Nota mental. Moderar comunidades online, una tarea con futuro
En constante evolución, el crecimiento de la web 3 y el metaverso, dos turbinas que impulsan cambios en nuestra forma de relacionarnos, imponen la necesidad de moderación
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Mi hijo el doctor no rinde más: malos sueldos y pandemias al acecho. Programador puede andar, pero tal vez se convierta en una habilidad transversal, como saber sumar y multiplicar; no te va a distinguir en los Linkedin del futuro. ¿Pero qué tal ser moderador? Relativamente sencillo de aprender –aunque todavía no hay carreras específicas–, es ideal para personas carismáticas y con habilidades sociales que quieran un ingreso mientras, si todo va bien, estudian alguna de las carreras más promisorias como biología o física.
Moderar una comunidad podría ser el trabajo de los estudiantes del futuro, que reemplace definitivamente a los meseros de las películas de Hollywood o de Palermo, a los coordinadores de viajes de egresados y los secretarios de consultorio. El oficio se volvió indispensable a medida que crecieron las redes sociales, y ya lleva unos 15 años de experimentación en un tópico caliente: cómo combinar la tecnología con las habilidades humanas para obtener lo mejor de ambos mundos.
Moderar una comunidad podría ser el trabajo de los estudiantes del futuro, que reemplace definitivamente a los meseros de las películas de Hollywood o de Palermo, a los coordinadores de viajes de egresados y los secretarios de consultorio.
En todos estos años, las redes sociales armaron ejércitos de moderadores y los sentaron a trabajar en cubículos de telemarketing, donde los algoritmos les señalan casos de desinformación y mensajes de odio para que los eliminen. El modelo nunca funcionó del todo. La prueba está en los contenidos violentos y los datos falsos que aún proliferan en la web, y que durante la crisis del Covid fueron alarmantes. Pero se trata de un mundo en constante evolución, que está pegando otro giro con el crecimiento de la web 3 y el metaverso, dos turbinas que impulsan cambios en nuestra forma de relacionarnos.
Los juegos inmersivos donde las personas usan avatares –como Fortnite y Roblox– tienen moderadores que conocen las reglas de esas comunidades. En 2019, el youtuber Faze Jarvis probó un bot que lograba que cualquier disparo diera en el blanco sin importar la puntería del jugador y grabó un video para mostrárselo a sus seguidores. Fue excluido de por vida. Una especie de exilio digital.
Este tipo de moderación –que requiere a los algoritmos y los humanos evaluar no sólo texto sino también videos, fotos y sonido– puede volverse cada vez más necesaria. En la web 3, donde se forman comunidades que intercambian sus propias monedas digitales, las reglas ya no solo involucran los puntos de una competencia o la civilidad. Ahí se juega por plata.
Estas comunidades son incipientes y variadas. Hay espacios parecidos a los videojuegos, donde las personas compran terrenos virtuales y las marcas empiezan a organizar eventos, recitales y desfiles de moda, como Decentraland. Hay comunidades de fans de artistas, que se juntan para recibir merchandising, descuentos, anticipos o piezas digitales únicas en formato NFT, y pagan con monedas virtuales o reales. Hay comunidades que se reúnen alrededor de temas de interés común y en algún momento forman una organización descentralizada (conocida como DAO) para administrar sus fondos y tomar decisiones colectivas. Ese dispar universo necesita moderadores o facilitadores que primero logren convocar a muchas personas afines (porque sin volumen no hay comunidad ni atractivo de negocio) y luego mantengan vivos los intercambios. Las comunidades más activas generan más conversaciones digitales y, en última instancia, más potencial de riqueza.
En las plataformas de discusión o trabajo colaborativo que conocemos hasta ahora, en la web 2, suele haber moderadores humanos y digitales. Slack y Discord, dos de las más conocidas, tienen bots que hacen recomendaciones para ayudar a la moderación. Por ejemplo Slack me sugiere no mandar un mensaje a todos los miembros de un grupo porque “puede ser muy ruidoso”. O me avisa que alguien está desconectado y me pregunta: “¿querés que de todas formas le mandemos una notificación?”. Aunque es por texto, casi escucho un tonito crítico. Son las reglas de cortesía de esta época.
Slack es una plataforma para trabajar, entonces vamos por obligación. Pero en Discord, que surgió como un espacio de intercambio entre gamers y se convirtió en un lugar de charlas para grupos de afinidad y hoy es la preferida de la web 3, es habitual que haya personas a cargo de motorizar la conversación y sumar nuevos integrantes. Parece que incluso en el mundo blockchain, donde los grupos se jactan de autoadministrarse, seguimos necesitando a otras personas que nos inviten a participar, nos feliciten por nuestras intervenciones, e incluso nos increpen si rompemos las reglas. Para eso están los moderadores y, al parecer, seguirán estando por mucho tiempo.
Directora de Sociopúblico