Nota mental. Está blanda la calle: nuevas transformaciones en la vereda
La calle fue –curiosamente– un refugio durante las cuarentenas y se abrió la posibilidad de experimentar con el espacio público
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En medio de la pandemia, la calle está dura. Pero también se podría decir que está blanda. Se volvió flexible a una velocidad asombrosa para tratarse de un artefacto cementado al suelo.
Las calles solían ser ultra resistentes al cambio. Algunos le siguen diciendo Canning a Scalabrini Ortiz aunque el nombre haya cambiado en 1982, y el reemplazo de adoquines por asfalto, que en Buenos Aires arrancó en las primeras décadas del siglo XX, todavía no se completó. Pero con la pandemia las transformaciones se abrieron paso.
“Lo más interesante es que se abrió la posibilidad de experimentar en el espacio público”, dice Sebastián Lew, director del área de Ciudades de Cippec. “Muchas intervenciones temporarias terminarán siendo permanentes. El Covid aceleró y permitió implementar ideas que ya existían, pero no se habían difundido mucho aún”.
Cippec está empezando una investigación para analizar los cambios en la calle en base a datos de Google Mobility. Ya advirtieron que la cantidad de personas que usa el espacio público –para trasladarse pero también para comer, tomar clases de yoga o festejar cumpleaños– no solo volvió a niveles históricos sino que en algunos lugares del mundo está por arriba de las cifras prepandemia.
La calle fue –curiosamente– un refugio durante las cuarentenas. Ir con el perro a la esquina o caminar café en mano con una amiga fue, por momentos, la única bocanada de aire posible. El investigador de la facultad de Ingeniería de la UBA y consultor del BID Cristian Moleres hizo un buen aporte: un mapa interactivo de Buenos Aires donde –en base a un dataset público– estimó el ancho de las calles y veredas para que todos sepamos por dónde conviene caminar, manteniendo la distancia. Está disponible en Twitter.
Uno de los principales impulsos a la vitalidad callejera son los parklets, como se conoce a los espacios de estacionamiento ganados por las mesas de bares y restaurantes.
Uno de los principales impulsos a la vitalidad callejera son los parklets, como se conoce a los espacios de estacionamiento ganados por las mesas de bares y restaurantes. El invento nació en San Francisco hace 15 años, cuando tres activistas decidieron ocupar durante unas horas el espacio de un solo auto junto a la vereda, instalaron algunas plantas y pasto, e hicieron un picnic. Usaron el juego de palabras entre park (parque) y to park (estacionar). Unos años después el municipio de la ciudad oficializó la iniciativa y empezó a ofrecer permisos a los comercios para habilitar estos espacios. La pandemia masificó la idea a escala global. Es curioso ver las fotos de las guirnaldas de lamparitas, los decks de madera o pasto sintético y los cerramientos con ventanas de plástico, todos idénticos, en Taiwán, Tenerife o Tegucigalpa.
Casi nadie duda de que los parklets llegaron para quedarse. Lo que está por verse aún es si este impulso a la experimentación callejera permitirá que otras ideas también prosperen.
Este año el MIT Senseable City Lab presentó un proyecto para reimaginar las luminarias públicas. Proponen convertir los viejos postes en recolectores de información sobre la calidad del aire, el movimiento de los peatones o las vibraciones del suelo, lo que promete tanto mejoras en la administración del espacio como desafíos a la privacidad.
Otro centro de innovación, el Sidewalks Labs, creó un dispositivo sencillo y barato que se adhiere al asfalto y detecta la presencia de un auto, para que se pueda saber, en tiempo real, dónde hay lugar para estacionar. Esto permite un uso más eficiente del espacio dedicado a los autos, que así se puede reducir.
Pero su invento más revolucionario es una simple luz led –conectada a una red centralizada– que se inserta en el asfalto y sirve para demarcar usos y zonas según la hora del día, a diferencia de las nuevas pintadas sobre la calle, que sumaron rayuelas o espacios para mesas pero no se pueden borrar fácilmente.
Imaginan, por ejemplo, una franja junto al cordón que, en la hora pico de la mañana, sirva para el ascenso y descenso de pasajeros. Pero que al rato –con un cambio de color en la señalética– habilite el estacionamiento; y a la noche vuelva a cambiar para permitir mesas de after office. En Sidewalks hablan de calles responsive, como se llama a los diseños web que se adaptan a todo tipo de pantalla de forma instantánea. Es una velocidad de cambio que estamos empezando a experimentar, pero que todavía puede acelerarse. Para dar otro ejemplo, la ciudad de Aspen acaba de anunciar que estudia, el próximo invierno, habilitar calles exclusivas para esquiar. Quién sabe, tal vez nos deslicemos velozmente hacia un tipo de ciudad completamente nueva.
Directora de Sociopúblico