Nota mental. Las leyes del futuro y el futuro de las leyes
En su libro Future Politics, el académico de Harvard Jamie Susskind encuentra cuatro grandes diferencias entre las leyes como las conocíamos hasta ahora y como cree que serán en el futuro cercano.
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Desde los diez mandamientos, pensamos en la ley como una tabla tallada e inmutable. Nada más pesado que el peso de la ley. Las leyes, sin embargo, están cambiando de forma a medida que nuestro mundo se digitaliza. Igual que los vínculos, la exploración espacial, la rutina de yoga que me dicta ahora una app o cualquier otra cosa, las leyes también pronto serán algo distinto.
En su libro Future Politics, el académico de Harvard Jamie Susskind encuentra cuatro grandes diferencias entre las leyes como las conocíamos hasta ahora y como cree que serán en el futuro cercano.
La primera diferencia es que las leyes podrían pasar de ser algo que acatamos para que no nos penalicen a ser algo que se nos impone de hecho, desde la configuración de la tecnología que usamos. Un ejemplo es el de un auto autónomo que nos impida exceder el límite de velocidad. Es una situación muy distinta a la actual, donde evitamos traspasar el límite por responsabilidad o miedo a la multa. No hay aplicación de la ley como la conocemos ahora, hay algo que pasa antes, o que directamente no pasa.
El límite de velocidad es solo un caso. Siguiendo con el ejemplo del auto, Susskind imagina que el código podría impedirnos estacionar donde está prohibido, ingresar sin autorización en una propiedad privada, seguir de largo si nos frena la policía o cometer un acto terrorista atropellando peatones. Ya hay fabricantes de autos autónomos que prevén obligarnos desde el código a aminorar la marcha para que pase una ambulancia.
Esto podría transformar también la naturaleza de los castigos. En la temprana modernidad, muchos delitos como el robo, la evasión o el contrabando eran fáciles de cometer sin que se detectaran, por las limitaciones técnicas para ejercer la vigilancia. Las penas, por lo tanto, tenían que ser ejemplares. ¿Cómo convencer si no a un delincuente de que no le convenía correr el riesgo? Ahora la ecuación es distinta. Los sistemas registran datos de casi todo lo que hacemos, e incluso en la Argentina la capacidad de control va aumentando.
Eso nos lleva a la segunda diferencia: los nuevos formatos de leyes y regulaciones parecen quitarle protagonismo al Estado. Si nuestra conducta está condicionada por los productos digitales que usamos, mucho de ese control puede estar en manos de empresas privadas. Tal vez algunos policías y funcionarios judiciales sean innecesarios. Esto ya lo vimos: cuando usábamos DVD, su propio código impedía verlos fuera de la zona geográfica de validez del copyright. La única forma de romper la ley y ver la película era hackear el sistema. Puede que los hackers sean cada vez más el blanco y la razón de ser del sistema judicial. Los demás seremos frenados antes, o reprendidos directamente desde el código. El mismo sensor que detecta un exceso de velocidad puede cobrar la multa en mi billetera virtual.
Así como el diseño de usabilidad nos ayuda a completar un formulario con los datos correctos (por ejemplo, no podemos mandarlo si le falta una cifra a nuestro DNI) muchas de nuestras interacciones futuras serán corregidas o adaptadas a la norma antes de que podamos apretar “send”. En el auto, pero también en un examen donde no se permite el plagio, en un juicio donde debamos presentar datos certeros, o en una intervención médica con riesgo de mala praxis. ¿Qué pasa si el cirujano simplemente no puede encender su bisturí digital hasta hacer el estudio diagnóstico que una inteligencia artificial considera indispensable para evitarle caer en un error?
La tercera característica que puede hacer que las leyes del mañana sean distintas a las de hoy es su capacidad de adaptación. Actualmente las leyes cambian más rápido que las tablas de Moisés, pero cualquier modificación lleva meses o años de debate. ¿Qué pasaría si la regulación incluyera en su diseño la posibilidad de cambiar según el contexto; si usáramos cláusulas condicionales como el código de programación, tantas veces basado en la lógica “si A, entonces B”? Podríamos por ejemplo establecer que a ciertas horas la velocidad máxima de una avenida sea otra. O que los conductores tengan distintos permisos según cuántos accidentes tuvieron.
Que las leyes estén escritas en lenguaje de código es el cuarto y último posible cambio que Susskind identifica. No es que la prosa de los legisladores y abogados ya se entienda mucho, pero seguir el debate por la configuración de un algoritmo puede ser aún más complejo que mantenernos atentos a la transmisión de Diputados TV. En ambos casos, seguro conviene no dormirnos.
Directora de Sociopúblico