Nota mental. Recuerdos editables, y en movimiento, de 2001
Nuestra memoria es mucho más maleable de lo que nos gustaría aceptar: hoy sabemos que todo tiene condimentos de invención, incluso cuando nuestros sentimientos no están involucrados
- 4 minutos de lectura'
¿Dónde estábamos cuando vimos al helicóptero de De la Rúa despegar de la terraza de Casa Rosada, entre ráfagas de viento caliente? ¿En qué tele lo seguimos, en la tapa de qué diario? ¿Quién nos acompañaba?
Tenemos un recuerdo vívido de ese momento. Ahora que se cumplen 20 años, podemos tomarnos unos segundos para traer la escena de nuevo a la mente. Sin embargo, hay altas chances de que esos recuerdos sean fraudulentos. Que no sea esa la tele, ni esa la persona que estaba con nosotros esa tarde (¿era de tarde?). Que nuestra memoria falle.
Cuando sucede un acontecimiento público importante, registramos el momento en que nos enteramos como si alguien lo hubiera iluminado con el flash de una cámara y nos hubiera dado la imagen para archivar en la cabeza. En inglés lo llaman flashbulb memory. El término lo inventaron los psicólogos experimentales James Kulik y Roger Brown, que en 1977 publicaron un trabajo sobre los recuerdos del asesinato de J. F. Kennedy. Pero la investigación sobre el tema tuvo un giro interesante más recientemente, en otro trabajo que mostró cuán poco confiables son esos recuerdos, a pesar de que solemos considerarlos certeros.
En la misma semana de los atentados a las Torres Gemelas, muy poco antes de nuestro 2001, un grupo de investigadores de Columbia, Yale y Harvard, entre otras universidades, salieron con buenos reflejos a hacer una encuesta sobre los recuerdos –entonces muy frescos– que tenían las personas sobre el día de los atentados. Los encuestados volvieron a recibir las mismas preguntas al año siguiente, a los dos años y a los 10 años. El resultado de esta investigación, la más extensa que se hizo sobre este tipo de memoria colectiva, mostró que nuestros recuerdos están en movimiento.
Los participantes modificaron mucho su discurso entre el primer cuestionario, en la semana de los atentados, y el segundo, un año después. Y siguieron cambiando, aunque menos, en las siguientes encuestas. Quien había dicho que se enteró de la noticia por la radio, por ejemplo, después dijo que fue por televisión; el que dijo que iba en un taxi luego contó que estaba en su casa. Entre un 70 y un 80 por ciento de los entrevistados incurrieron en dos o más inconsistencias. Sin embargo, cuando se les preguntó cuán seguros estaban de la veracidad de estos recuerdos, sus niveles de confianza fueron siempre muy altos y totalmente independientes de cuánto hubieran variado sus historias. Tanto los coherentes como los incoherentes se tuvieron mucha fe.
La metáfora que suelen usar los académicos para explicar por qué cambian los recuerdos es que se parecen a archivos que guardamos en la computadora: cuando están cerrados se mantienen constantes, pero cuando los abrimos es muy fácil modificarlos, incluso si no nos lo propusimos y solo apretamos alguna tecla por error. Están editables.
Nuestra memoria es mucho más maleable de lo que nos gustaría aceptar. En la bibliografía de este campo –donde hubo muchos descubrimientos de investigadores argentinos destacados, como el neurobiólogo Iván Izquierdo– se solía distinguir entre una memoria “reproductiva”, apegada a los hechos, y una memoria “reconstructiva”, parecida a una narración que nos hacemos de lo que pasó. Esta última se asociaba con los recuerdos más emotivos. Hoy sabemos que todo tiene condimentos de invención, incluso cuando nuestros sentimientos no están involucrados. Hay experimentos donde se le pide a las personas que memoricen una lista de palabras que pertenecen a un mismo campo semántico (por ejemplo tabla, piernas, asiento, madera) y los participantes tienden a recordar también algo que no estaba, la palabra que falta y que completa la narración: en este caso, silla.
La metáfora que suelen usar los académicos para explicar por qué cambian los recuerdos es que se parecen a archivos que guardamos en la computadora: cuando están cerrados se mantienen constantes, pero cuando los abrimos es muy fácil modificarlos, incluso si no nos lo propusimos y solo apretamos alguna tecla por error. Están editables.
Cada vez que traemos un recuerdo a nuestra mente o lo conversamos con alguien, el recuerdo se modifica y se vuelve a grabar una nueva versión. Por eso, aniversarios como el de hoy son momentos relevantes. Volvemos a ver, en el noticiero, al supermercadista chino que llora porque saquearon su local o, en el diario, a los camiones hidrantes lanzando chorros contra los manifestantes, o las rejas vandalizadas de los bancos. Escuchamos entrevistas en radio, o visitamos muestras como la de la Casa del Bicentenario, que hoy exhibe fotos de esos días. Todo nos lleva a actualizar el recuerdo y generar una nueva versión, antes de volver a archivarla en nuestro cerebro. Estamos, este fin de semana, escribiendo una nueva narrativa de lo que recordamos y, por lo tanto, lo que nos pasó como país, a todos juntos. Seguro no es la versión final.
Directora de Sociopúblico