Ni playas ni grandes ciudades: el turismo dark apuesta por la muerte y lo macabro
El llamado tanatoturismo, vinculado con lugares donde sucedieron tragedias o matanzas, crece en popularidad; aunque algunos no lo consideran ético, para otros, es una manera de conectarse con otras realidades
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Corea del Norte, Timor Oriental, o los Altos del Nagorno, ese enclave montañoso que desde hace décadas es un polvorín de guerras étnicas entre armenios y azerbaiyanos, no son destinos que suelan figurar en el top 10 de las preferencias de los turistas.
Pero Erik Faarlund, editor fotográfico de un sitio web de Noruega no piensa lo mismo, y de hecho ha visitado esos tres lugares. Su próximo “sueño” es visitar San Fernando, en las Filipinas, durante la Pascua, cuando la gente se ofrece como voluntaria para ser crucificada en conmemoración de la pasión de Jesús, una tradición que la Iglesia Católica intenta erradicar desde hace años.
Erik dice que su esposa prefiere el sol y las playas del Mediterráneo, así que suele viajar solo. “No le entra en la cabeza por qué quiero ir a esos lugares, y a mí no me entra en la cabeza por qué ella va dónde va”, dice Erik.
Erik tiene 52 años y suele visitar lugares que entran en la categoría conocida como “turismo dark” –también llamado turismo negro, oscuro, o tanatoturismo–, un término amplio que básicamente implica visitar lugares vinculados con la tragedia, lo macabro y la muerte.
Ahora que se reanudaron los viajes, la mayoría de la gente aprovecha las vacaciones para lo habitual: escapar de la realidad cotidiana, relajarse y recargar energía. No así los tanatoturistas, que usan sus vacaciones para adentrarse en lo profundo de los rincones más lúgubres y hasta violentos del planeta
Argumentan que visitar plantas nucleares abandonadas o países donde ocurrieron genocidios es la manera de entender la dura realidad de la actual agitación política, calamidades climáticas, guerras y la creciente amenaza del autoritarismo.
“Cuando el mundo entero está en llamas o bajo las aguas y ya nadie puede pagar la factura de la luz, tirarse en la playa privada de un cinco estrellas es un poco vergonzante”, dice Jodie Joyce, gerenta de contratos de una empresa de secuenciación genómica de Inglaterra, que ya ha estado en Chernóbil y Corea del Norte. Pero Erik no considera que sus viajes sean “turismo oscuro” y dice que quiere visitar lugares “que funcionan de una manera totalmente diferente a como funcionan en mi país”.
Pero Erik no considera que sus viajes sean “turismo oscuro” y dice que quiere visitar lugares “que funcionan de una manera totalmente diferente a como funcionan en mi país”.
Más allá de sus motivaciones, lo cierto es que Erik y Jodie no son los únicos. El 80% de los viajeros norteamericanos dicen haber visitado al menos un destino de tanatoturismo, según una encuesta a 900 personas publicada en septiembre por Passport-photo.online. Más de la mitad de los encuestados dijo que le gustaba visitar zonas de guerra “activas” o pasadas, y alrededor del 30% dijo que cuando termine la guerra en Ucrania quieren visitar la planta siderúrgica de Azovstal, donde los soldados ucranianos resistieron durante meses el asedio de las fuerzas rusas.
La creciente popularidad del turismo oscuro permite deducir que cada vez son más las personas que evitan las vacaciones escapistas y eligen ser testigos presenciales de esos lugares de sufrimiento de los que solo han leído, dice Gareth Johnson, fundador de Young Pioneer Tours, que organizó los viajes de Erik y de Jodie.
“Los turistas están cansados de esa versión esterilizada del mundo”, dice Johnson.
La creciente popularidad del turismo oscuro permite deducir que cada vez son más las personas que evitan las vacaciones escapistas y eligen ser testigos presenciales de esos lugares de sufrimiento de los que solo han leído
Del tiempo de los gladiadores
El término “turismo dark” fue acuñado en 1996 por dos académicos escoseses, J. John Lennon y Malcolm Foley, en su libro Dark Tourism: The Attraction to Death and Disaster (“Turismo oscuro: la atracción por la muerte y el desastre”).
Pero hace siglos que la gente usa su tiempo libre para presenciar horrores, dice Craig Wight, profesor adjunto de administración turística de la Universidad Napier, Edimburgo. “Se remonta a las luchas de gladiadores en la Roma Antigua”, dice Wight. “La gente de otros tiempos también iba a presenciar ejecuciones públicas, y durante la batalla de Waterloo había turistas cómodamente sentados en carruajes para presenciar el combate.
Wigh dice que actualmente el turismo oscuro suele visitar sitios definidos por la tragedia para conectarse con el lugar, una sensación difícil de alcanzar simplemente a través de la lectura.
Pero según esa definición, todos hacemos turismo negro. El turista que va a pasar unos días a Nueva York puede visitar el Ground Zero, donde se encontraban las Torres Gemelas, y los que viajan a Boston tal vez vayan hasta Salem para saber más sobre la persecución a personas acusadas de brujería en el siglo XVII. Los viajeros a Polonia o Alemania tal vez visiten un campo de concentración nazi. Y podrían tener diferentes motivaciones para hacerlo, desde honrar a las víctimas de un genocidio hasta tener una mejor comprensión de la historia. Pero en general, el tanatoturista es alguien que tiene el hábito de buscar lugares que sean trágicos, macabros o incluso peligrosos, ya sea cerca de su casa o en rincones tan remotos como Chernóbil.
En los últimos años, a medida que los operadores turísticos empezaron a prometer una inmersión profunda en lugares conocidos por alguna tragedia reciente, los medios de comunicación se hicieron eco de esa tendencia y la gente también empezó a cuestionar las motivaciones de esos visitantes, dice Dorina Maria Buda, profesora de estudios turísticos de la Universidad Trent, de Nottingham.
Las historias de personas fascinadas deambulando entre las ruinas dejadas por el huracán Katrina o posando para la selfie en el campo de concentración de Dachau provocaron disgusto e indignación.
“¿Qué impulsa a la gente a visitar esos sitios?”, se pregunta Buda. “¿Una inclinación voyerista o la necesidad de compartir ese dolor y mostrar apoyo a las víctimas?”
Un terreno turbio
David Farrier es un periodista de Nueva Zelanda que se dedicó durante un año a documentar viajes a lugares como Aokigahara, el llamado “bosque suicida” en Japón, la prisión de lujo que Pablo Escobar construyó para sí mismo en Colombia, y McKamey Manor, en Tennessee, un famoso recorrido por una casa embrujada donde los visitantes se anotan para ser apaleados, enterrados vivos, y sumergidos en agua fría hasta que sienten que se van a ahogar.
Ese viaje se convirtió en el documental Dark Tourist, que se transmitió en Netflix en 2018 y que algunos críticos ridiculizaron tildándolo de “sórdido y macabro”.
Farrier dice que más de una vez se cuestionó sobre las implicaciones morales de su viaje. “Es un terreno éticamente turbio”, dice el periodista de 39 años. De todos modos, sintió que valía la pena “hacer rodar la cámara” en lugares y rituales que la mayoría de la gente quiere conocer pero que nunca experimentará en persona, y agrega que visitar lugares donde ocurrieron hechos terribles fue una lección de humildad que lo ayudó a enfrentar su miedo a la muerte.
Farrier se siente un privilegiado al haber podido visitar la mayoría de esos lugares, excepto McKamey Manor. “Eso fue realmente una locura”, dice.
Para reflexionar
Parte del atractivo del “turismo dark” es que ayuda a la gente a procesar “lo que ocurre en un mundo que se está volviendo cada vez más oscuro y desolador”, dice Jeffrey S. Podoshen, profesor de marketing del Franklin and Marshall College, y especialista en turismo oscuro.
“La gente está tratando de dar sentido a la oscuridad del mundo, de entender realidades como la muerte y la violencia”, dice Podoshen. “Ven este tipo de turismo como una forma de preparación”.
Erik Faarlund recuerda un viaje en particular con su esposa y sus hijos gemelos: un tour privado por Camboya que incluyó una visita a los Campos de la Muerte, donde entre 1975 y 1979 más de 2 millones de camboyanos fueron asesinados o murieron de hambre y enfermedades bajo el régimen de los Jemeres Rojos.
Sus hijos, entonces de 14 años, escucharon atentamente las historias brutales e implacables del centro de tortura dirigido por los Jemeres Rojos. En determinado momento, los chicos tuvieron que salir afuera, donde se sentaron en silencio durante un buen rato.
“Necesitaban un descanso”, dice Erik. “Fue una reacción muy madura de su parte”.
Después, conocieron a dos de los sobrevivientes de los Jemeres Rojos, hombres frágiles de más de 80 o 90 años. Erik recuerda que los adolescentes les preguntaron si podían abrazarlos, y los hombres accedieron.
Fue un viaje conmovedor que también incluyó visitas a varios templos, entre ellos el de Angkor Wat, en Siem Reap, y tuvieron la oportunidad de comer ranas, ostras y otras especialidades locales. “Les encantó a todos”, dice Erik en referencia a su familia.
De todos modos, no los imagina acompañándolo a ver las recreaciones de la crucifixión de Jesús en Filipinas. “En esta no creo que se prendan”, dice.
Traducción de Jaime Arrambide