No confundir la fe con la ciencia
"Se enseña tanto la teoría del creacionismo como la de Darwin", dijo la ministra de Educación salteña, ante la Corte Suprema en una reciente audiencia pública sobre la enseñanza religiosa en las escuelas públicas de Salta. Científicamente ambas teorías no son equivalentes. La ciencia es una manera de conocer y comprender la naturaleza que difiere de las otras miradas, pues depende de evidencias empíricas y explicaciones comprobables. En ciencia, la palabra "teoría" no significa especulación, sino una explicación totalizadora de algún aspecto de la naturaleza, abundantemente apoyada por evidencias. Un ejemplo es la teoría heliocéntrica, según el cual la Tierra y los planetas se mueven alrededor del Sol.
La teoría de la evolución -descendencia con modificación-, propuesta entre otros por Darwin en el siglo XIX, está sostenida por evidencias concluyentes: el registro fósil, la unidad de la vida reflejada en que todos los organismos poseen ácidos nucleicos (ADN, ARN) como material hereditario, la evolución observada, como la reciente aparición de cepas resistentes a la mayoría de los antibióticos. Los estudios de anatomía comparada corroborados por el registro fósil han demostrado que las características de los organismos evolucionan de formas preexistentes en sus ancestros: los huesecillos del oído medio de los mamíferos evolucionaron a partir de los huesos de la mandíbula de los reptiles, pasando de una función alimenticia a una función auditiva. En los últimos 160 años los científicos han descubierto los sofisticados mecanismos que generan la variación biológica, la herencia y la selección natural, y cómo estos mecanismos llevan al cambio evolutivo.
El "creacionismo" es un término muy amplio utilizado en diferentes religiones como una alternativa científica a la teoría de la evolución y contiene una gran variedad de doctrinas, que van de explicaciones elementales a sofisticadas, como el denominado "diseño inteligente". Todas tienen en común el rechazo a la teoría de la evolución, y se basan en la idea de una entidad supranatural creadora de cada especie en su forma actual. El ejemplo extremo del creacionismo es la lectura literal de los libros sagrados, que en algunos casos implica que la Tierra tiene unos pocos miles de años. Este extremo se da especialmente en algunos grupos protestantes de EE.UU. El vicepresidente de ese país y varios integrantes del gabinete de Trump sostienen la teoría creacionista, rechazando la teoría de la evolución.
El catolicismo, no así algunos de sus fieles, ha sido una de las primeras religiones en aceptar la teoría de la evolución. En la encíclica Humani Generis (1950) Pío XII ya afirmaba que no había conflicto entre la evolución y la doctrina de la fe. Juan Pablo II en un mensaje a la Academia Pontificia de Ciencias del 22 de octubre de 1996 fue un paso más allá, expresando que la convergencia de resultados de estudios independientes constituía un significativo argumento a favor de la teoría de la evolución. Francisco, en octubre de 2014, en esa misma academia, admitió la realidad de la teoría de la evolución.
El creacionismo no es ciencia, y no implica un enfrentamiento entre ciencia y religión. La razón y la fe son esferas de valor del ser humano, independientes entre sí, que no se contradicen por no formar parte del mismo contexto, y por lo tanto, pueden coexistir en una misma persona. Se puede enseñar religión, si se quiere y si la ley lo permite, pero no en la clase de ciencia.
Profesor emérito, Universidad Nacional de La Plata, académico de número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, y becaria postdoctoral de Conicet
Jorge V. Crisci y María José Apodaca