No miremos de afuera la apertura de Cuba
La mayor parte de la opinión pública mundial (incluyendo a la derecha norteamericana) considera la reconciliación de Estados Unidos y Cuba una derrota de Washington y un triunfo de la Revolución Cubana o exactamente al revés: la Guerra Fría está tardando en abandonar las cabezas.
El régimen que gobierna la isla se encontraba en un callejón sin salida. Durante décadas se mantuvo sólo gracias a subsidios, primero de la Unión Soviética y luego de Venezuela, hoy languideciente. Bajo el castrismo Cuba nunca tuvo autosuficiencia económica, escudándose en el embargo para maquillar esa falencia propia presentada como una heroica resistencia al Imperio, cuya impiadosa presión efectivamente existió. Esta falla estructural va a evidenciarse cada vez más a medida que el embargo se vaya levantando; cuando acaben las restricciones, ¿cómo van a explicar que no pueden llevar adelante una economía nacional sustentable?
Si de aquí a pocos años la economía sedicentemente socialista no saca a la isla adelante, como no sacó a ningún país en ninguna otra parte, la gente puede llegar a conclusiones peligrosas para la continuidad del régimen.
Ésa podría ser la apuesta de Obama: aceptar que quienes hoy mandan en Cuba sigan gobernando, pero tan dependientes del sistema capitalista como lo fueron de Moscú o Caracas.
La furia del Tea Party y de muchos republicanos obedece a que ellos calculaban un próximo colapso de la economía cubana, el desplome del régimen y la consiguiente toma de control por parte de los Estados Unidos a través de conglomerados de empresarios e inversores mayoritariamente norteamericanos.
Del lado cubano entendieron claramente: si la actual nomenclatura quiere seguir gobernando en el futuro, mejor arreglar ahora con los demócratas, apurados, menos duros y quizás a punto de perder el poder, que esperar a que un gobierno republicano no acepte la continuidad de esa estructura castrista o le restrinja mucho más sus poderes.
El apuro de ambas partes es tan grande que ninguna perdió tiempo en convocar al resto de América latina para integrarla al proceso de negociaciones, ni aunque fuera con una modesta función coral a un costado del escenario. Nada. Durante medio siglo toda América latina apoyó abiertamente la anulación del injusto embargo, y en el momento de la victoria tanto La Habana como Washington nos ignoran completamente.
Sin embargo, este ninguneo no va a durar para siempre. Muchas cosas están cambiando. Desde ese punto de vista, y más allá del color partidario, no fue nada mala la idea de que, al tiempo de reabrirse las embajadas, un candidato presidencial argentino se encontrase en La Habana, a poco de haber visitado Washington. Como en todo, se comienza por hacerse presentes.
A Obama lo apura su legado, y a los Castro, asegurar la continuidad de la estructura gobernante. Pero es poco probable que los republicanos permitan que Obama se lleve el mérito de haber abierto esas negociaciones y, encima, la gloria de culminarlas. Se las van a demorar.
Allí la Argentina tiene una ventana de oportunidad. Para toda América latina y para los países que comiencen a hablar de la necesidad de apoyar los esfuerzos de ambos países amigos, Cuba y Estados Unidos, interviniendo en las negociaciones, aunque sea modestamente y en forma gradual. La OEA debería servir para algo.
Sería un error suponer que tenemos que tomar un partido distinto al de nuestros propios intereses. Tenemos que apoyar el proceso, no a alguna de las partes. Nosotros somos una parte diferenciada del castrismo o de la omnipotencia norteamericana, y nuestros intereses nacionales no pasan por embanderarnos con regímenes que no admiramos.
Presentarse aplaudiendo "el triunfo de la Revolución Cubana sobre el imperialismo yanqui", o a la inversa, ya se hizo, y ya se cosecharon los apoyos de opinión pública resultantes. Pero no es exactamente esto lo que más ayudaría. Para los intereses de todas las partes lo más importante no es reiniciar una cruzada ideológica, sino coronar una transición mutuamente productiva. Es como un avión que carretea para despegar. Necesita impulso, no lastre.