No olvidar a los héroes de Malvinas
Corresponde a la dignidad de un pueblo recordar a quienes han ofrendado su vida o han padecido penurias o dolores en un cometido en el que estaba comprometido el sentimiento patriótico. Una comunidad debe rendir tributo a los que nunca regresaron del infierno de la guerra y testimoniar su reconocimiento a quienes, habiéndose sacrificado en su nombre, pudieron finalmente retornar.
Muchas veces, en el correr de estos últimos años, se tuvo la sensación de que la memoria colectiva no guardaba el lugar debido para los compatriotas que lucharon y cayeron en las Malvinas. Justamente, dos entidades que agrupan a ex combatientes de la guerra del Atlántico Sur -la Federación de Veteranos de la provincia de Buenos Aires y la Casa del Veterano de la República Argentina- realizarán pasado mañana la llamada Marcha de la Dignidad, durante la cual manifestarán su disconformidad por la falta de asistencia a quienes defendieron el territorio patrio en 1982. La demostración servirá también para llamar la atención sobre la ola de suicidios que se registran entre los ex combatientes -un relevamiento indicaría que ha habido ya 260 casos- y para requerir que se los provea de asistencia médica.
Es cierto que un vasto sector de la sociedad, en lo profundo de su espíritu y más allá de la aparente indiferencia que sugiere la rutina de los días, mantiene vivo el sentimiento de afecto y gratitud hacia los ciudadanos que, con heroísmo y voluntad de sacrificio, supieron cumplir el juramento de servir a la Nación sin pedir nada a cambio. Pero ese emocionado recuerdo debe traducirse en manifestaciones o hechos tangibles. Si las expresiones de agradecimiento no se renuevan periódicamente van perdiendo vigencia y la memoria tiende a desvanecerse. Dos libros recientes editados por el Ejército -"Malvinas - Album de la campaña" y "Así peleamos Malvinas - Testimonios de veteranos del Ejército" han venido a expresar, en estos días, con hondura y devoción, ese enaltecedor testimonio de gratitud hacia los ex combatientes del Atlántico sur, tanto más insoslayable para la institución que los llevó al combate. Debe saludarse la publicación de esas obras, que incluyen valioso material gráfico y que a su noble contenido suman un sobresaliente nivel de calidad editorial.
Se trata de honrar a esos argentinos cuyos nombres no todos recordamos, pero cuyo gesto merece un lugar en la conciencia nacional. Por supuesto, nadie puede confundir esa noble actitud de homenaje y recogimiento con la justificación de errores o el encomio de desatinos: no es la guerra la que se ensalza sino a quienes la hicieron, porque así se lo demandó en su momento la sociedad, en una instancia sustancial cuyo alto costo sería hipócrita desconocer.
En esa guerra, la suerte de las armas no estuvo de nuestro lado y esto, naturalmente, ha dado motivo a justificados reproches, deprimentes para nuestro decoro ciudadano. Muchas veces se han formulado, y con razón, severas críticas y duras acusaciones por la forma deficiente en que fue conducido el conflicto del Atlántico sur por parte de los altos mandos de nuestro país. Pero eso de ningún modo y en ninguna circunstancia puede empañar el homenaje a los héroes. La derrota, aunque duela, no puede ensombrecer el galardón moral de quienes fueron fieles a su dignidad de soldados.
Sería inaceptable que una sociedad negase su reconocimiento a quienes supieron enfrentar dignamente los riesgos que se les ordenó afrontar. La adversidad al cabo del sacrificio, la decepción como desenlace del peligro, deben ser vistos como prenda de unión, como el lazo que vincula a los que aquí estamos con los que ya no están o están de otra manera. Igual que hace diecisiete años, nada hay para festejar, pero el recuerdo es inmune a toda contaminación y no muere: renace en la transparencia y la emoción del justo homenaje a los veteranos de guerra y, por supuesto, a los caídos.