No oprime el Estado, sino los malos gobiernos
Bien saben los escritores que las palabras se debilitan y hasta se dañan cuando son sometidas al abuso de la moda o de intencionalidades arteras.
Borges solía decir que había que ser cauteloso con las palabras amor y luna, frecuentadas en la literatura hasta el hartazgo. Baste leer su poema “La luna”: “Sé que entre todas las palabras, una / Hay para recordarla o figurarla. /El secreto, a mi ver, está en usarla / Con humildad. Es la palabra luna. / Yo no me atrevo a macular su pura / Aparición, con una imagen vana…”.
De la misma manera se pervierten conceptos en provecho de intereses ladinos.
Recuerdo cuando, una noche, Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares señalaron con énfasis el error que connota interpretar la frase atribuida a David Thoreau: “El mejor gobierno es el menor” como necesidad de reducir el Estado. Recientemente, alguien dijo con supino desdén que la sociedad está cansada de soportar el peso del Estado, cuando en realidad lo que pesa en el día a día de los argentinos es la presencia abrumadora de los que ejercen el poder. Se confunde Estado con gobierno. Lo que oprime no es el Estado, sino los malos gobiernos que lo asaltan.
Libertad y Estado están íntimamente relacionados en el pensamiento de Thoreau, agudo poeta, filósofo, naturalista, del trascendentalismo estadounidense del siglo XIX: luminoso movimiento de escritores, poetas e intelectuales, afanados en la búsqueda de la libertad, la sabiduría y la elevación espiritual del individuo y de los Estados Unidos de América. Mucho tuvo que ver el trascendentalismo con la consolidación de una democracia imbuida de libertad individual en armonía con una regulación justa de la nación. El Estado representativo, republicano y federal, en su virtud, es la suma de todas las libertades individuales. Y su garantía. Lejos de ser demolido, requiere ser salvaguardado. A quienes hay que vigilar es a los gobiernos de turno en su propensión a la codicia y el descontrol.
Thoreau tenía claros intereses: la vida en concordia con la naturaleza, la abolición de la esclavitud y el freno al abuso de poder al que pueden llegar a tender los gobiernos. Cuando se resistió a pagar un impuesto, fue en rebeldía ante la invasión norteamericana a México. Le valió la cárcel. Pero escribió Desobediencia civil, donde sostiene que el pueblo debe desobedecer civilmente mandatos injustos o desmesurados del gobierno que atropellen sus derechos y su bienestar.
Nunca propuso la anarquía: “No que desaparezca inmediatamente el gobierno, sino que aparezca de inmediato un gobierno mejor”. Lo que involucra a un gobierno capaz de escuchar el mensaje de la desobediencia civil. Un gobierno que no escucha, ni alivia la angustia de los ciudadanos ni promueve la paz es un mal gobierno.
Que el mejor gobierno sea el que menos gobierna no significa que no regule la vida en común, sino que sus medidas sean tan acordes con el bienestar social que los individuos casi olviden que son gobernados. Son libres.
Borges ponía el ejemplo de Suiza, que, si bien está organizada bajo un sistema diferente de gobierno, es digna de mención. Solía decir que los suizos casi no conocen los nombres de sus gobernantes. A tal punto es el gobierno concordante con las necesidades y los derechos de los ciudadanos que se torna casi invisible.
Hoy, cuando la palabra libertad es manoseada hasta la impudicia, oportuno es señalar que para Thoreau hay momentos en los que urge el bien de todos: “Hay que rescatar a los que se ahogan”. La solidaridad dignifica la libertad.
Cuando un gobernante invade la vida de los individuos hasta con sus arrebatos sexuales, es tiempo de volver a quienes pensaron seriamente la libertad. Y pronunciarla con humildad, para no macular su pureza con vanas vociferaciones.