No rompan todo, por favor
Patear el tablero es una metáfora con muchas aplicaciones. Una de ellas es la que se refiere a irse del juego por no aceptar las reglas, la derrota o los esfuerzos que hay que hacer para seguir jugando. El kirchnerismo, desde siempre, ha hecho una tradición de no aceptar nada. Envuelto en una retórica de falsa rebeldía que intenta esconder incapacidad, se ha dedicado a cambiar las reglas del juego creyendo que de esa manera aumentaban sus chances de éxito.
Quizás esto sea cierto, pero exclusivamente para sus intereses. Para los de la Argentina, no. Cuando Néstor Kirchner se vio acorralado por los requisitos típicos del FMI, pagó la deuda de la peor manera posible, caro y mal, para “sacarse de encima al Fondo”, y lo contaron como emancipación. Algo similar, y aún más escandaloso, pasó con el Club de París y la histórica (por lo catastrófica) negociación de quien hoy gobierna mi provincia. YPF fue un caso parecido: cuando vieron que se quedaban sin energía, la expropiaron y la pagaron espantosamente más cara de lo que vale hoy.
El gobierno actual, cuarta edición kirchnerista con Alberto Fernández como máscara, ha sido muy respetuoso de esta tradición. Las cosas que no entiende, que no comparte, que no sabe resolver o, peor, que le generan una interna hacia adentro del gobierno (estas son las más), las rompe.
Pasó con el Grupo de Lima, instancia de diálogo regional para intentar ayudar a que Venezuela encuentre un camino de paz, democracia y prosperidad. Dijimos que esta salida era un apoyo claro al gobierno dictatorial de Maduro y ahora vemos que Lula, íntimo amigo de Alberto Fernández, salió a decir que en Venezuela hay democracia. No es casualidad.
Pasó con la pelea increíble en la cumbre del Mercosur, donde Alberto decidió entender mal, o hacerse el que entendía mal, el llamado de atención del presidente uruguayo que decía con toda claridad que había que tener cuidado con que el Mercosur no se convirtiera en un lastre, contraviniendo los fundamentos de su existencia. Alberto, inscripto en la tradición kirchnerista, vio la oportunidad para prepotear y desplegó un espectáculo de soberbia porteña digno de otros foros.
También nos aislamos del mundo, cerrando o impidiendo importaciones y poniendo retenciones y un dolar atrasadísimo para las exportaciones. Tener la economía rota, inconsistente y al borde del colapso necesita que todo funcione lo más acotadamente posible, sin hacer mucho movimiento, sin expansión, sin crecimiento, sin vitalidad.
El país kirchnerista es una bicicleta con rueditas. Y con casco y coderas y una soga para evitar que levante mucha velocidad. El país que podemos ser necesita despliegue, necesita interacción, comercio, relaciones internacionales, crecimiento. Es difícil hacer todo eso, se requiere capacidad, inteligencia, estrategia, valentía para afrontar los costos que se produzcan y claridad mental en el rumbo. Se necesita conducción. En su lugar, nos llevan a un país chiquito, limitado, con más prohibiciones que alientos y con más miedo que deseo. Nos cortan las alas porque tienen miedo de que en vuelo descubramos que se puede vivir de otra manera.
No hay forma de que la Argentina dé alguna solución a alguna cosa si seguimos teniendo el mismo producto per capita que hace 40 años. Y es imposible crecer si lo que nos guía es el miedo. Los países que crecen son los que se abren, se enfrentan a los problemas y buscan administrarlos y convivir con ellos. Los que los niegan y los intentan eliminar con prohibiciones que esconden en supuesta protección a sus ciudadanos, son los menos y son los más pobres.
Sería bueno dejar de creer en la excepcionalidad argentina, terminar con esa idea falsa de que “acá la cosa es distinta” y de que lo que le funciona a todo el mundo a nosotros no nos aplica. Entiendo que es más difícil de llevar a cabo y que probablemente sea más complicado de vender a la propia tropa, pero el camino que transitamos ahora nos lleva a cosas como el desinterés en hablar con el presidente del laboratorio Moderna y la consiguiente demora en conseguir esas vacunas. No es inocuo manejar el país de este manera y uno empieza a pensar que tampoco es inocente.
Senador nacional por la provincia de Buenos Aires (Juntos por el Cambio)