No seré feliz, pero tengo los datos
Alejandro Cencerrado nunca se va a dormir sin antes medir su índice de felicidad. Desde 2005, cada noche repasa los sucesos del día y lo califica con un puntaje del 1 a 10: si el día tiene menos de cinco puntos no ha sido bueno; si tiene más de cinco, es que lo fue.
Es pura data. Como llevar un diario personal pero con menos gracia,
Cencerrado es experto en big data y analista del Instituto de la Felicidad de Copenhague. Su trabajo es –digámoslo– un tanto obsesivo. Ya lleva escritas 6158 entradas en las que describe con quién estuvo o qué hizo cuando declararon la cuarentena, o qué sintió cuando usó por primera vez un smartphone. “En este tiempo he aprendido muchas cosas sobre la felicidad”, declara.
Simpaticemos con su afán de medida, porque la perseverancia es admirable en cualquiera de sus formas. Pero la búsqueda y el hallazgo de la felicidad, esa obsesión del siglo, son otro asunto. Y la felicidad es como un pájaro huidizo que no se deja mirar de frente. Cuando se lo mira, desaparece. ß
Algo más...
Otro matemático, el inquietante Lewis Carroll (el autor de Alicia en el País de las Maravillas), también señalaba los días especialmente memorables en su diario. Y escribía “marco este día con una piedra blanca” cuando había sido muy feliz. ß