Norman Mailer: "La estupidez es la enfermedad de EE.UU."
El gran escritor estadounidense, que a los 87 años acaba de donar a la Universidad de Austin su archivo completo de ensayos, cartas y materiales sin publicar, reitera sus feroces críticas a Bush
AUSTIN.- Luchando por recorrer los pasillos interminables del Harry Ransom Humanities Research Center de la Universidad de Texas, en Austin, Norman Mailer, de 82 años y visiblemente dolorido por la artritis, se toma descansos periódicos en bancos que encuentra en su trayecto. Necesita dos bastones de madera para movilizarse, pero está decidido a no abandonar el tour ni mostrar debilidad. "Si me ofrecieran una silla de ruedas -le dice Mailer desafiante a su esposa, Norris Church Mailer-, la rechazaría. Lo sabes, ¿verdad?".
El motivo por el que Mailer está en Austin, acompañado por su sexta esposa, es en primer lugar financiero. Ha vendido su inmenso archivo -cartas, manuscritos y ensayos que forman un incomparable registro de seis décadas turbulentas en las que Mailer ha sido una de las figuras culturales más importantes de la segunda mitad del siglo XX- al Ransom Center, por 2,5 millones de dólares.
Si bien Mailer nació en Nueva Jersey, fue criado en Brooklyn, educado en Harvard, peleó en la Segunda Guerra en las Filipinas y ahora vive en Provincetown, Massachussets -en la punta en forma de rulo de Cape Cod-, su viaje a Austin era importante. Separarse de docenas de guiones de cine y cuentos, una novela sin publicar, libros de recortes, fotos de familia y recuerdos preciosos fue como si un jugador profesional dejara todas sus fichas en la caja y dijera: "Cuente y págueme".
Mailer siempre ha tenido el aire de un callejero de Brooklyn. La venta de su archivo fue sólo la última entre sus jugadas. Los papeles que le vendió al Ransom Center ahora estarán junto a los de talentos literarios tales como Tennessee Williams, Arthur Miller, Don DeLillo y Graham Greene. "Es como ser cremado", bromeó, viendo las filas de cajas de archivo.
Mailer está llegando al final de una vida valiente y salvaje. Ha vivido largo tiempo en situaciones extremas, destruyendo las reglas y saliéndose de los límites del decoro literario. Llegó a la madurez en el tiempo de la Guerra Fría, cuando las ideas importaban y los intelectuales de Nueva York eran el centro de la vida imaginativa de la nación. A la par de producir más de 40 libros, también dirigió películas y escribió obras de teatro. Fue cofundador del Village Voice, el primer semanario alternativo de Estados Unidos y fue candidato a alcalde de Nueva York. Se peleó a golpes en programas de televisión. Atacó blancos que lo justificaban, tales como la creciente cultura de la conformidad, y mostró tener un juicio cuestionable a la hora de atacar a otros, como la guerra contra el feminismo que libró durante gran parte de la década del setenta. Se casó con seis mujeres, se divorció de cinco y acuchilló a una de ellas. Fue casi como si nunca pudiera decidir si quería ser el mayor novelista norteamericano o su personaje más objetable.
Pero Mailer se irá tarde o temprano y la vida artística estadounidense parecerá menos interesante.
Lo alcanzo a Mailer en el Teatro B Iden Payne de la Universidad de Texas, donde habla ante un auditorio de 400 personas. Aunque no aparece tanto en la tevé como antes, es popular aun en los campus universitarios, siendo su análisis de la administración Bush quizá tan devastadoramente brutal como el de cualquier orador en el circuito de conferencias de alto nivel cultural. Hubo un run run de anticipación al estilo de un concierto de rock cuando entró en el auditorio, se sentó en un taburete de madera y miró sonriente a la luz azulada del reflector, sus cejas grises pobladas y su entrecejo fruncido con gesto extraviado triunfal. Estaba claro que no había venido a hacer arrumacos. Alentado por el auditorio claramente aprobatorio, lleno de partidarios demócratas, Mailer descargó una sucesión de golpes antiBush. Consideró al 43° presidente "estúpido", "ingenuo" y un miembro "esencialmente malvado" de una red de viejos compinches.
La historia juzgará el "¿Why Are We at War?" ("¿Por qué estamos en Guerra?" - 2003) de Mailer como una de las críticas más radicales escritas contra Bush. Sostiene que la campaña neoconservadora a favor de la guerra contra Irak fue motivada por la esperanza de construir un nuevo Imperio Americano, usando una "inmensa presencia militar" en Medio Oriente como "cabecera de puente para dominar el resto del mundo". "Bush es un hombre que cree en el poder del fundamentalismo como fuerza política", sostuvo Mailer, y "también reconoció que la guerra es la mayor impulsora del fundamentalismo que puede haber, porque insiste en la creencia de que el propio país no comete errores y que la vida de una persona en su país vale por las de 10 o 20 o 30 personas en otros países."
El día después de la conferencia, nos encontramos con Mailer para almorzar en un hotel pequeño en la calle Río Grande. "La estupidez es la enfermedad estadounidense", me dice mientras tomamos una sopa. "Y Bush es el maestro entre sus practicantes. Es inepto para hablar el inglés. Y una de las cosas que creo necesarias para la salud de la democracia -para que sea vibrante- es el uso del lenguaje. Creo que lo que ha hecho que Gran Bretaña siga siendo una democracia a pesar de todos sus absurdos y los peores aspectos del imperialismo es Shakespeare. Es el amor al idioma inglés, lo adoran, lo respetan y viven con él. Y ésa es la clase de cosas por la que es correcto vivir? Pero por el otro lado está Bush con su lenguaje estadounidense de burro muerto. Creo que es imperdonable. Elige ser estúpido."
La guerra de Mailer
Mailer apareció explosivamente en la escena allá por el verano de 1948 con su primera novela, Los Desnudos y los Muertos. Siendo estudiante en Harvard, había escrito medio millón de palabras, frecuentando bares irlandeses de Boston para captar en una prosa exigente el ritmo variado de la carrera por la subsistencia. A los 20 años ya había escrito una novela, No Percentage (Ningún porcentaje), sin publicar, que ahora forma parte de los "Papeles de Mailer" en Austin.
La Segunda Guerra Mundial transformó a Mailer en un escritor de primera, proveyéndole del material de la guerra en el Pacífico para Los Desnudos y los Muertos. Incorporado al ejército en 1944, fue asignado a la 112 División de Caballería en Filipinas y Japón, como topógrafo de artillería de campo, francotirador y ocasionalmente cocinero. La génesis de la novela fueron las largas cartas que escribió a su primera esposa, Beatrice Silverman. "Salir de patrulla todos los días bajo el sol de Filipinas, cargando una pesada mochila en la espalda, la fatiga y la diarrea siempre presente y sintiéndome terriblemente mal en general, terminó con cualquier deseo que pudiera tener de acción y aventura -escribió-. Y también sentía que me iban a matar: estaba convencido emocionalmente de ello y ya no me importaba nada que pudiera suceder."
Vinieron los elogios a mares por Los Desnudos y los Muertos. Fue considerada la Gran Novela de la Segunda Guerra Mundial. Y si bien mantener ese título se volvió difícil, aún figura entre las mejores.
Negándose a ser encasillado o presionado, Mailer siguió su camino, y se aventuró ruidosamente en áreas tabú tales como la sexualidad freudiana y la autoconciencia sociopática dostoievskiana. "La ambición de un escritor como yo -escribió Mailer en Advertisements for Myself (Publicidades para Mí Mismo)- es volverme consecutivamente más disociador, más peligroso y más poderoso". Con el combustible de la droga Seconal, marihuana y mucho sexo, Mailer se convirtió en el irresistible peso pesado del ambiente literario de Nueva York, lanzándose al submundo bohemio en busca del prototipo heroico: el hombre existencial. Era el campeón de la gente "hip" (piola) por sobre los "cuadrados, los desviados por sobre los estudiosos, los rebeldes por sobre los políticos".
Su viaje al underground de la era Eisenhower culminó en 1957 con la publicación de su ensayo "El negro blanco". De pronto, Mailer se encontró siendo la encarnación de la ira y la felicidad y el orgasmo. "Por lo que había una nueva raza de aventureros urbanos que salían por la noche en busca de acción con los códigos del hombre negro para entender los hechos -escribió Mailer-. El hombre ?hip´ había absorbido las sinapsis existencialistas del negro y para todo propósito práctico podía considerárselo un negro blanco". El ensayo de Mailer dio en un nervio expuesto. De la noche a la mañana se convirtió en el Juan el Bautista de la creciente contracultura. Se estableció rápidamente una amistad con el triunvirato de Jack Kerouac, William S. Burroughs y Allen Ginsberg. Hoy, aunque extraña el espíritu de la Generación Beat, Mailer no teme ser duro con sus antiguos cofrades. Considera que la mayoría de los títulos de Kerouac son cosas menores, aunque aún piensa que On the Road (En el Camino -1957) es un clásico.
El escritor beat del que Mailer estaba más próximo era Ginsberg. Pero sus recuerdos de sus tiempos compartidos son contradictorios. "Era un poco loco, en un mal sentido -dice Mailer-. Nunca se sabía cuando Allen el Huno iba a imponerse". En 1979 fue el padrino de Ginsberg para que se lo hiciera miembro del Club Nacional de las Artes en Nueva York. "El club era dirigido por una cantidad de señoras mayores y eran muy dulces -dice-. ¿Qué hizo Allen? Vino al club y se echó un discurso homosexual absolutamente salvaje, a los gritos. Yo estaba sentado junto a la principal de las mujeres del Club de las Artes. Hacía pequeños ruidos, como si quisiera gritar pero le faltara el aire. ¡No sé si Allen le dio dos años más de vida o le quitó cinco!"
Tal como sucedía con los escritores de la generación beat, las provocaciones se convirtieron en una marca registrada de Mailer. Pero nunca fue una verdadera figura contracultural; más bien se trataba de que podía moverse libremente entre todos esos mundos diferentes. Eso formaba una parte importante de su genio sin cultivar: podía codearse con los intelectuales judíos y los poetas de Harlem, con la gente "hip", los beats o los hippies. Pero nunca se convirtió realmente en miembro de ninguno de estos grupos, porque se sentía personalmente bendecido por Dios con más talento que cualquiera de ellos.
Le gustaba pensar que su carácter escandaloso excedía al de Gore Vidal, James Baldwin o James Dean. En 1958 apareció en un show televisivo llamado Night Beat y dijo que el presidente Eisenhower era "un poco mujer". Se produjo una conmoción: miles cuestionaron su patriotismo y su sanidad mental. "La Casa Blanca realmente investigó el comentario -recuerda Mailer-. Pidieron la grabación. Era su manera de presionar al artista. Pero recuerdo que mi segunda esposa, Adele, salió después del show y dijo: ?Bueno mañana estaremos muertos. Pero valdrá la pena.´ Ese era el ambiente: de temor macartista."
En 1969 ganó el premio Pulitzer por Los Ejércitos de la Noche, su novela que narra hechos reales. Era un manifiesto impactante lleno de humor grosero y angustia existencialista, versión libre de una manifestación masiva contra la Guerra de Vietnam que marchó sobre el Pentágono. Por ser un escritor tan asociado con las manifestaciones de los sesenta, Mailer tiene escaso gusto por la música de esa era, en particular la de Bob Dylan. "No me gusta Bob -me dice en el almuerzo-. Estuvo en nuestra casa en una fiesta hace muchos años y era un pequeño hijo de puta que despreciaba a todos, muy creído de sí mismo. Siempre consideré que sus versos eran por supuesto incuestionablemente buenos, no hay nada que decir sobre eso. Pero realmente creo que tiene una de las voces más pobres que he escuchado en un cantante importante. Su poesía no es mala. No hay duda de que influyó en toda una generación. Pero eso solía preocuparme también. Pensaba que con esa burla ligeramente malévola y esa confianza infundada -la idea de que el ?viento soplaría´ y ?se encargaría de toda la gente mala´- toda esa tontería era peligrosa. Era muy, muy tonta."
Un columnista señaló que Mailer podía "meterse en problemas en una cabina de teléfono". A medida que se hizo más famoso y su conducta más extravagante, su vida comenzó a pesar más que su trabajo. El epítome de un forajido literario ha tenido serios choques con la policía, incluyendo cuando apuñaló a su segunda esposa, Adele, en 1960; se hizo arrestar por una cuenta en un bar; su cuarta esposa lo acusó injustamente de "trigamia"; y pasó varios meses tratando de evitar que se lo acusara de contrabandear hachís.
La voz de Dios
Una noche en un hotel de París abrió una Biblia de los Gedeones y comenzó a leer. Al leer la antigua sabiduría de Mateo, se desencantó. "No me sonaba cierto -dice-. Los apóstoles malinterpretaron las palabras de Jesús. Como hombre, Jesús no hablaba de la manera que le atribuyeron Lucas o Juan. Ni siquiera conocieron a Cristo. Por lo que allí mismo decidí escribir una novela en primera persona con la voz de Jesús". En The Gospel According to the Son (El Evangelio según el Hijo - 1997), Mailer, sin vacilar, creó su propio Cristo, un hombre que recorría un espectro que iba desde el valiente guerrero hasta el misántropo que duda de sí mismo.
Si bien el libro recibió algunas críticas extraordinarias -John Updike lo consideró "calladamente penetrante" y "fresco"-, su publicación fue en gran medida considerada un fracaso. La crítica más dura fue de la legendaria Michiko Kakutani del New York Times, que lo llamó "un libro tonto, que se da aires y a veces sin darse cuenta termina siendo cómico". Pasada casi una década, las heridas aún están abiertas y el enfrentamiento de Mailer con Kakutani sigue siendo extremadamente público. "[Es] una kamikaze -plantea Mailer, con un gesto burlón en su rostro malévolo-. Desprecia a los escritores blancos y soy su blanco favorito".
Me preguntaba si Mailer pensaba que ir a la iglesia -aunque no fuera el tema implícito del Canto del Verdugo- podría ser una herramienta útil para encontrar a Dios. No vacila: "Mis opiniones sobre la religión organizada no son demasiado publicables". Aunque Mailer es judío, siempre ha luchado en contra de que se lo encierre en un gueto como "escritor judío", tal como sucede con Philip Roth. Con voluntad maniática ha insistido en que es un "novelista estadounidense", sin aditamentos.
Dada su larga y distinguida carrera como escritor constantemente debatiéndose con Dios y con el Diablo, decidido a escribir su propia La Guerra y La Paz (o al menos Moby Dick), la parte más triste de mi encuentro con Mailer es comprender que su búsqueda al estilo de Ahab de la Gran Novela Estadounidense se acabó. Piensa que ya es demasiado tarde. "Ya no trato de escribir la Gran Novela Estadounidense -admite-. Es un esfuerzo que me exige demasiado. Ya no puedo viajar". Entonces señala sus bastones. "Ya no sirvo ni para ir de A a B".
Le pregunto por la novela en la que está trabajando. "Estoy en un punto raro -dice-. Tengo 700 páginas escritas. Como le digo a todo el mundo: ?si me pisa un camión, publíquenla´. No es perfecta porque no está equilibrada aún. Pero funciona".
Hoy Mailer cree que la gente "hip" de los cincuenta y los hippies de los sesenta son reliquias culturales. "¿algo así como que se han ido, verdad?" pregunta retóricamente al acabarse nuestro almuerzo. "Creo que eso se esfumó, se agotó. El factor dinero se impuso. En el mejor de los casos se puede decir que la mitad o un tercio de los jóvenes estadounidenses son algo así como hip light". Pero Mailer el incorregible, el abuelo de los "hip", persiste. El "Gran Bucanero" es ahora "el último bucanero".
Traducción de Gabriel Zadunaisky.
© LA NACION y The Independent