“No devaluarás”, tercer mandamiento de la economía
Es interesante observar en estos meses a quienes dicen que apoyan las reformas liberales pero no les gusta que aumente el número de pobres. ¡Como si la pobreza que castiga a millones de argentinos no se hubiera acumulado en décadas de estatismo, populismo y corrupción! ¿Se debía continuar repitiendo recetas fracasadas? ¿Cómo compaginar la realidad de una Argentina macroeconómicamente quebrada con nuestros sentimientos más puros de solidaridad social? La respuesta la dio la sociedad al demostrar que estaba harta del pasado de fracasos, y apostó a una nueva alternativa, a pesar de saber que el ajuste sería duro. También están quienes sostienen que hoy se hace populismo o algo parecido al peronismo, excepto por la austeridad fiscal. ¡Menuda diferencia! Que se dice al pasar como si fuera algo normal y esperable en la Argentina de las últimas décadas.
Conviene recordar que la sociedad argentina respeta sin vacilar un primer mandamiento fundacional: “defenderás la democracia y la República de todos sus enemigos”. Este magnífico consenso fue clave para sortear terribles crisis económicas y políticas.
Ahora es tiempo de un segundo y un tercer mandamiento, de raíces económicas. Cuyo consenso enseña que se ha ganado una extraordinaria batalla cultural. El segundo mandamiento hoy no tiene cuestionamientos: “no tendrás déficit fiscal”. El principio de no gastar más de lo que ingresa y su innovador corolario: “no se incrementarán los gastos si la recaudación aumenta, sino que se reducirán impuestos”, apuntan a reducir el gasto público y la presión impositiva hacia sus niveles históricos, compatibles con un desarrollo del sector privado como único capaz de generar riqueza.
El tercer mandamiento se refiere a una cuestión que está en pleno debate entre los economistas profesionales: el nivel del tipo de cambio. Según la mayoría de las opiniones, el tipo de cambio está atrasado, cuya consecuencia es que las reservas de divisas del BCRA no crecen lo suficiente para afrontar los vencimientos de la deuda del próximo año.
La dificultad inicial pasa por definir con qué criterios se mide que el tipo de cambio real está atrasado. Es una tarea que no puede ofrecer certezas por la cantidad de variables que influyen en un tipo de cambio. Sin computar adecuadamente el contexto internacional de cada momento (precios de los commodities, la tasa de interés internacional, la recesión o el auge económico de la economía mundial, etc.), el contexto productivo local (la producción del agro, las tasas de inflación, las reservas disponibles, el nivel de endeudamiento, etc.) y el contexto político del país, un factor que tiene la capacidad de producir alteraciones en la economía, no se pueden hacer comparaciones realmente válidas.
Lo que sí sabemos con seguridad es una verdad de a puño, de esas que le gustaban a Alberdi: “en economía se puede hacer todo menos no pagar las consecuencias”. Una de esas verdades se alcanzaría precisando que fatídicas consecuencias producen las devaluaciones. ¿Por qué no aprendemos que las devaluaciones empobrecen a los argentinos y apelamos a su expediente para caer siempre en las mismas consecuencias, como una metáfora perfecta del mito de Sísifo? Todas las mega devaluaciones argentinas han sido la consecuencia de profundos desajustes fiscales previos, que llevaron a una emisión monetaria descontrolada, cuya válvula de escape fue precisamente la devaluación. Veamos algunos datos bien conocidos.
El Rodrigazo de 1975 fue la manifestación de la crisis incubada por el plan Gelbard y siguió a un déficit fiscal del 6,53% sobre el PBI en 1974 y una proyección que superaba el 12% en 1975. El ministro Rodrigo anunció una devaluación del 160% y ese año la devaluación superó el 300%. En 1980, el déficit fiscal ascendió al 6,48% y tras la caída de la tablita de Martínez de Hoz creció hasta el 11,27% sobre el PBI. Tras una devaluación del 10% previa a su salida, el nuevo ministro, Lorenzo Sigaut, devaluó el 30%. Pero luego de sucesivas devaluaciones, en 1981 el peso se devaluó 225%.
En 1988, el déficit fiscal fue del 7,93% del PBI. En febrero de 1989 el gobierno cesó en la defensa artificial del tipo de cambio y se desató una ola de devaluaciones que culminaría en la hiperinflación de ese año. En 2001, el déficit fiscal ascendió al 7,03% del PBI. En enero de 2002 se anunció que el tipo de cambio oficial sería $1,40. En el mercado paralelo, la devaluación, tras la salida de la convertibilidad, pasó de 1 a 4 hacia septiembre de 2002 y finalizó a fin de año en $3,30, con una devaluación del 230%.
En estas cuatro crisis mayores, todos los indicadores sociales y económicos se deterioraron. Ante este sucinto repaso, ¿se puede concluir que la devaluación fue la solución? ¿O se trató más bien de descomprimir una crisis engendrada por la verdadera causa del problema, que eran los abultados déficits fiscal previos? Esos déficits provocaron elevadas tasas de emisión monetaria que, tarde o temprano, tendrían efecto en todos los precios de la economía, incluido el dólar. La conclusión evidente es que las devaluaciones, hechas por el gobierno o hechas por el mercado, se deben a un desajuste macroeconómico: el déficit fiscal.
Esta es la gran novedad de la hora actual. La negativa a devaluar se sustenta por primera vez en tiempos de democracia en la eliminación estructural del déficit fiscal. Están quienes sostienen que con este dato no alcanza porque la evolución de las reservas indicaría que el tipo de cambio está atrasado. Debe repetirse que esta afirmación no tiene verdadero sustento técnico. Pero si quisiéramos tomar la evolución de las reservas como posible signo de un tipo de cambio atrasado, debería calcularse el punto de partida, con reservas negativas de u$s11.000M, una deuda comercial heredada de alrededor de u$s30.000M, los pagos que se vienen haciendo de la deuda externa sin renovación del capital, y si, a pesar de esos fuertes factores negativos, las reservas han aumentado, no estaría este indicador mostrando lo que dicen que muestra.
Pero aun suponiendo que las reservas no crecen lo suficiente para afrontar todas las necesidades, ¿solucionaría algo una devaluación? Lo único que lograría es desatar nuevamente una feroz carrera de precios relativos con impacto en la inflación, la pérdida del incipiente crédito para el sector privado y mayores niveles de pobreza para los sectores de menores ingresos, tanto formales como informales.
Por tanto, la clave de la presente coyuntura económica se encuentra en la combinación virtuosa de la eliminación del déficit fiscal y del mantenimiento del programa cambiario, cuya consecuencia es la abrupta baja de la inflación. Era inevitable que este programa de saneamiento monetario y fiscal produjera una primera etapa recesiva. Que hasta hoy la política tradicional no se atrevía a encarar por el llamado “costo político”. Pero ante el mandato recibido de la sociedad en las urnas, se está aplicando un programa de saneamiento sin antecedentes y se ha ganado la batalla cultural del déficit. El segundo mandamiento “no tendrás déficit fiscal” se ha hecho carne en los argentinos.
Las reformas estructurales en curso no son de rápida implantación en un país tironeado por sectores atrincherados en sus privilegios. Están pensadas para garantizar el incremento de la inversión y de las exportaciones, la única forma de que el país crezca más allá de los estrechos umbrales del mercado interno. Esas reformas son la única forma genuina de incrementar la productividad de la economía, lo que no se logra con planes “platita” o devaluaciones. Es hora de respetar el tercer gran mandamiento de nuestra economía: “no devaluarás”.