¿Nos hemos vuelto tan descuidados?
No siempre Internet es responsable de todo, por lo menos en lo que se refiere a ciertas erratas y errores que aparecen cada vez más frecuentemente en los textos escritos. La profesora Delia Malamud Rubens, lectora de Línea directa, se ha tomado el trabajo de anotar una serie de ejemplos tomados de este diario para aportar a esta columna, con el título de "Demasiados descuidos", el 4/9. "El sábado 25/7, en el artículo «La propina, el eterno dilema que provoca discusiones y coincidencias», se dice al final que una de las entrevistadas recuerda: «¡Hace muuuuchos años *planteé a un chico porque no dejó propina!» ¿Planteó o plantó?"
Ese mismo día, pero en la versión papel, Malamud Rubens encuentra que en una entrevista al actor Peter Lanzani se escribe: "«Mi personaje es un chico que viene de una familia bien y que tratando de *revelarse cae en un problema de drogas». ¿Revelarse o rebelarse?" La lectora concluye: "¡Los correctores informáticos no piensan! Es obvio que, antes que releer, algunos redactores prefieren una pasada del corrector informático".
Los correctores informáticos no piensan, es cierto, pero a veces se rebelan y escriben sus propias líneas, eso lo saben muy bien todos los que envían mensajes de texto o escriben en Facebook. Ocurre que no siempre hay posibilidad de reeditar o el cambio fue tan rápido que ya está enviado el mensaje o publicado el artículo.
Insistimos, no se trata de disculpar a nadie, pero es cierto que, como recuerda Alberto Borrini en un reciente mail dirigido a esta columna -cuyo tema es "Palabras e inflación", no estaría mal aplicar ciertos remedios: "Lo malo de la degradación del lenguaje es que necesitamos las palabras para entender el mundo y entendernos entre nosotros. La inquietud parece ser actual pero viene de lejos. Acabo de comprobarlo gracias a una frase de ese gran aforista alemán que fue Lichtenberg, escrita hace casi tres siglos: «No estaría mal un manual de primeros auxilios para escritores». Sí, para tenerlo a mano en el botiquín con las aspirinas y los digestivos".
Efectivamente, viene de lejos y nadie está exento. Veamos si no lo que ocurre cuando otro lector, lingüista además, decide, con un lápiz a mano y mucho tiempo disponible, releer las distintas versiones del Diccionario de la Real Academia Española. Alcides Calla, lingüista boliviano, ha dedicado los últimos 30 años a revisar el DRAE en su versión papel y ahora también digital, y ha encontrado errores de ortografía, de sintaxis y de semántica, según lo explica en una entrevista publicada el viernes pasado en el periódico El Deber, de Santa Cruz de la Sierra (http://bit.ly/1NucCdq).
Calla advirtió más de 1500 errores entre las versiones de 1984, 1992 y 2001; en la última, la de 2014, ya ha encontrado un faltante desde el prólogo: "En el prólogo mencionan que esta edición incluye guineanismos (términos de Nueva Guinea), pero si uno busca en el Diccionario la palabra «guineanismo», no la encuentra", señala. Con respecto a su análisis de la versión en línea, ya descubrió 2472 errores, que por ahora se mantienen.
Toda obra humana es perfectible. Si en la última edición en papel del DRAE (2312 páginas, en dos tomos) Callas encontrara tantos errores como en la digital, por ejemplo, esto solo probaría qué cerca estuvieron los académicos otra vez de alcanzar el ideal. Ellos y los editores que hicieron realidad este moderno "manual de primeros auxilios", que ningún hispanohablante debería dejar de consultar toda vez que dude.
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