Nota mental. Cambiar es difícil; construir consensos, titánico
Las personas estarán más dispuestas a cambiar de opinión si la utilidad esperada de adoptar una nueva creencia es mayor que la de la antigua
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En Argentina, 1985, la película de Santiago Mitre que retrata el Juicio a las Juntas, hay dos procesos que suceden en paralelo. Por un lado, el equipo liderado por Julio Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) junta pruebas para el juicio. Necesitan demostrar que el horror y la tortura fueron un plan sistemático, comandado desde la cúpula de militares que había tomado el poder y que, ahora, se sienta en el banquillo de los acusados. Mitre elige mostrar este proceso con imágenes veloces de jóvenes abogados y abogadas leyendo expedientes en oficinas, viajando por todo el país para entrevistar víctimas, pegando chinches de colores en un mapa que registra la ubicación de los campos de concentración.
En paralelo, sucede otro proceso más difícil de retratar con imágenes precisas: la construcción de un nuevo consenso, la manera en la que la sociedad argentina se pone de acuerdo en que Nunca Más.
Para que esto sucediera hicieron falta, entre otras cosas, la emoción y las historias particulares. En el caso de algunos personajes que en la película todavía defendían a los militares, o se mantenían neutrales, lo que los hizo cambiar de opinión no fue el conjunto de pruebas por sí mismo, sino algún testimonio. Por ejemplo el de una mujer en particular, que cuenta en primera persona cómo la hicieron parir en el asiento trasero de un auto sucio con los ojos vendados y esposada.
En la historia que cuenta la película, las pruebas importan muchísimo, pero no es lo único que importa. La construcción de un consenso –de una nueva opinión mayoritaria– está compuesto por mucho más que información. Es multidimensional.
De manera similar, cuando construimos nuestras propias creencias sobre el mundo, la información importa, claro, pero no es lo único que importa. La forma en la que construimos nuestras opiniones se nutre de muchas otras cosas –si no fuera así, no existirían, por ejemplo, los negacionistas del cambio climático–. Creemos que somos objetivos a la hora de sostener aquello en lo que creemos, pero lo cierto es que la manera en la que construimos nuestras creencias es más compleja. Muchas veces, aun cuando se nos presenta información que debería resultar en que cambiemos de opinión sobre algo o sobre alguien –un candidato o candidata, o la efectividad de una política económica, por ejemplo, no lo hacemos.
En un trabajo reciente, Cass Sunstein y otros investigadores lo expresan en términos económicos. Cada creencia, explican, conlleva una utilidad.
Las personas estarán más dispuestas a cambiar de opinión si la utilidad esperada de adoptar una nueva creencia es mayor que la de la antigua. Entonces, explican, el proceso de cambiar de opinión puede ser entendido como el proceso, consciente o no, de medir el valor de una vieja creencia sobre el valor potencial de una nueva.
Las opiniones y creencias tienen utilidad porque sostenerlas tiene consecuencias externas e internas. Entre las primeras, están por caso la aceptación o el rechazo social. Entre las segundas, los resultados cognitivos y afectivos derivados de esa creencia. Por ejemplo, creer que tenemos un futuro brillante por delante –o que vamos a obtener ese trabajo increíble que deseamos– tiene un efecto emocional positivo. Nos hace bien, tiene utilidad positiva.
Cambiar de opinión es costoso. Tener conversaciones saludables en un clima de polarización alta es complejo. Construir consenso es titánico. Argentina, 1985 retrata el momento en el que se produce una nueva opinión mayoritaria. Es una operación que hoy sabemos que tiene consecuencias positivas, colectivas e individuales.
Cuando configuramos nuestras creencias, entonces, sucede un proceso interno de medición y evaluación de costos del que la mayoría de las veces no somos conscientes. En términos de los autores, este proceso puede llevarnos a creer que la creencia con mayor utilidad para nosotros es objetivamente correcta, aunque no lo sea.
Esta explicación puede ser útil en tiempos de polarización política. Si la relación entre la información disponible y nuestras creencias fuera más lineal, quizás podríamos tener conversaciones más sanas. O, si nos volvemos más conscientes de nuestros propios sesgos y entendemos que nuestro proceso de formar opiniones está intermediado por muchos factores, quizás podamos ser menos rígidos ante los argumentos de los demás.
Cambiar de opinión es costoso. Tener conversaciones saludables en un clima de polarización alta es complejo. Construir consenso es titánico. Argentina, 1985 retrata el momento en el que se produce una nueva opinión mayoritaria. Es una operación que hoy sabemos que tiene consecuencias positivas, colectivas e individuales.
Y es un proceso que se vale de información, pero también de emoción y de historias, de momentos extraordinarios llevados adelante por personas-héroes que empujaron la frontera de lo posible y nos abrieron la puerta a ese nuevo acuerdo.