Nick Cave, un crooner sin domesticar
A 25 años de la salida de Murder Ballads, el músico australiano con dotes de gurú sigue sorprendiendo a sus fieles seguidores
"Es un fantasma/ es un dios/ es un hombre/ es un gurú" (He’s a god he’s a man he’s a ghost he’s a guru). Así, de corrido, lo canta Nick Cave. Sin pausas ni comas. La canción es "Red Right Hand’’, uno de los grandes temas de Cave, y no solo está asociada a lo sombrío porque abre la serie Peaky Blinders y es parte de la saga de films de terror Scream, sino porque cita el poema épico de John Milton El paraíso perdido, sobre el ángel caído y carmesí que osó disputarle el poder al creador. La canción, del álbum Let Love In, es la introducción perfecta para la colección de canciones macabras, poéticas y extáticas que lanzaría dos años después en Murder Ballads, un disco de canciones de amor de locura y de muerte (sin comas, tal como Horacio Quiroga tituló el libro de cuentos que lleva ese nombre) que ayer cumplió un cuarto de siglo.
Nick Cave es un fantasma. Fue desde la crudeza de la banda de sus inicios, Birthday Party, en su Australia natal, pasando por el punk (un punk americano, ese que va del grupo Television y el decadentismo glam de New York Dolls al Tom Waits que cita a Bukowski o el cine blanquinegro de Jim Jarmusch) hasta otros espectros. En Las alas del deseo, la película de Wim Wenders que contaba que algo se desmoronaba y nacía en Berlín, Cave aparecía en la pantalla como una sombra gigante, pero a todo color, cantando diabólico, sensual y noir, junto a los ángeles urbanos en blanco y negro que citaban a Rilke. Y luego de la caída (del Muro y de este ángel de la canción en la Tierra), los años 90 significaron el ascenso de Cave: discos como The Good Son, durante su extraña estadía brasileña (donde nacería su primer hijo) con los hoy ya clásicos "The Ship Song’’ y ‘’The Weeping Song’’, con su toque flamenco y su mensaje llameante (‘’esta es la canción del llanto… pero no estaré llorando demasiado’’). Si en los años 80 Nick Cave se estableció junto a los Bad Seeds como como un Elvis posmoderno, un Prometeo que volvía a traer el fuego del rock and roll (y no solo el rock a secas) con referencias al rey del rock y al cine clásico, los 90 es su década del melodrama, con portadas de discos que lo reflejan como un crooner sin domesticar, salido de una cueva, escoltado por su tribu, miniorquesta de músicos feroces.
Y entonces, con Murder Ballads, Nick Cave se convirtió en dios. Recopiló canciones folklóricas británicas y norteamericanas, murder ballads originales, baladas macabras pero también irónicas sobre asesinatos de hasta cuatro siglos atrás que habían encontrado arqueólogos de la canción como Harry Smith y los hermanos Lomax. Pero que también son un antecedente de canciones modernas en las que cabrían "Riders on the Storm", de The Doors; "Mack the Knife’’, de Brecht y Weill, y "Pedro Navaja", de Rubén Blades. El resultado es un disco de concepto sensual y violento, brillante, melodramático en su espesor lírico. Desde el comienzo, con "Song of Joy", Cave es un Keyser Söze, es el hombre de la esquina rosada ("Entonces, Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar aquí, en el chaleco … y no quedaba ni un rastrito de sangre’’). ¿Es verdad lo que cuenta? ¿Quién lo cuenta? ¿Somos testigos de lo que está por suceder?
Cave cambia el punto de vista en todas las canciones, de primera persona a tercera, en un álbum que no es sobre chico-conoce-chica, sino sobre chico-asesina-chica (y chica-asesina-chico). Para ejemplo de la primera, la imponente "Where the Wild Roses Grow", junto a la mega-estrella pop, también australiana, Kylie Minogue. La dupla fue un experimento total, ya que la cantante venía de un universo FM y comercial y la canción terminó siendo uno de los más grandes éxitos radiales de Cave. En el segundo caso (chica-asesina-chico), el ejemplo es "Henry Lee’’, en dueto con PJ Harvey (la artista inglesa un año antes lanzaba su disco To Bring You My Love, un disco cetáceo, como si hubiera sido grabado en una cueva subacuática, feminista y muscular).
Murder Ballads, junto a sus ilustraciones naífs y satíricas, es un cruce perfecto entre el horror europeo y el gótico norteamericano: el lirismo de Poe, el teatro sangriento de Grand Guignol francés, el victorianismo inglés y sus leyendas descuartizadoras y el Struwwelpeter alemán aleccionador de niños. Un disco cuya frase de Baudelaire (de El spleen de Paris), le sienta perfecto: "Queridos hermanos, no olvidéis nunca, cuando oigáis elogiar el progreso de las luces, que la más bonita astucia del diablo está en persuadiros de que no existe". Más que un álbum, es una ciudad, a la que no hay que volver tan seguido, porque alumbra pero intimida. Como ocurre en los cuentos de Misteriosa Buenos Aires de Manuel Mujica Lainez, lo maravilloso, lo fantástico y lo real asumen límites difusos. Que el disco finalice con toda la banda cantando como coro de arcángeles (caídos) "Death is not the End", de Bob Dylan, es la prueba de la astucia de Cave para darnos, no un epitafio, sino un gótico happy ending.
Con los discos posteriores, los asombrosos The Boatman’s Call y No More Shall Ee Part, Cave pasó de dios a humano: un Robert Graves de la canción que narra y canta el viaje hacia la muerte de la mitología griega, en la que Aqueronte, más que un río, es un delta de infinitas canciones. Los títulos de estos discos son más que sugestivos: "La llamada del barquero’’ (Caronte) y "No más despedidas’’ (hacia las dolorosas aguas); y parecen responderse entre sí.
En su exquisito Fragmentos, el pensador George Steiner sostiene en el capítulo "¿Por qué lloro cuando canta Arión?" que la música, desde su concepción en la mitología griega, nace ‘’bañada en sangre’’ por las historias homicidas que circundan a Orfeo, Arión y Apolo. El autor las encuentra "desde Monteverdi y Stravinski hasta el carnaval de Río".
El punto más alto de Cave como moderno Prometeo (no el que les robó el fuego a los dioses, pero el que le robó el relato del infierno a Dante y a Milton) sería su disco doble, irrepetible e insuperable, Abattoir Blues/The Lyre of Orpheus, donde "el blues del matadero" se encontraba con "la lira de Orfeo’’ de su título.
Hoy, y varios discos después que no mermaron en calidad, sabemos que Cave siempre miraba allí donde no veían sus coetáneos. Mientras que Green Day se peinaba frente al espejo o el varonil cantante de Pearl Jam ensanchaba sus hombros para treparse al escenario (y a la tapa de la Rolling Stone), el australiano había nacido parado, con su cabello, ala de cuervo negro, coronando un rostro de carbunclo (en la poesía antigua, la voz poética "carbunclo" llamaba así a lo que luce en la oscuridad, como carbón encendido), una estatura de estatua que, aunque se caiga a pedazos, no se extingue jamás.
Para muchos Nick Cave, más que un artista, es una obsesión. ¿Cuántos Nick Cave hay? El berlinés, el guionista (con su extraordinario western The Proposition), el Cave noir y hard-boiled de historias truculentas, el que se inspira en las mitologías más diversas (desde el Nuevo Testamento hasta el pacto del bluesman Robert Johnson con el diablo), el Cave objeto de estudio: tanto en la descomunal película One More Time With Feeling, donde habla de la muerte de su hijo en 2015 como en la reciente muestra que le dedicó The Royal Danish Library de Dinamarca. Recientemente se editó Idiot Prayer: Nick Cave Alone at Alexandra Palace, una película y un álbum en vivo donde Cave repasa sobre todo sus tres últimos discos.
En su concierto en la Argentina en 2018 sucedió algo extraordinario: durante su interpretación sanguinaria (casi once minutos) de ‘’Stagger Lee" (de Murder Ballads), invitó al público a subir al escenario. Mientras exhortaba a la gente aullando un ‘’Are you ready?’’, todos coreaban, eufóricos, que sí, que estaban listos. Al fin Cave, en una escena irrepetible, sin perder su sonrisa les espetó "Then put your F... Cellphone down!!!". Fue una manera única de contar, en un evento masivo, que el aura (eso que para el arte no es posible reproducir) puede multiplicarse como los peces. Entonces lo supimos: Nick Cave era también nuestro gurú.