claves. La corrupción, la inseguridad, la desigualdad y la hiperglobalización dan pie a la irrupción de líderes impensados,onda expansiva. El ascenso de Jair Bolsonaro en Brasil trae a la región un fenómeno global, el de los políticos que acceden al poder con posturas antiestablishment y nacionalistas, síntoma del malestar de las democracias
La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos marcó un hito. Un hombre proveniente de la empresa y los medios que desembarcó en la esfera política ganó la candidatura republicana y, con un discurso de línea dura, se quedó con el máximo cargo de la gran potencia mundial de Occidente cuando parecía imposible que eso sucediera. Su perfil outsider y sus propuestas proteccionistas, que demonizaban a los inmigrantes, hoy se consolidan y son el ejemplo más fuerte de una ola de liderazgos que se mueven por los bordes del sistema político tradicional. Un fenómeno que tiene representantes europeos y también latinoamericanos, como Jair Bolsonaro, el controvertido diputado y exmilitar que se perfila para ser el próximo presidente de Brasil.
Populistas ubicados bien a la derecha en lo ideológico, con posturas xenófobas, propuestas nacionalistas y opiniones que escandalizan, los políticos "antisistema" –algunos de ellos outsiders como Trump– ganan cuotas de poder cada vez más grandes alrededor del mundo. Aprovechan un malestar social donde prevalecen el temor, la indignación ante la corrupción y el pesimismo ante la crisis económica, territorio fértil para sus discursos, que prenden en sociedades dominadas por el hartazgo. Con Bolsonaro como favorito para vencer en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas, el fenómeno llegó a la región. En la Argentina, por ahora, una irrupción semejante no parece a priori factible.
"Hay una ola global que expresa descontento, incertidumbre y temor, que lleva a muchos países a buscar candidatos de perfil autoritario. La ola populista de extrema derecha podría ser caracterizada en gran medida por un deseo de votar de una manera antisistema, antiestablishment. Pero, si bien muchos de estos personajes tienen rasgos comunes, es importante identificar las diferencias", advierte Daniel Zovatto, politólogo y director para América Latina y el Caribe de IDEA Internacional.
Una ola poderosa
La lista es larga y recorre distintas geografías, lo que marca el peso de estos liderazgos extremos. "Está Trump, y también diferentes líderes, en su gran mayoría de extrema derecha en el caso de Europa, con claros ribetes de xenofobia y de ultranacionalismo. Van desde Marine Le Pen, en Francia, hasta Matteo Salvini y Luigi Di Maio, en Italia, o Viktor Orban en Hungría, pasando por alternativas de este tipo en Alemania, Austria, Noruega o Dinamarca; también están los Auténticos Finlandeses, y el último caso fue el de los Demócratas suecos. Esto además de los casos de Putin en Rusia, de Erdogan en Turquía y de Duterte en Filipinas. Todos son líderes fuertes con rasgos comunes, como el voto antiestablishment. Sin embargo, en Europa hay dos elementos que no tenemos en América Latina: el odio visceral hacia Bruselas, que es donde se siente que se toman las decisiones, y el tema de la inmigración", analiza Zovatto.
Los populismos de derecha prenden en Europa como una chispa en un bosque seco. El italiano Salvini lidera un gobierno antiinmigrante, conformado por la alianza entre su Liga y el Movimiento 5 Estrellas, fundado por el cómico Giuseppe "Beppe" Grillo; Orban, premier húngaro, manda en su país a fuerza de mano dura, estilo que comparte con el líder turco Erdogan; con sus planteos de ultraderecha, Le Pen llegó a disputar el ballottage francés con Macron; en Suecia, los ultraderechistas de Demócratas de Suecia, liderados por Jimmie Akesson, terminaron en el tercer puesto en los comicios del mes pasado.
Estos fenómenos ponen en jaque a los sistemas democráticos y republicanos tal como los hemos conocido. "Este es un mundo transformado. Las políticas que organizaban el viejo mundo de las clases en conflicto no tienen eco hoy –dice la socióloga e investigadora superior del Conicet Liliana de Riz–. Los electores son monotemáticos, los partidos son cáscaras vacías, la volatilidad, según los temas, es muy grande".
Juan Gabriel Tokatlian, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella, no considera que el nacionalismo sea la única o la principal clave para entender lo sucedido en Brasil, Estados Unidos, Europa y Asia. "Todo aquello que se presumía superado ha regresado con fuerza –señala–. Terminada la Guerra Fría, se proclamaron muchos fines: de la historia, la ideología, la soberanía, la religión, el nacionalismo, la geopolítica, el Estado, la guerra. Hoy todo eso está de vuelta. Y está acá para quedarse pues, de hecho, nunca se extinguió. Ahora lo anterior se produce en un marco de insatisfacción social, incertidumbre económica y fragilidad política, lo que alimenta el resentimiento, la pugnacidad y la fantasía: vemos el auge de las arcadias regresivas, es decir, el retorno a un pasado extraviado donde primarían la armonía, la felicidad y la simplicidad".
Caldo de cultivo
Los líderes de posiciones extremas crecen a expensas del malestar social. "La crisis de las fuerzas políticas tradicionales llevó a que los liderazgos ya no se construyan vía partidos políticos, sino que aparezcan otros instrumentos, como los medios de comunicación y las redes sociales –sostiene María Matilde Ollier, decana de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín–. Por lo tanto, en una ciudadanía hiperconectada como la actual, no hay mediación entre el liderazgo y la sociedad. En este contexto, se ve favorecido el que dice las cosas que la gente siente como problemas más acuciantes. Puede ser la corrupción, la inseguridad o el estancamiento del país. Todos invocan el espíritu nacionalista frente a la hegemonía globalizadora. Así lo hicieron Putin, Trump u Orban. Si la inmigración es un tema, se construyen como liderazgos antiinmigración. Si el enemigo es el narcotráfico y la delincuencia, Duterte, en Filipinas, se pone al frente de los operativos y promete acabar con el narcotráfico y la delincuencia".
El papel de las redes sociales es clave para Trump y Bolsonaro, por ejemplo. "Hay una apelación directa del líder, que viene a ofrecer al pueblo una relación sin ningún tipo de intermediación –dice Zovatto–. Así, se presenta frente a esta situación de descontento, malestar, pesimismo, incertidumbre, temor, como quien viene a dar garantías y seguridad de que, si lo apoyan, se hará cargo de solucionar todos estos problemas de manera rápida y efectiva".
Zovatto compara el "Vamos a hacer América grande de nuevo", de Trump con las promesas de Bolsonaro: "Vamos a llevar a Brasil a una situación donde todo el mundo va a tener empleo, todo el mundo va a tener seguridad, donde no va a haber delincuencia, dice el candidato. Una suerte de Estado idílico, una vuelta al pasado donde todos estarán más seguros y felices. Es una sobresimplificación de sociedades extremadamente complejas".
Trump es el ejemplo más fuerte de político outsider que llegó al poder en esta ola de avance populista. Pero hay antecedentes próximos. Por ejemplo, el caso del italiano Silvio Berlusconi que, como Trump, era un zar de los medios; o el del peruano Alberto Fujimori, hace rato caído en desgracia, que antes de ganar la presidencia en 1990 era un rector universitario sin participación previa en contiendas electorales.
Hasta entrar en el sistema político, el presidente de Francia Emmanuel Macron, que nunca había tenido un cargo electivo, y el presidente chileno Sebastián Piñera, con pasado empresarial, también fueron calificados como outsiders, pero ambos terminaron ingresando en el sistema y jugando con sus reglas.
"Creo que la calificación de outsiders, es decir, emergentes inesperados e intempestivos que no provienen del mundo de la política, se ha convertido en una categoría de análisis empobrecida –dice Tokatlian–. Bolsonaro fue concejal por Río de Janeiro en 1988 y desde 1990 es diputado federal; Jean-Marie Le Pen fundó el partido de extrema derecha Frente Nacional en 1972, y su hija Marie Le Pen preside ese partido desde 2011; el ultrarreaccionario mandatario de Filipinas, Rodrigo Duterte, ingresó a la vida política en 1986 ¿Existen outsiders? Sí, pero no todos los que lo parecen lo son en realidad".
El avance de Bolsonaro
Desde una agrupación política muy pequeña –el Partido Social Liberal– y en un Brasil sacudido por una crisis económica y moral, que vio al expresidente Lula da Silva ir preso por corrupción, Bolsonaro arrasó en la primera vuelta y los sondeos para el ballottage lo dan como el nuevo presidente ¿Qué condiciones se dan para el éxito de este exmilitar que, en distintos momentos de su trayectoria se animó, entre otras cosas, a llamar "escoria" a los refugiados y a afirmar que "sería incapaz de amar a un hijo homosexual"?
"Bolsonaro no es un outsider de la política, tiene casi 30 años de parlamentario –observa De Riz, que elaboró el informe Misión Electoral Brasil 2018 para la organización Transparencia Electoral–. En Brasil hay factores combinados de una manera específica, pero que también están presentes en la región y en gran parte de las democracias occidentales. Problemas de inseguridad críticos, un escándalo de corrupción tan brutal que se transforma en una crisis moral de pérdida de la confianza en la dirigencia política, y todo en medio de un estancamiento del crecimiento económico. Este cóctel desemboca en una gran frustración social y genera un contexto históricamente propicio al surgimiento de salvadores carismáticos o de justicieros que vienen a cortar cabezas y a poner orden".
Para Zovatto, son fundamentales la crisis económica, la inseguridad, la caída en desgracia de los partidos grandes opositores al Partido de los Trabajadores (PT) y el desprestigio del movimiento de Lula. "Hay un fuerte sentimiento antipetista. En 2015 y 2016, el PBI perdió más del 8%; ahora hay una muy anémica recuperación del crecimiento económico y un aumento del desempleo. A eso hay que agregarle los casos de corrupción y la violencia, que produjo casi 64.000 muertes en 2017. En ese caldo de cultivo están las condiciones para que un personaje como Bolsonaro pueda irrumpir. Y lo hizo montado sobre el descontento y la ola anti-PT", sostiene.
¿Una variante a la argentina?
Que Bolsonaro se imponga en Brasil no es inocuo para la Argentina. Es inevitable que se agite el avispero de este lado de la frontera y se debata sobre la posibilidad, o no, de que en nuestro país surja una fuerza imparable con un candidato extremo que termine ungido como presidente. Según de los especialistas, ese escenario no parece probable.
En las últimas semanas, el nombre de Marcelo Tinelli sonó para alguna candidatura, por ahora totalmente indefinida. El conductor califica claramente como un outsider de la política, pero el suyo no sería un desafío antisistema.
"No creo que en la Argentina fuerzas de derecha como la de Bolsonaro tengan chance de hacer la diferencia. Si el oficialismo se debilita, hay alternativas dentro del sistema –señala el analista político Sergio Berensztein–. Al margen de los Tinelli de este mundo, que no creo que amenacen el orden democrático. Más bien todo lo contrario. Tinelli responde a parámetros tradicionales de una política que busca una figura mediática para suplir su incapacidad de tener alternativas competitivas, como sucedió en los casos de Palito Ortega o de Carlos Reutemann".
Berensztein repasa algunos nombres entre los gobernadores peronistas. Si bien algunos de ellos tienen un perfil "autocrático", como los calificó en una reciente columna publicada en la nacion, no les ve posibilidades electorales. "Los dos gobernadores que tienen características autocráticas son Gildo Insfrán, de Formosa, y Gerardo Zamora, de Santiago del Estero. Ambos tienen cero chance de llegar al poder. En San Luis, los Rodríguez Saá son autocráticos, pero duraron una semana cuando estuvieron en el poder [por la efímera presidencia de Adolfo Rodríguez Saá en 2001]. Hoy no aguantarían un round. Me parece que estamos ante una sociedad que ha desarrollado, a los golpes, anticuerpos bastante resilientes a las amenazas autoritarias conocidas", analiza.
El caldo de cultivo brasileño en el que se cocinó el fenómeno Bolsonaro no se replica en la Argentina. "Bolsonaro es Brasil, orden y progreso. Tenemos muchas diferencias. En Brasil no hubo peronismo; nosotros no tenemos la misma capacidad de movilización de la clase media; nuestros militares están subordinados al poder político porque Menem les dio el indulto, porque los carapintadas tuvieron que disciplinarse, porque no hay servicio militar obligatorio y porque su desfinanciamiento es fenomenal. Bolsonaro es muy singularmente un fenómeno brasileño", afirma De Riz.
Un gobierno aún joven
"No veo hacia las elecciones de 2019 la posibilidad de un candidato como Bolsonaro –dice Zovatto–. El clima de descontento, de mala situación económica, de indignación por la corrupción, de inseguridad, está presente, pero las diferencias son muy importantes. En primer lugar, gran parte del fracaso en Brasil se le asigna al PT, que gobernó 14 de los últimos 16 años. En la Argentina, si bien hay una mala situación económica, este Gobierno lleva apenas tres años. Segundo, la corrupción no se la asigna a este Gobierno, sino al anterior. El núcleo que apoya al Gobierno es un núcleo duro. Y el sector que apoya a Cristina, también. Tenemos dos tribus de voto muy duro. Por lo tanto, no veo la posibilidad de la irrupción de un outsider o de un candidato tal como el que se está dando en Brasil. Allí colapsó el sistema de partidos y apareció este candidato totalmente antisistema".
Para Tokatlian también los escenarios son muy distintos: "Acá hay un sentimiento aún muy amplio contra la desigualdad y las jerarquías impuestas; una convicción a favor de los derechos que atraviesa muchas capas sociales; los militares no han constituido ni constituyen un ‘poder moderador’, como les gusta autoasignarse en Brasil; hay problemas reales de inseguridad, pero mientras que Brasil tiene una tasa de homicidios intencionales de 30,8 cada 100.000 habitantes, la de la Argentina es de 5,2; el sistema de partidos clásicos está erosionado, pero no colapsado como en Brasil".
Ollier encuentra en la existencia del peronismo un factor central para que un Bolsonaro argentino resulte algo improbable. "La emergencia de estos liderazgos requiere de la existencia de ciertas condiciones. Así apareció Aldo Rico, en otros tiempos y sin redes sociales, aunque no fue exitoso. En la Argentina existe un espacio político que engloba a todas las expresiones del nacionalismo, de izquierda a derecha, y ese espacio es el peronismo. Eso limita las chances de un Bolsonaro", destaca.
El próximo domingo, Bolsonaro tendrá su mano a mano en las urnas contra el candidato del PT, Fernando Haddad. Cuenta con grandes chances de ganar y, así, sumarse a la lista de líderes que llegan al poder con un discurso que arremete contra el sistema político tradicional. En este caso, con el agregado de que eso sucederá en el país que es el principal socio comercial de la Argentina y cuyas circunstancias siempre repercuten de este lado de la frontera.