Nostradamus y el Rey del Terror
Por Orlando Barone
YA hay quienes, influidos por la tendencia de acatar como ciertas las increíbles profecías de Nostradamus, creen ver su más espantosa prueba en los tres penales errados por Palermo y su consecuencia en la caída de las acciones de Boca en la Bolsa. Otros, más desesperados, basan su temor en el encuentro de tres mil banqueros en el Sheraton, todos juntos dándose cuerda, y en los oscuros augurios que proclama Cavallo si no les hacen caso a sus recetas, fértiles en todo: en frutos y en víctimas.
Según la contratapa del diario español El País del sábado 3, el fenómeno de adhesión que despierta en Japón el astrólogo y médico francés del siglo XVI Michel de Nostre-Dame hizo vender en la última década más de diez millones de ejemplares de libros que aluden a sus experiencias esotéricas.
El que suscita más inquietud es sin duda el de Ben Goto, escrito hace treinta años y que lleva como título La destrucción de la humanidad en julio de 1999 . Aunque esta última palabra -humanidad- trae algún alivio: no se podría afirmar que se refiere a los habitantes de este mundo. En la interpretación del modisto Paco Rabanne, en el umbral del retiro de la alta costura y, por lo que se ve, también del mundo racional, el colapso sucedería el 11 de agosto. Ese día caería sobre París, en pedazos, la estación orbital rusa Mir. Ya debe de haber otras ciudades competitivas, como Nueva York, Madrid, Roma y Londres, que empiezan a especular gozosamente cuánto les aumentaría a ellos el ingreso turístico desplazado, en caso de que aquello ocurriera. Confían menos en la profecía que en los astronautas distraídos con el vodka. Si la Mir, por un milagro y a pesar de los rusos, no cae, el alcalde del departamento de Gers demandaría a Rabanne por daños y perjuicios.
Los argentinos, proclives a creer y descreer en profecías con igual adhesión y olvido que aplican a tantas otras cosas, no se sienten tan ligados al astrólogo maldito que predijo a mediados del 1500 "que en el año 1999, mes séptimo, descenderá de los cielos el Rey del Terror; y antes y después, Marte reinará". Sería demasiado intencional adjudicarle metafóricamente el rol del Rey del Terror a los dislates que se dicen, día tras día, respecto de qué será de la sociedad humana dentro de un trimestre cuando no saben qué será de ellos cuando acaben el discurso.
Ninguno de los augures que suben al estrado económico podría asegurar que el auto que dejó estacionado tiene, al salir, pegada aún la oblea del escándalo; ni si cuando terminó de proponer la vagarosa abstracción de la tercera vía -que no es más que un deseo piadoso de que el tigre cebado deje de comer gente- ya ha sido dejado cesante, o es buscado por la policía como cualquier banquero á la page que se precie.
Especular con la idea de ser amenazados por el anuncio de Nostradamus resulta hoy menos aterrador que aquel célebre furcio del peronista Deolindo Bittel, que en 1983 anunció lo más campante que entre liberación y dependencia la opción era la dependencia. Pero mientras todos se reían de su error, él, sin querer, estaba acertando. Hace un cuarto de siglo Perón se le había adelantado: advirtió, sabiendo que iba a ausentarse, que "el año 2000 nos encontrará unidos o dominados". Fue un visionario. Su sucesor, Menem, no lo fue menos: dijo que lo siguieran y lo siguieron más que a nadie; no dijo adónde había que seguirlo y cumplió su promesa. Incluso, hay gente que cree que La Meca, y más ahora que nevó, es Anillaco.
La rencorosa predicción del titular del Banco Central, Pedro Pou, de que pronto empezarán a caer más bancos no es menos oscura que la del presidente de la Nación al afirmar: "La tercera vía no lleva a ninguna parte". El debe de tener la información de que no hay vías. Ni siquiera ya hay primera ni segunda: hay una explanada totalitaria y monotemática donde compiten en igualdad de oportunidades individuos desnutridos y andrajosos contra arquetipos atléticos entrenados con dieta balanceada, y tecnología de punta que va envejeciendo a medida que se instala, contra tecnología a mano que nace envejecida. Los fabricantes de aquélla se relamen; los de las manualidades se resignan desde la cuna. Cuando piden el chupete les dan el dedo o chupan el suyo.
En la iconología antigua, julio era considerado un mes fructífero, y era el número quinto y no el séptimo; en la actual es el mes dedicado a las vacaciones de los prósperos, porque en verano sale cualquiera, aunque sea a tomar fresco a la calle. Es lógico que el astrólogo francés haya elegido julio, ya que su mejor profecía fue la del 2 de julio de 1566. Ese día le dijo a su ayudante: "No me verás vivo en el crepúsculo". Y cumplió muriéndose naturalmente. Lo presentía desde la mañana, cuando le habían acercado un espejo a su lecho de enfermo y al mirarse la cara, Nostradamus se dio cuenta de que no tenía chance. Para algo era médico. Si viviera en nuestros días, no haría profecías planetarias: haría escalofriantes profecías económicas.
Y siempre acertaría.