"Ningún veterano puede celebrar la guerra"
Ex combatientes británicos cuentan cómo los ayudó a recuperarse psicológicamente el haber podido volver a las islas
LONDRES.- No es porque aparezca buen mozo y sonriente en su uniforme del regimiento de Welsh Guards que Andy "Curly" Jones atesora la foto que lo muestra lustrando sus botas en ruta al Atlántico Sur: es porque se trata del único objeto que pudo rescatar del infierno que llevó al hundimiento del buque de transporte Sir Galahad.
El 8 de junio de 1982, en una rara mañana de sol austral, cinco cazas A-4 Skyhawks de la Fuerza Aérea argentina bombardearon la nave cuando se aprestaba a desembarcar víveres y tropas en la bahía de San Carlos. Casi todos los que se encontraban en cubierta murieron carbonizados. Cegados por el humo y por sus heridas, muchos de los tripulantes se lanzaron por la borda con la esperanza de alcanzar los botes salvavidas.
Andy, de 19 años, pudo abrir los ojos lo suficiente como para ver morir a muchos de sus amigos. Entre ellos Michael Marks, un muchacho que acababa de cumplir 17 años. "No tenía edad para entrar en un pub ni para votar, pero sí para morir en un conflicto en la otra punta del planeta", recuerda con la voz quebrada de emoción.
"Yo, como otros compañeros, le debemos la vida a un marinero anónimo. Se presentó como una aparición, luciendo sólo una toalla blanca, quizás porque el ataque lo sorprendió en la ducha. Lo cierto es que nos guió con absoluta calma entre las llamas. Y tan pronto nos dejó en el bote salvavidas, le perdimos el rastro. Nunca supimos quién era".
La gran mayoría de las 50 personas que murieron ese día, así como del total de los caídos del lado británico eran, como Andy, galeses. "Entonces, no habían muchas salidas laborales en Gales: ibas a las minas o al ejército. Con el gobierno de Thatcher las minas empezaron a ser clausuradas, así que las opciones estaban reducidas."
Aun así, un año y medio después de terminado el conflicto, Andy abandonó las fuerzas armadas. "La guerra me hizo ver que ese oficio no era para mí". Como muchos ex combatientes, se enlistó como oficial en el servicio penitenciario, tarea que ahora complementa con el mantenimiento de una granja situada a 40 kilómetros de Cardiff. Está casado y tiene dos hijos, de 11 y 4 años.
"Traté de llevar la vida más normal posible y durante un largo tiempo creí que lo había logrado. Pero la verdad es que durante 20 años no pude pronunciar la palabra "Falklands". Un día mi mujer, Lucy, me hizo ver que esto estaba dañándome psicológicamente y también al resto de la familia. Cuando surgió la posibilidad de visitar las islas con un grupo de veteranos, ella me convenció de que lo hiciera. Y esto me cambió la vida."
En ese viaje, Andy descubrió que no era el único en sufrir lo que se conoce como desorden de estrés postraumático. "No sabe cuán liberador puede ser para hombres supuestamente duros como nosotros que nos digan que llorar no es un gesto de debilidad", confió a LA NACION.
Desde entonces, Andy dedica su tiempo libre a ayudar a sus ex compañeros de armas como representante en Gales de la Asociación de la Medalla del Atlántico Sur (South Atlantic Medal Association, SAMA 82), que reúne a todos los ex combatientes británicos de Malvinas. Una piedra de granito de 5 toneladas y media traída de las islas "adorna" su granja a la espera de ser trasladada a la capital galesa, donde, como parte de los actos organizados para conmemorar el 25 aniversario del conflicto, a partir de septiembre exhibirá los nombres de todos los caídos británicos. "Que quede en claro: lo que estamos organizando es una conmemoración. Ningún veterano británico puede celebrar la guerra. No hay nada que festejar cuando tantas vidas se perdieron", dijo.
Denzil Connick, presidente de SAMA 82, estima el número de suicidios entre los veteranos británicos en unos 12 por año, es decir, unos 300, una cifra mayor a los 255 que murieron en Malvinas. "Para muchos -dijo-, el conflicto continúa en sus cabezas. Los flash-backs los atormentan".
SAMA 82 recibió un subsidio de 15.000 dólares del ministerio de Defensa británico para coordinar los recordatorios del 25 aniversario, pero su labor asistencial depende de donaciones. "Tenemos que apelar a la venta por Internet de remeras, gorras y souvenirs -advirtió Andy-. No estamos comercializando la guerra ni haciendo triunfalismo."
Les Standish, ex soldado del Segundo Regimiento de Paracaidistas, hace cuatro años se puso en contacto por Internet con uno de sus ex prisioneros, el conscripto santafecino Alejandro Videla. Tras meses de intercambiar mensajes sobre fútbol, música y los amigos que perdieron en la guerra, a Les le pareció natural preguntarle si no quería ir a tomar una cerveza. Cuando Alejandro le dijo que no podía pagar el pasaje, Les armó una colecta y, poco después, Alejando recibió pasajes para él y su esposa. "La primera vez que nos pusimos en contacto fue al final de un rifle, tratando de matarnos en la batalla de Goose Green. La segunda fue cuando lo tomé prisionero. Pero la tercera es la que nunca olvidaré: fue cuando le pude dar el abrazo de un hermano en el aeropuerto de Heathrow".
Como su colega galés, Les también cayó víctima del desorden de estrés postraumático. "Mi vida se hizo trizas: mi primer matrimonio fracasó y sufrí un colapso mental", contó. Pero pudo liberarse de sus garras tras viajar a las islas. "Poder ver las tumbas de los caídos, echarles una flor... charlar con los sobrevivientes, todo esto ayuda muchísimo a la recuperación y ésta es una experiencia que quiero que Alejandro pueda disfrutar también", explicó Les, abocado otra vez a recaudar fondos, ahora para concretar el sueño de viajar a Malvinas junto con su amigo argentino y sus familias.