapatilla. A veces, nuevos productos y servicios se promocionan con la etiqueta “IA”, pero no por eso sabemos qué hay detrás del rótulo ni podemos ver el artificio. De hecho, la inteligencia artificial es invisible al menos de tres maneras distintas.
Primero, hace desaparecer objetos que antes usábamos y que hoy siguen existiendo más por hábito que por necesidad, como los volantes en los autos autónomos. En marzo se conoció una nueva regulación en Estados Unidos que permite, por primera vez, lanzar al mercado autos sin volante. Hasta ahora, estaban ahí porque los humanos necesitamos que haya un volante: nos parece una buena medida de seguridad retomar el control sobre el auto (aunque en realidad otras medidas sean más efectivas) y –sobre todo– nos tranquiliza: sabemos dónde estamos sentados porque hay volante, es parte de la definición misma del auto. O era. Pasa algo similar con las tarjetas de crédito. Aunque al plástico lo reemplacen las billeteras virtuales, las apps nos siguen mostrando la imagen de una tarjeta, con formato rectangular, puntas redondeadas y hasta el relieve de los datos, como si el objeto tarjeta fuera relevante. Pero no lo es. Al contrario, tiende a desaparecer.
Una segunda manera en que la inteligencia artificial nos resulta invisible es su costado más paradigmático: la habilidad de encontrar patrones imperceptibles al cerebro humano. Nosotros no podríamos verlos, la IA sí. Esas conexiones ocultas ayudan a resolver grandes problemas, como el diagnóstico precoz de enfermedades o la mejor asignación de recursos públicos, pero también desatan nuevos riesgos, como la implementación de sistemas de vigilancia digital. El domingo pasado el New York Times publicó una investigación sobre las compras del gobierno chino, que detalla cómo funciona un sistema de monitoreo de personas para anticipar delitos o reclamos al gobierno. Si tres personas con antecedentes de haber protestado se juntan en una esquina, el sistema genera una alarma. Pero nada asegura que ese encuentro prenuncie realmente otra protesta, y además nunca lo sabremos, porque las personas habrán perdido su capacidad de actuar antes de ser interceptadas. La investigación se tituló “la jaula invisible”.
La tercera forma de invisibilidad de la IA se produce cuando la tecnología reemplaza a las personas. Sucede cuando vemos avatares que parecen humanos pero no lo son. El sitio “This is not a person” construye rostros artificiales, que se parecen mucho a los reales. Sirve, por ejemplo, para usar fotos sin tener los derechos. Otros servicios permiten crear –en minutos– videos donde habla un avatar indistinguible de una persona. Estos nuevos formatos van a demandar nuevas maneras de establecer la veracidad de la información, tanto en público, (¿es cierto que este político dijo esto?) como en privado (¿es verdad que la maestra de mi hijo suspendió la prueba?).
Pero la IA no solo puede reemplazar nuestra presencia en cámara, también en ocasiones hace nuestro trabajo y nos reemplaza de esa otra manera. Esa cualidad, motivo de las primeras preocupaciones sobre la IA, hoy está presente en cientos de nuevos servicios.
Pero la IA no solo puede reemplazar nuestra presencia en cámara, también en ocasiones hace nuestro trabajo y nos reemplaza de esa otra manera. Esa cualidad, motivo de las primeras preocupaciones sobre la IA, hoy está presente en cientos de nuevos servicios. Escribir un texto, diseñar un sitio web, hacer traducciones o crear imágenes, son todas tareas que hoy puede hacer una app. Wall-E, el último lanzamiento de OpenIA, es un generador automático de imágenes.
The Economist ilustró una nota sobre el tema con un collage y dos ilustraciones (una estilo Dalí y otra estilo Brueghel) que están a la altura de la calidad de la revista, aunque no hubo artistas de por medio. Google anunció el mes pasado que va a ofrecer resúmenes automatizados de cualquier texto o conversación.
Estos desarrollos nos asombran y, como pasa con los recuerdos frescos, traen a la mente imágenes de los objetos y personas que antes estaban ahí. Tal vez eso nos dé una oportunidad única: la de prestar atención a la inteligencia artificial en plena formación, y hasta decidir cómo debería seguir creciendo, antes de que desaparezca de nuestra vista y se funda para siempre en la vida cotidiana.
Directora de Sociopúblico