Nota mental. El triunfo de la simulación, sin ofensas para nadie
Las simulaciones, tanto en el ámbito médico como en políticas públicas, se están convirtiendo en una herramienta cautivante que produce nuevos descubrimientos
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“Hoy voy a simular a lo grande”. Seguro no es buena frase para reconquistar una pareja, encariñar a una amiga, o meter en el discurso de los candidatos en campaña. Sin embargo, en las ciencias y su divulgación, las simulaciones se están convirtiendo en una herramienta cautivante que, lejos de ofender a nadie, produce nuevos descubrimientos.
El caso más novedoso y promisorio viene de la medicina y –para nuestra alegría egocéntrica– tiene a un argentino como protagonista. Se trata de la investigación del platense radicado en Gran Bretaña Alejandro Frangi, quien junto a otros colegas acaba de publicar en la revista Nature Communications el reporte exitoso de un ensayo clínico enteramente virtual, sin pasar por los métodos clásicos: pruebas en animales, humanos o in vitro.
Este nuevo tipo de ensayos, llamados in silico, son una promesa de la medicina desde hace algunos años, pero recién ahora empiezan a mostrar resultados promisorios.
Este nuevo tipo de ensayos, llamados in silico, son una promesa de la medicina desde hace algunos años, pero recién ahora empiezan a mostrar resultados promisorios. En este caso, se trató de una investigación sobre el uso de un tipo de stent para tratar aneurismas cerebrales. No es que no se hubieran probado antes. Lo que nunca se había hecho con este nivel de detalle y éxito es usar como sujetos experimentales a las computadoras.
Los conejillos de Indias del experimento fueron modelos computacionales derivados de imágenes tridimensionales muy detalladas del cerebro de 82 voluntarios con aneurismas cerebrales. Una simulación del cerebro humano, en la que los investigadores insertaron software que representara los stents, para luego observar cómo fluía la sangre virtual. El ensayo arrojó los mismos resultados que tres estudios previos realizados con personas, y esa es la prueba de su eficacia.
Que este tipo de simulación médica funcione tiene enormes consecuencias. Los ensayos en seres vivos son caros –40 mil dólares por paciente según una evaluación reciente de la revista The Economist–, riesgosos y lentos. Si bien las pruebas in silico no podrán reemplazarlos por completo –al menos no ahora–, sí pueden ofrecer resultados rápidos, indoloros y baratos que ayuden a decidir por dónde seguir investigando, den respuesta a pacientes graves que sería riesgoso estudiar, consideren tipologías fisiológicas raras, y sobre todo reduzcan la cantidad de seres vivos involucrados. Los animales incluso podrían volverse obsoletos, si las máquinas prueban representar a los humanos mejor que ellos. Suerte para los ratones.
También en políticas públicas
Las simulaciones son una herramienta de exploración también en las políticas públicas. La última conferencia de On Think Tanks, que reunió a más de 50 centros de investigación del mundo, tuvo paneles sobre el tema donde, por ejemplo, la organización Chatham House mostró una simulación virtual de la evolución de Londres hasta el año 2121, destinada a imaginar nuevas políticas urbanas.
La organización suiza Foraus está investigando sobre políticas para inmigrantes a partir de la simulación de cinco personajes y sus trayectorias de vida. Las metáforas del teatro aparecen mucho en este tipo de simulaciones. Se habla de crear “escenarios” futuros, pero no hay que confundirlos con el tablón estático de madera donde se paran los actores. Se trata en realidad de scenarios, en inglés, que es el guión, la escena en movimiento.
La pandemia le dio un gran impulso a las simulaciones. El Washington Post publicó una serie de visualizaciones que muestran cómo crece o amaina la curva de contagios según la distancia social, con una enfermedad ficticia que llamaron “simulitis”
La pandemia le dio un gran impulso a las simulaciones. El Washington Post publicó una serie de visualizaciones que muestran cómo crece o amaina la curva de contagios según la distancia social, con una enfermedad ficticia que llamaron “simulitis”. La nota –bautizada corona-simulator– fue la más leída de la historia del diario (al menos desde que se publica online). Su éxito fue tan grande que la tradujeron a 13 idiomas, cual serie de Netflix.
Estas simulaciones, muy útiles para explicar el funcionamiento de la pandemia, no rindieron tanto para probar tratamientos, como sí pasó con el stent para el cerebro. Un reporte que acaba de publicar el British Medical Journal revisó 232 modelos algorítmicos creados para diagnosticar pacientes con Covid o predecir cuán gravemente se iban a enfermar, y detectó que el porcentaje apto para uso clínico es… cero. “Es shockeante”, declaró la investigadora principal, Laure Wynants al MIT Technology Review.
La falta de resultados con el Covid se explica, sobre todo, porque la enfermedad es nueva. Toda simulación depende de la calidad de los datos que se usen como punto de partida. Por eso nos dan más satisfacciones en ámbitos donde ya hay mucha investigación. Es ahí donde los ratones festejan, y nosotros podemos desear, algún día, ser reemplazados por las máquinas.
Directora de Sociopúblico