Nota mental. Los cuerpos se quedan, los cerebros se van afuera
Una nueva fuga: se estima que hay unos 200 mil profesionales trabajando para empleadores del exterior, que cobran hasta cinco veces más que en el mercado local
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Si ven un programador por la calle, tal vez no esté entero. Puede que su cuerpo esté acá, pero su cerebro esté trabajando en un mercado desarrollado. Todos conocemos historias de argentinos que se van a vivir al exterior –salen en los diarios, difunden fotos con sus valijas, venden todo por Facebook– pero esta otra fuga es más silenciosa y un poco más nueva.
La protagonizan ingenieros en sistemas, programadores, especialistas en datos, biotecnología, diseño y otros profesionales de la tecnología que deciden trabajar desde el living de su casa para empresas extranjeras sin presencia en el país, que les pagan en dólares. Se van pero se quedan.
Familia, amigos y moneda dura. Mejor combo no se consigue.
La protagonizan ingenieros en sistemas, programadores, especialistas en datos, biotecnología, diseño y otros profesionales de la tecnología que deciden trabajar desde el living de su casa para empresas extranjeras sin presencia en el país, que les pagan en dólares. Se van pero se quedan.
Si bien toda la región pierde cerebros a mano de empresas extranjeras, nosotros tenemos por lejos la mayor diferencia entre el salario local y lo que se puede cobrar afuera. Es de 5 a 1, según Coders Link, un servicio de outsourcing.
Nos siguen de cerca Brasil y, en menor medida, México. Luis Galeazzi, director ejecutivo de Argencon, la asociación de empresas de la economía del conocimiento del país, estima que hay unos 200 mil profesionales trabajando para empleadores que no tienen inscripción legal en la Argentina. Se lo comentó a Bloomberg, que la semana pasada cubrió esta nueva originalidad argentina. El cepo y la brecha cambiaria lo explican todo.
Hay empresas que, para convencer desarrolladores, no solo les ofrecen pagar en dólares sino que también los ayudan a abrir una cuenta afuera, sacar un monotributo para justificar parte de sus ingresos y traer los dólares por algún canal paralelo. La exportación de servicios se pierde para el país, la oportunidad de construir hubs y apoyarlos legalmente también.
Sebastián Santoro se dedica a seleccionar personal para empresas de tecnología. A mí me dio contención emocional la última vez que hice una búsqueda. Me capacitó para entrevistar candidatos: “Recordá siempre que somos nosotros los que los fuimos a buscar, y no al revés”, me dijo. Santoro cuenta que –cuando le toca buscar en la Argentina– recibe casi siempre la misma única pregunta: ¿es en dólares?
“Si la respuesta es no, lo descartan inmediatamente, como si fuera alguien que no les gusta en Tinder.”
Algunas empresas locales apuestan a contratar a quienes no hablan inglés, pensando que así eluden la competencia. Pero no. “Las empresas extranjeras empezaron a armar células de desarrollo, con un líder que tenga inglés avanzado y el resto sin manejo del idioma”, cuenta Santoro.
¿Cómo comunicarse con uno de estos programadores que ya tiene la cabeza en otra parte? Hay una enorme maquinaria dedicada a hablarles y seducirlos desde cualquier lugar del mundo.
Los reclutadores usan herramientas de inteligencia artificial para eficientizar las búsquedas. Hay plataformas basadas en GPT3, un sistema de procesamiento de lenguaje natural, que crean avisos lo más sexy posibles, como Drafter o Dover.
Los reclutadores usan herramientas de inteligencia artificial para eficientizar las búsquedas. Hay plataformas basadas en GPT3, un sistema de procesamiento de lenguaje natural, que crean avisos lo más sexy posibles, como Drafter o Dover. Hay, también, sistemas que escanean y seleccionan CV para acelerar los procesos, y bots que contactan a los programadores por LinkedIn. Eso que en la Argentina dejamos ir es muy codiciado.
El problema es que las herramientas digitales aún no son tan buenas, sobre todo si se quiere usar el truco con los magos que lo inventaron. La ingeniera en sistemas Angelina Lee publicó un experimento casero que hizo para comprobar si los reclutadores leen los CV (su conclusión es que no). Presentó su perfil a varias búsquedas. Entre sus atributos, mezcló alusiones a blockchain y React (un lenguaje de programación con alta demanda), y les sumó jerga técnica inventada, como que usó VoldemortDB (una supuesta base de datos con el nombre del malo de Harry Potter) y otros logros dudosos: que consiguió mantener a su equipo debidamente cafeinado con café Antártico molido a 14 milímetros por partícula, que contactó a Reid Hoffman en LinkedIn (es uno de sus fundadores), que organizó actividades de team-building con carreras de embolsados, y que –en la universidad– tuvo el récord de ingesta de shots de vodka en una noche.
Recibió un 90% de respuestas positivas con pedidos de entrevistas. Algunos de los que respondieron fueron Airbnb, Notion, Dropbox y hasta Reddit, la plataforma donde publicó toda la experiencia.
Tal vez ese humor e inteligencia de los profesionales de sistemas los convenza, en algún momento, de apostar todo por la Argentina. Por ahora, los afectos, los paisajes y los precios en pesos mantienen acá sus cuerpos. Los cerebros andan más viajeros.
Directora de Sociopúblico