Nota mental. Por qué, para ser creativos, debemos aburrirnos más
La creatividad requiere que nos aburramos un poco; para ser creativos necesitamos hacer cosas “porque sí”, con la atención desenfocada, sin un objetivo específico.
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Ya no existen los momentos sin hacer nada. O, mejor dicho, sin pensar en nada. Caminamos escuchando un audiolibro, lavamos los platos escuchando un podcast, si la serie que estamos viendo tarda un minuto en cargarse tomamos el teléfono para mirar Twitter. Y nos sentimos bien cuando lo hacemos: porque ese audiolibro que escuchamos es interesante, porque el podcast nos ayuda a informarnos sobre un tema en particular, porque en Twitter vimos un meme que le compartimos a un amigo por WhatsApp. Buscamos estrategias para ser más productivos, y nos funcionan. A todo lo que hacemos lo anotamos en una lista o en una agenda. Sentimos placer –una recompensa– cuando tachamos ítems de esa lista porque estamos cumpliendo con el plan. Y si queremos no pensar en nada, también le dedicamos un momento calculado y con el mandato del bienestar como disparador: meditamos con una app. No sabemos cómo aburrirnos. Y eso puede parecer bueno –¿a quién le gusta aburrirse?–, pero tiene una parte mala. La creatividad requiere que nos aburramos un poco. Para ser creativos necesitamos hacer cosas “porque sí”, con la atención desenfocada, sin un objetivo específico.
Investigadores de la Universidad de California Santa Bárbara buscaron una forma de medir en qué momentos se dispara la creatividad, o cuándo surgen los momentos eureka.
Investigadores de la Universidad de California Santa Bárbara buscaron una forma de medir en qué momentos se dispara la creatividad, o cuándo surgen los momentos eureka. Para que su estudio incluyera distintas formas de creatividad, trabajaron con dos grupos: uno de científicos de élite (físicos teóricos) y otro de escritores. Durante las dos semanas que duró la investigación, les preguntaron todos los días si habían tenido una idea creativa vinculada a sus trabajos y en qué momento había ocurrido. Aunque lo esperable es que se nos ocurra cómo avanzar en una tarea laboral cuando estamos precisamente trabajando en eso, el 20% de las ideas de ambos grupos había surgido cuando estaban “haciendo nada”, en momentos libres. Tiempo después, les preguntaron cuáles de esas ideas habían persistido como valiosas, y la respuesta fue que las que se les habían ocurrido en momentos libres eran identificadas con más frecuencia como momentos aha, o eureka.
La teoría detrás de este tipo de resultados es que la creatividad involucra la coordinación entre distintos procesos del cerebro. Por un lado, el de la atención dirigida y voluntaria, el que usamos cuando nos concentramos intencionalmente en una tarea o problema. Por el otro, el modo default, de la atención escasa y no direccionada, que activamos cuando soñamos despiertos o nos perdemos en nuestros propios pensamientos. Podemos sentir que cuando scrolleamos redes sociales en nuestro teléfono, en la sala de espera del dentista o a la noche antes de dormir, le estamos dando lugar a nuestro modo default, que no estamos pensando en nada. Pero la realidad es que seguimos enfocando nuestra atención en una pantalla, en una imagen, en el texto que nos aparece en ese posteo de Instagram. El uso que le damos al teléfono nos acostumbró a sentirnos incómodos cuando no tenemos nada para hacer.
La creatividad no solo es útil para los que tienen trabajos creativos, como los artistas o los científicos. Un grupo de académicos malayos especializados en psicología se propuso investigar el efecto de la creatividad en el bienestar personal. Trabajó con una muestra compuesta por estudiantes de grado y adultos con trabajo. El primer paso del experimento consistió en dividirlos en dos grupos y a uno de esos grupos someterlo a una actividad que activara su capacidad creativa: hacerlos pensar en situaciones en el pasado en las que habían tenido ideas originales. Como segundo paso, se les pidió a ambos grupos que contestaran en un tiempo determinado la siguiente consigna: listar todos los posibles usos para una roca que se les ocurrieran. La idea era que los que habían pasado por la estimulación iban a ser más creativos (y de las respuestas se desprende que así fue). Como último paso, todos los participantes respondieron tests de satisfacción personal y bienestar. Efectivamente, los que habían pasado por la estimulación –los que acababan de experimentar un momento de mayor creatividad– reportaron más bienestar y satisfacción que los que no.
En mi caso, cuando pienso en ese estado de creatividad espontánea, de la mente divagando sin un rumbo determinado de antemano, pienso en la niñez. Alison Gopnik, doctora en Psicología Experimental y autora del libro El bebé filosófico (Planeta), describe esa manera de aprender, como “exploratoria”, y argumenta que en la niñez es cuando está más disponible. En contraste, a medida que crecemos empieza a prevalecer el modo “explotativo”: el de la atención dirigida hacia objetivos específicos. Aunque ambos son buenos, Gopnik nos alienta a pensar un poco más como niños a veces y permitirnos explorar.