Ni una sola palabra
La semana pasada fui a la preapertura de la muestra Repertorio de Rómulo Macció en el Centro Cultural Recoleta, que continúa hasta el 28 de mayo. La cita era a las 11 de la mañana. Allí estuve cinco minutos antes y aún estaba todo a medio habilitar en la Sala Cronopios. Como siempre, cada situación que ocurre en mi vida me despierta una reflexión.
En este caso, lo primero que se me ocurrió es lo despreocupados que somos los argentinos -o por lo menos los porteños- con los horarios. Qué poco respeto por ese número que figura en una invitación. El primero que llegó, además de Alejandro Rainieri, el responsable del encuentro, fue por supuesto Rómulo Macció. Con sus 83 años cumplidos ese mismo día, vestido de traje elegante, hizo su propio recorrido por cada uno de sus cuadros. Encaró una travesía solitaria, tranquila...Parecía un diálogo con las obras de sus dos últimos años. Poco después llegaron Claudio Patricio Massetti - director del Recoleta-, el curador y algunos asistentes del lugar.
Con sus 83 años cumplidos ese mismo día, vestido de traje elegante, hizo su propio recorrido por cada uno de sus cuadros. Encaró una travesía solitaria, tranquila...
Me ocupé especialmente de ver cada gesto en el rostro del artista. Cómo comentaba la iluminación de sus obras. La humildad con que recibía los halagos a medida que iban llegando los invitados. Críticos de arte que en pequeños grupos hablaban de cualquier otra cosa menos de Macció, amigos como Jaques Bedel y el arquitecto Miguel Angel Roca que exponían en las salas contiguas. En un momento se instaló un pequeño lugarcito con café y masitas. Mágicamente ese fue el centro de atención donde se armó una pequeña fila para disfrutar de un café y una gaseosa.
Bien avanzada la mañana, al filo del mediodía, y para dar por iniciada la inauguración, llegó el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi. Mucho movimiento de micrófonos, de cámaras y a las 13 empezaron los discursos. Se explayaron, largo y tendido, acerca de la obra de Macció. Lo ponderaron, lo elogiaron. Llenaron con muchas palabras la sala donde se exponían las obras de arte. Hasta que le llegó el turno al homenajeado. El vanguardista de los años sesenta, uno de los grandes pintores vivos de nuestro país, ni siquiera dio un paso adelante, no se acercó al micrófono ni a las luces, se quedó en su lugar y dio por terminada la sesión.
No recuerdo quién decía que de las pinturas no se habla, no se explican. Creo que fue Pablo Picasso.
Pues bien, a los 83 años, Rómulo Macció -hombre insoslayable de las artes argentinas- actuó como un artista. Dio una clase magistral: no emitió ni una sola palabra.