Nos encontramos en una transición hacia “el fin de la pandemia”
El gobierno norteamericano anunció que levantará la emergencia sanitaria a partir del 11 de mayo; el fenómeno del Covid precipitó cambios de naturaleza multidimensional: culturales, sociales, económicos y políticos
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Su llegada implicó un shock intempestivo, pero su retirada está siendo gradual y aun planificada: nos encontramos en una transición hacia “el fin de la pandemia”. El gobierno norteamericano anunció que levantará la emergencia sanitaria a partir del 11 de mayo. La posdatación no es caprichosa: busca evitar que los estados con más dificultades pierdan de un día para el otro el financiamiento vinculado con estas condiciones especiales. Es importante readaptar procesos en función de la próxima etapa, en la que el Covid-19 se transformará en una enfermedad endémica, similar a la gripe. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha decidido mantener por un tiempo sus programas de ayuda a los países más pobres, aunque admite que el fin de ciclo es inevitable.
Paralelamente, las comunidades epistémicas (científicos, médicos, profesionales y funcionarios especializados en diferentes aspectos de la salud pública) que más contribuyeron a enfrentar el durísimo capítulo que por fin se está cerrando sumaron aprendizajes y lecciones para prepararse para la próxima pandemia. En este sentido, existe el consenso de que han ocurrido (o están aún sucediendo) cambios de naturaleza multidimensional precipitados a partir de la sorpresiva aparición de este fenómeno, en especial en términos culturales, sociales, geopolíticos, económicos y de política doméstica. Y aunque parece prematuro extraer conclusiones determinantes, es evidente que nacieron, o al menos se potenciaron, nuevos valores, prioridades y formas de vida. Focalizaré mi análisis en las dos primeras cuestiones (culturales y sociales).
En una primera etapa, con una comprensión muy acotada de la gravedad y las características del fenómeno y ante el comprensible miedo generalizado de la población y de las autoridades, hubo una tendencia a implementar medidas extremas, muy costosas, que en un número de países fueron transitorias, como los cierres de fronteras (incluso interiores), la suspensión de la presencialidad en escuelas y universidades, las interminables cuarentenas y la ayuda a empresas y familias para paliar la caída en sus ingresos. El objetivo era muy claro: reducir el número de víctimas hasta que estuvieran a disposición las vacunas o se desarrollaran medicamentos efectivos. Estas decisiones, imprevistas, derivaron en un notable incremento del gasto público financiado con deuda y emisión monetaria, lo que explica la aceleración inflacionaria contra la que la Reserva Federal de Estados Unidos y el resto de los principales bancos centrales del mundo libran una lucha franca y con algunos resultados alentadores.
Por primera vez en cuatro décadas, el mundo desarrollado volvió a hablar de la inflación. Esto viene generando una ola de tensiones y protestas sociales (como las que vemos estos días en el Reino Unido): las nuevas generaciones no tienen experiencia de lidiar con fenómenos de esta naturaleza. Para peor, durante más de una década (desde la gran crisis financiera internacional de 2008/2009) vivimos una etapa de tasas de interés extremadamente bajas que expandieron el consumo y en muchísimos casos también el acceso a la vivienda. Toda esa burbuja parece haberse pinchado y la nueva realidad se asemeja un poco más (aunque, en términos comparativos, se trata de dosis homeopáticas) al desastre sistemático al que los argentinos debimos sobreadaptarnos.
Otro cambio social profundo lo constituye el nuevo paradigma respecto de buscar un balance entre vida privada y desarrollo profesional o laboral, que implica, entre otras cosas, que mucha gente prefiera más flexibilidad en el manejo de los tiempos y de la presencialidad, como el que implica el denominado “trabajo híbrido”. Por supuesto que en los países pobres la prioridad por conseguir un trabajo digno y bien pago continúa predominando, pero en las economías más desarrolladas se generalizaron concepciones hasta hace poco características de las generaciones más jóvenes, donde se pondera como objetivo primordial el tiempo libre y pasan a un segundo plano la cultura del esfuerzo y el éxito material o financiero. Esto impacta en la lógica del consumo de transporte, en la vitalidad de los suburbios versus la decadencia de los centros comerciales en los grandes centros urbanos y hasta en los hábitos de vestimenta, donde se visualiza un vuelco hacia prendas más cómodas e informales.
Por otro lado, la pandemia aceleró una especie de revolución en el campo de la ciencia y la investigación aplicada y produjo un reposicionamiento del prestigio de la salud pública en general y de los laboratorios en particular. Buena parte de los recursos científicos dedicados a la investigación interrumpieron su rutina para reorientar esfuerzos en solucionar distintos aspectos vinculados a la pandemia, incluidas en especial las vacunas. En una encuesta reciente llevada a cabo en EE.UU. por Pew Research, los médicos encabezan el ranking de actores a los que la sociedad les tiene confianza, por encima de las fuerzas armadas, los científicos, la policía, los directores de escuelas públicas, los líderes religiosos o los periodistas.
Rara vez las cuestiones de salud pública conseguían visibilidad mediática, excepto algunas reformas específicas como las que intentaron Bill y Hillary Clinton a comienzos de la década de 1990 o, 15 años más tarde, el denominado “Obama Care”. El cambio es profundo. Muchos países están reevaluando prioridades de sus presupuestos y la eficiencia de sus sistemas de salud, que quedaron en muchos casos “estresados” por la postergación de tratamientos y cirugías que implicó la pandemia. El gasto público alcanzó niveles formidables en 2020: según la OMS, los países de ingresos bajos lo incrementaron en un 19%, contra un 15% de los medios bajos, un 8% de los medios altos y un 11% de los altos. En buena medida esto está sujeto a revisiones detalladas, pero siempre aparecen tensiones, pues parte de esas fuertes expansiones suelen ser muy difíciles de revertir.
Curiosamente, el protagonismo político y mediático que lograron muchos médicos y científicos los convirtió en personajes populares, aunque no faltaron polémicas y escándalos fruto de esa visibilidad. Entre los casos paradigmáticos, el del prestigioso doctor Anthony Fauci, titular del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE.UU., que debió lidiar con el negacionismo y la improvisación que caracterizaron a la administración Trump en relación con la pandemia. En contraste, el escándalo del vacunatorio vip en la Argentina y el tal vez injusto ocaso de Ginés González García, hasta ese momento un especialista reconocido y respetado. Otro caso muy interesante es el de Fernán Quirós, que aparece desde la segunda mitad de 2020, según encuestas sistemáticas de D’Alessio IROL-Berensztein, como uno de los dirigentes con mejor imagen a nivel nacional. Esto lo ha convertido en precandidato a jefe de gobierno en la ciudad de Buenos Aires. La extitular de la cartera de salud de Tucumán y actual diputada nacional Rossana Chahla será candidata a intendenta de la capital provincial por el FDT. Aquellos aplausos iniciales con los que de manera espontánea mucha gente mostraba su gratitud al personal médico y paramédico dio lugar a un salto extraordinario en el prestigio de una profesión que en nuestro país atraviesa una crisis existencial y un proceso de proletarización y pauperización sin precedentes.