Nota mental. Estar maso en pandemia, ¿nos salvan los robots?
La apuesta a que las máquinas nos ayuden a entender mejor nuestra voluntad, nuestro pensamiento, nuestros deseos y dolores, para darnos una nueva dimensión de los límites y las posibilidades de nuestra inteligencia
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Falta de entusiasmo, desconcentración, una sensación vaga de desesperanza, con picos pasables donde nos olvidamos de todo y podemos funcionar y pozos de realidad donde el futuro se ve negro. Que levante la mano sanitizada el que no sintió alguna de estas cosas en los últimos meses.
El psicólogo y conductor del podcast de TED WorkLife, Adam Grant, lo acaba de definir con una palabra: languidecer. Eso es lo que nos pasa a todos con la pandemia, al menos a los que no estamos directamente deprimidos. Su artículo sobre el tema en el New York Times circuló como el virus y tuvo más de 1200 comentarios, casi todos diciendo con alivio ¡ah, era eso!
Languidecer es lo contrario de estar bien, sin estar del todo mal. Grant lo definió también como estar meh, una onomatopeya que en la Argentina usan los adolescentes y que podría traducirse como maso.
Languidecer es lo contrario de estar bien, sin estar del todo mal. Grant lo definió también como estar meh, una onomatopeya que en la Argentina usan los adolescentes y que podría traducirse como maso. El término meh parece venir del yiddish, pero lo popularizaron los Simpson, en otro ejemplo de la capacidad predictiva de la serie. Languidecer no está catalogado como enfermedad mental. Pero si la psicología mira nuestra salud como una escala continua, que tiene abajo a la depresión y arriba al florecimiento personal, Grant ubica esta condición en la mitad de la tabla, como “el negado hijo del medio”. Con la pandemia también se multiplican los diagnósticos de depresión y otras patologías asociadas. El Centro para el Control de Enfermedades de Estados Unidos advirtió que las personas que reportan síntomas de depresión o ansiedad pasó del 11% en el primer semestre de 2019 a 42% en el final de 2020. En la Argentina, un estudio de Ineco mostró esos mismos síntomas en 6 de cada 10 jóvenes.
La contracara es el avance de la tecnología que nos ayuda a sobreponernos. No me refiero a las apps de meditación, como Calm y Headspace, que crecieron en la pandemia y tienen grandes aciertos: nos pueden acompañar con una voz cercana mientras practicamos un nuevo hábito, se adaptan a nuestros avances y nos premian. Qué alegría boba pero satisfactoria que te digan: “¡Felicitaciones! ¡Completaste cinco meditaciones al hilo!”.
Pero lo verdaderamente interesante está por pasar. Mariano Sigman, Diego Fernández Slezak, Lucas Drucaroff, Sidarta Ribeiro y Facundo Carrillo, una especie de dream team de las neurociencias, acaban de publicar un artículo en la revista académica AI Magazine donde imaginan transformaciones más profundas en el campo de la psiquiatría. Por un lado, reseñan algunos avances recientes, muchos relacionados con el procesamiento de lenguaje natural: la capacidad de las máquinas para analizar lo que decimos y extraer conclusiones, como lo hace un psiquiatra en la consulta pero con una sistematicidad y capacidad de encontrar patrones que supera a los humanos.
Un estudio que citan pudo predecir crisis psicóticas en pacientes de “alto riesgo clínico”, otro anticipó quién respondería bien a drogas psicoactivas contra la depresión, una solución que no da resultados en todas las personas. Otros estudios mostraron que se pueden analizar textos de pacientes para detectar patologías cuando la intervención es urgente, como frente a tendencias suicidas.
Un estudio que citan pudo predecir crisis psicóticas en pacientes de “alto riesgo clínico”, otro anticipó quién respondería bien a drogas psicoactivas contra la depresión, una solución que no da resultados en todas las personas. Otros estudios mostraron que se pueden analizar textos de pacientes para detectar patologías cuando la intervención es urgente, como frente a tendencias suicidas. Dos de los autores (Sigman y Carrillo) lanzaron la startup Sigmind, que opera bajo este principio: el paciente se graba en una app contando cómo se siente y los algoritmos combinan esa información con los planes farmacológicos y las notas del médico para producir información útil para el tratamiento. Se han ensayado también terapias con analistas robots, representados por animaciones realistas como las de los videojuegos, que pueden ser más efectivos que los humanos porque –entre otras razones– se distraen menos o nos hacen sentir más cómodos compartiendo temas privados.
Todo esto supone desafíos éticos. No tenemos una definición precisa y universal de cuál es el resultado óptimo de un tratamiento. ¿Qué es estar bien? ¿Cuándo es pertinente intervenir? ¿Esta languidez pandémica es normal o necesito una sesión urgente con un bot?
Cuando en 2016 una computadora le ganó a Lee Sedol, gran maestro del Go, el juego más complejo del universo, pasó algo más interesante que la victoria de la máquina sobre el hombre: la computadora había hecho jugadas jamás imaginadas por las personas. Algunas –según los analistas del juego– simplemente hermosas.
Esas nuevas movidas fueron luego incorporadas por los jugadores humanos. Esa es la apuesta del análisis de Sigman, Carrillo y sus compañeros. Que las máquinas nos ayuden a entender mejor nuestra voluntad, nuestro pensamiento, nuestros deseos y dolores, para darnos una nueva dimensión de los límites y las posibilidades de nuestra inteligencia. Va a ser hermoso, siempre y cuando la languidez pandémica nos permita apreciarlo.
Directora de Sociopúblico