Nota mental. Los brazaletes del Mundial no van a cambiar el mundo
Los problemas en la comunicación global de temas tan importantes como el cambio climático, las catástrofes humanitarias y las crisis migratorias
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La FIFA es como Naciones Unidas pero con más países. Tiene 211 asociaciones afiliadas contra 193 países miembros de la ONU. No hay otros dos jugadores del poder más globales que estos. Nadie dudaría del rol político de Naciones Unidas. Pero la FIFA no se queda atrás: habilitó al Reino Unido a dividirse, puso a Israel a jugar en Europa, le negó una selección a Cataluña pero no a Escocia.
¿Qué hacen estos dos colosos de la política global cuando se juntan? Acaba de suceder. Para este Mundial, se sentaron a una mesa y negociaron. De un lado la ONU, la reserva moral del planeta, la más autorizada a intervenir sobre las guerras, las crisis climáticas, las catástrofes. Del otro, la FIFA, dueña del mayor capital simbólico del mundo, el fútbol. Dos potencias del soft power se saludan.
Juntas, decidieron lanzar una campaña de bien público durante el evento deportivo más visto del planeta, a través de una serie de hashtags solo difundidos en inglés. Por ejemplo: #EndHunger, #EducationForAll y #NoDiscrimination. La lista sigue hasta llegar a diez. En cada etapa del torneo, los capitanes de los equipos llevaron un brazalete con algunas de estas inscripciones. Nadie consideró las decenas de publicaciones científicas que muestran que nuestro cerebro es incapaz de recordar una lista de más de siete cosas.
Es cierto que son todas consignas deseables y que, gracias a esta iniciativa, estuvieron ante los ojos de millones de espectadores. Pero también es cierto que seguramente pocos las registren: son unánimes, son obvias, y son tantas que se anulan unas a otras en una cacofonía de buenas intenciones. Por supuesto no falta #SaveThePlanet, que remeda el Save the Whales que inventó Greenpeace en 1975, pero sin la gracia de la rima y casi 50 años después.
Es probable que en la conversación entre la ONU y la FIFA estas ideas parecieran impecables. Además de lavar la imagen de la FIFA –y disparar la acusación de sportswashing–, son ideas que no ofenden a nadie ni generan controversia. Resultan el punto óptimo para que los representantes de tantas naciones –equilibristas profesionales– lleguen a un acuerdo. Los expertos en comunicación de ambas instituciones deben saber que estas campañas no inciden en la realidad, pero también saben que una palabra de más en estos temas puede encender un polvorín.
El problema es que necesitamos con urgencia buena comunicación sobre estos temas. El cambio climático, las catástrofes humanitarias, las crisis migratorias, son amenazas que solo se resuelven con coordinación política global. Y nada mueve más a la política que la presión social.
El problema es que necesitamos con urgencia buena comunicación sobre estos temas. El cambio climático, las catástrofes humanitarias, las crisis migratorias, son amenazas que solo se resuelven con coordinación política global. Y nada mueve más a la política que la presión social. ¿Quién va a construir esta comunicación sino los protagonistas de la escena planetaria, como la ONU y la FIFA?
Científicos y comunicadores conocen el desafío hace tiempo. El lingüista George Lakoff escribió que el principal problema para comunicar el cambio climático es que ni siquiera tenemos palabras para nombrar la causalidad múltiple que explica un fenómeno tan complejo. Este año la universidad Ludwig Maximilian de Munich lanzó un proyecto de tres años dirigido por la académica Ophelia Deroy que reúne a filósofos y neurocientíficos para estudiar cómo comunicar estos temas, a pesar de que la materia de la ciencia siempre es la incertidumbre y la comunicación a veces demanda certezas.
La pandemia le dio impulso a estas preocupaciones. Se combinaron, de un lado, los mensajes médicos y las cifras estadísticas y, del otro, la necesidad de llegar a la audiencia más amplia que existe, la de todos los seres humanos. Ahí vimos que el rey estaba desnudo: no tenemos fórmulas infalibles ni herramientas a prueba de balas. Pero a la vez tuvimos la oportunidad de pensar en esto y reunir el conocimiento que sí tenemos.
Sabemos, por ejemplo, que reaccionamos de inmediato a las imágenes que nos resultan familiares y cercanas, pero desestimamos las que no lo son: nadie salió a comprar papel higiénico en la Argentina porque había un virus en China, pero sí cuando vimos los hospitales atestados en Italia. También sabemos que las personas somos egocéntricas para consumir información: nuestro cerebro tiene mucho más acceso a lo que hacemos y sentimos nosotros mismos que a lo que sienten los demás. No es que no podamos ser altruistas. Pero nadie quiere ser concientizado por otro. Sabemos, en suma, que los hashtags genéricos, secuenciados uno tras otro en este Mundial, no pueden mejorar el mundo. Tal vez, de momento, convenga quedarse con un objetivo más módico, menos global y más cercano. #VamosArgentina!
Directora de Sociopúblico