Ni yanquis ni marxistas… ¿indonesios?
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Existe un relativo consenso, aun en las diferencias conceptuales de política pública, acerca de que el país será un eje de atención, si no lo es ya, como actor importante en la provisión mundial de los tres bienes esenciales de una economía moderna: los alimentos, la energía y los minerales. Tras un 2023 que en términos de exportaciones sufrirá una merma significativa en el ingreso de divisas por los efectos de la sequía, las proyecciones para el año 2024 lucen muy alentadoras. El país podría llegar a exportar bienes por US$100.000 millones y lograr un superávit comercial de US$25.000 millones.
Es entonces allí donde se plantea en qué lugar la Argentina puede pararse con estos activos que posee y que serán crecientemente demandados por el mundo. La ausencia de una estrategia global de desarrollo ha sido uno de los grandes impedimentos para lograr niveles de crecimiento en los últimos cincuenta años. Se trata, sobre todo, de entender la nueva realidad mundial para aprovecharla lo máximo posible.
Un caso de reciente buena performance en cuanto a estándares de crecimiento sostenido sin observar las economías ya desarrolladas, es el de Indonesia. País de referencia en el sudeste asiático, donde habita la mayor cantidad de musulmanes en el mundo, es miembro del G-20 y representa la sexta mayor economía emergente.
Indonesia encontró un modelo de crecimiento que combina las virtudes del comercio, las inversiones y la inserción económica, pero con cierta independencia en sus decisiones estratégicas y de relaciones flexibles con los ejes del poder mundial.
El archipiélago asiático posee grandes recursos naturales, concentrados fundamentalmente en petróleo, minerales y carbón. Se encuentran allí las mayores reservas mundiales de níquel, estimadas en el 25% del total global, materia prima clave para la elaboración de baterías eléctricas de vehículos, siendo a su vez el mayor productor del metal. Posee también una de las grandes reservas de oro y la tercera mayor del cobre.
El detalle clave a tener en cuenta es que, desde hace casi una década, el actual presidente Joko Widodo, más conocido como Jokowi, decidió poner énfasis en disminuir la dependencia de la exportación de materias primas como tal por la alta volatilidad de su precio. En 2019 se prohibió la exportación del níquel en bruto.
Esto obligó a un proceso de inversión y producción local del mineral para agregar valor tras su extracción. Aquello permitió, por ejemplo, que el nivel de exportaciones del níquel procesado pasara de US$1000 millones en 2015 a nada menos que US$30.000 millones en 2022. A partir de este año se agregó a dicha prohibición la bauxita, y próximamente el cobre. El gobierno de Jokowi estima que las inversiones totales en el sector de los minerales y la energía alcanzarán una cifra de US$545.000 millones para el año 2040.
Vale decir que esta estrategia no está exenta de polémicas, ya que colisiona, según sus críticos, con normas generales del comercio internacional, hecho que le ha valido, en el caso del níquel, una demanda de la Unión Europea en la Organización Mundial de Comercio, con una derrota en primera instancia, aunque en proceso de apelación.
Las similitudes con nuestro país se relacionan precisamente al punto de que debe agregarse valor a la producción primaria en tanto su necesidad de generar divisas que sostengan un proceso de crecimiento y desarrollo. No hay duda de que en el país ingresarán mayores flujos por exportaciones en los próximos años, fruto de las potencialidades ya conocidas y también por el aumento en sus ventas al exterior de energía y minerales.
En el caso del litio, el país ya es el cuarto productor mundial, y las exportaciones en 2022 fueron de US$696 millones, un 235% más que 2021, y se proyectan en US$5000 millones en unos años. Otro de los recursos naturales es el cobre: la Argentina tiene reservas del mineral para iniciar un proceso similar al de Chile.
El gobierno actual ha introducido marcos legales favorables a la inversión en minería relacionados, más que nada, con bajas en derechos de exportación para exportaciones crecientes o libre disponibilidad de divisas en proyectos puntuales. Pero el país se debe un rediseño general de su régimen de inversiones en minería.
Precisamente este punto choca con las necesidades de corto plazo por la acuciante falta de dólares. Al centralizarse mucho en la exportación de la materia prima en sí misma, podría perderse de vista el foco en buscar una estrategia para que la Argentina integre una cadena global de abastecimiento, con la revolución de los vehículos eléctricos y los minerales que son fuente de almacenamiento de dicha energía.
En relación con eso, el ministro de Economía, guiado por la urgencia de no perder más reservas, realizó un viaje a China para poder utilizar más yuanes del swap y así facilitar más operaciones con nuestro principal socio comercial. A su vez, prometió una serie de inversiones en sectores como energía y minería como otra fuente de ingreso de divisas. Además, continúa en negociaciones con el Fondo Monetario para obtener adelantos de desembolsos.
La Argentina se encuentra hoy en una especie de triángulo de relaciones económicas internacionales, donde debe mantener una relación fluida y de intereses mutuos con Estados Unidos por su influencia en la región y, a la vez, sostener un buen vínculo con China como proveedor de alimentos y destino de inversiones en sectores estratégicos.
En cuestiones de geopolítica, tanto Estados Unidos como China tienen interés en desarrollar la movilidad vía vehículos eléctricos; ya sea con los planes centralizados de la potencia asiática como en las nuevas leyes sobre regulación de energía renovable y promoción de inversiones impulsadas por el gobierno de Biden; en este caso, la Argentina podría eventualmente convertirse en proveedor de insumos.
Ya se han desperdiciado ciclos mundiales favorables privilegiando no solo el corto plazo como mecanismo de redistribución de recursos y sostén político, sino que también despilfarrando energías en pujas políticas que pusieron el foco en posiciones de preferencias por afinidades políticas en vez de aprovechar cómo potenciar la riqueza del país.
Más allá del equilibrio necesario entre las dos potencias y las urgencias de corto plazo, la conclusión es que es posible tener una estrategia que aborde estas cuestiones. El caso de Indonesia es un aporte a la discusión. En este nuevo contexto histórico, si no somos ni yanquis ni marxistas, ¿por qué no ser un no alineado moderno y pragmático?
Lic. en Relaciones Internacionales, ha vivido y trabajado 10 años en Asia