Nocivo capitalismo de amigos
La Argentina tiene una historia de gobiernos débiles y regímenes fuertes. Lo malo es que los gobiernos débiles no consiguen terminar su mandato ni llevar adelante, cuando la tienen, su agenda de renovación política, económica y social, como fue el caso de Arturo Frondizi. Lo malo es que los regímenes fuertes logran prolongarse, centralizar el poder en un personalismo insoportable, neutralizar el Parlamento y condicionar la Justicia, y solo entregan el poder cuando su mala administración de lo público deja en la quiebra al Estado y en la pobreza a buena parte de la población. No es que no lleven adelante programas de gobierno, sino que dan absoluta prioridad a su propia continuidad, sacrificando las instituciones, la sana economía, a veces manipulando la prensa y la información, otras persiguiendo a los opositores o consintiendo que sean hostigados.
Los regímenes comparten una forma de construcción de poder corporativa, que tiene por centro una alianza con corporaciones prebendarias, empresariales y sindicales. Ese poder económico es la llave para disponer de fondos que financien la propaganda del régimen, la compra de voluntades y las campañas electorales, canalizando el dinero público para ponerlo al servicio de los gobernantes.
Fue así para los gobiernos que lograron sostenerse por 10 años o más. Lo fue para el régimen conservador y para el primer régimen peronista, para los gobiernos militares que continuaron alternándose con gobiernos cortos. Para el menemismo, que consiguió modificar la Constitución para permitir reelecciones que no estaban permitidas. Y para el kirchnerismo, que se concibió como una alternancia indefinida entre marido y mujer.
Cada régimen organizó su propio grupo de empresarios favorecidos con generosos contratos del Estado, en algunos casos creando nuevos millonarios súbitamente enriquecidos, de los que obtuvo fondos a discreción. Situación que alcanzó inocultable estado público con la "patria contratista".
Las consecuencias son traumáticas para la productividad del país, no solo por el favoritismo en los contratos, los sobreprecios en la obra pública o el desvío del dinero público a simples testaferros, sino también porque la creación de esos grupos prebendarios significa que se neutraliza el esfuerzo de los empresarios genuinos. Para beneficiar esa camarilla se sacrifican las variables de la economía que serían saludables para toda una actividad o para el país todo. Cada régimen fuerte creó su propia corporación prebendaria, pero estas no se extinguieron, sino que se acumularon, adaptándose a un sistema en el que la eficiencia y la competitividad no son la razón del éxito, sino las ventajas que se consigan del Estado. Nos resultan familiares los nombres de las dinastías a las que dieron vida los distintos regímenes fuertes, porque muchas persisten afianzadas en una posición dominante difícil de desafiar para los verdaderos empresarios de riesgo. Ese capitalismo de amigos difícilmente sacará a la Argentina de un estancamiento social más o menos crónico, que ni siquiera ha podido superar tras una década de altísimos precios de sus productos agropecuarios de exportación.
La palabra administración para denominar al gobierno subraya lo provisorio que debería ser su paso por las instituciones. La palabra movimiento, por la que aun Alfonsín se sintió seducido, describe la aspiración a una continuidad en el poder y una influencia permanente sobre todos los aspectos de la vida nacional. No sabemos aún cómo el Gobierno afrontará la fatalidad entre la debilidad de gobiernos cortos y el esterilizante autoritarismo de los regímenes largos. El verdadero reformismo exige coraje, paciencia e inteligencia. Pero si es verdad el axioma político que dice que solo quien pertenece a una corporación tiene la capacidad de reformarla, podemos tener la esperanza de que estemos ante la posibilidad de superar el capitalismo de amigos, atacando la corrupción, suprimiendo el sistema de sobreprecios y terminando con la impunidad. Es una condición necesaria para alentar la innovación y la competencia, posibilitando que el talento argentino fructifique en productos de exportación competitivos, mejorando la transparencia y, por lo tanto, la democracia y sus instituciones.
Solo eso puede traer verdadero desarrollo económico y social. Abriendo la posibilidad de gobiernos, sean cortos o largos, que para encontrar la fortaleza necesaria para llevar adelante sus programas de reforma no necesiten apoyarse en la distribución de prebendas ni concebirse como irreemplazables.
Profesor en la Universidad de Palermo y miembro de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente