Neuquén: ¿el ocaso de los feudalismos provinciales?
Que después de sesenta años el Movimiento Popular Neuquino (MPN) haya sido desalojado del poder constituye algo histórico. Otra cosa es desentrañar su verdadero alcance político. ¿Se trata, para decirlo en términos aristotélicos, de un cambio sustancial o de un cambio accidental?
Tal como corresponde al exitismo criollo, las primeras repercusiones fueron eufóricas. “La caída del MPN, el domingo, indica que comienzan a derrumbarse los feudalismos provinciales”, se afirmó como si hubiera caído el Antiguo Régimen en tiempos de la Revolución Francesa. “Este cambio superador de la grieta que se acaba de producir en Neuquén adelanta el porvenir nacional”. Más ganas que pruebas.
El vencedor Rolando Figueroa, quien asumirá recién dentro de siete meses y medio, explicó su hazaña en estos términos: “Neuquén está anudada; tanto pujé por desatar el nudo y no he podido que me di cuenta de que más conveniente era cortarlo”. Traducido: yo era el segundo del gobernador Omar Gutiérrez, o sea que vengo del riñón del sistema feudal; decidí cortarme solo y armar algo enfrente sumando desencantados de todos lados porque vi que la ecuación provincia rica gente pobre se agotó. Y además en el MPN no me dieron la candidatura a gobernador.
Ganó diciendo “neuquenizate”. Slogan que en realidad no se le ocurrió a él ni es de ahora. Lo había usado el MPN en 2021, cuando Figueroa marchaba en la fila de adelante. El mes pasado, acompañado por otros seis partidos, el MPN se presentó en la Justicia para reclamar que el candidato rival dejase de “neuquenizar”. O por lo menos parase de decir “neuquenizate”. Lo mejor fue el argumento: este neologismo, explicó el MPN, puede inducir a confusión o engaño al electorado.
Algunos críticos del flamante gobernador electo no recurren a descalificaciones ni a apreciaciones ideológicas para bajarle el precio. Dicen simplemente que lo que ganó fue una interna del MPN montada sobre elecciones provinciales. Visión sesgada, desde luego, porque es un hecho que el MPN estaba en el poder desde tiempos inmemoriales y que el domingo resultó desalojado. Más precisamente, estaba en el poder desde antes de que nacieran 39 de los 47 millones de argentinos.
Pero tampoco los vasos comunicantes con la realidad nacional ayudan a descifrar si Neuquén, el asiento de Vaca Muerta, es la esperanza nacional por donde se la mire o se trata de un caso aparte y todo está por verse. El domingo varios políticos nacionales se subieron al festejo de los ganadores, lo que tal vez sumó confusión en un universo partidario que atraviesa alianzas y jurisdicciones con lógicas cruzadas.
Macri habló de “un cambio de era”. Pero en vez de mencionar la caída del MPN recurrió al fútbol: sin demasiadas explicaciones vinculó lo de Neuquén con el ejemplo que dieron “los muchachos de la Selección en Quatar”. Él y Massa -otra verificación de que la política no es una ciencia exacta- confluyeron en Figueroa. A quien, hay que recordarlo, los encuestadores ya tenían como favorito, es decir, probable liquidador del MPN.
El candidato del agrandado Milei sacó un modesto ocho por ciento. Por lo menos esto quedó disimulado detrás de la pésima elección de la marca Juntos por el cambio que no llegó a los cuatro puntos. El localismo, en definitiva, cantó el presente cuantas veces pudo. Se impuso la “neuquenidad” (que no es un invento de este cronista). Una conjunción de la riqueza energética provincial con la longeva dinastía de los Sapag. Dinastía (el líder actual es Jorge Sapag) que, huelga decirlo, al interrumpirse canceló un acostumbramiento a la eternidad: con sesenta años, era el experimento provincial más duradero del país. También, el más singular de todos los feudalismos y el más autárquico, comparado con los Juárez y los Ledesma de Santiago del Estero, los Saadi de Catamarca, los Rodríguez Saá de San Luis, los Romero salteños y los Kirchner, el otro feudo patagónico.
Neuquén casi no conoció gobiernos ajenos al MPN. Es que la provincia fue creada por Perón, en 1955, un día antes del bombardeo de Plaza de Mayo, y se dio su Constitución en 1957, con la Revolución Libertadora. Antes del sapagismo sólo había gobernado, entre 1958 y 1962, la fórmula frondicista Edelman-Asmar. Ángel Edelman se enfermó y fue reemplazado por el vicegobernador Alfredo Asmar. Nunca más hasta el domingo pasado fue elegido un gobernador de un partido que no fuera el MPN.
En 1961, más o menos para la época en la que Palito Ortega, Violeta Rivas y Raúl Lavié arrancaban con El club del clan, en la casa de Amado Sapag, en Zapala, era fundado el Movimiento Popular Neuquino. ¿El propósito? Inventar un “neoperonismo”, especie de peronismo sin Perón, cosa de sortear la proscripción y no tener que caer en el evanescente voto en blanco. Como primer presidente del MPN actuó Elías Sapag (1911-1993). Su hermano Felipe (1917-2010), primer intendente electo de Cultra-có en los años cincuenta, fue el candidato a gobernador en 1962. Y ganó.
Como en el MPN el peronismo estaba camuflado, los militares no obligaron a Frondizi a que Neuquén fuera una de las provincias intervenidas y se tuvieran que anular las elecciones, pero Felipe Sapag igual no llegó a asumir debido al golpe de estado del 29 de marzo de 1962. Volvió a ganar junto con Illia en 1963 y volvió a ser derrocado en 1966, pero con aquella dictadura, la “Revolución Argentina”, mal no le fue: en 1970 Onganía lo nombró interventor de la provincia.
El 25 de mayo de 1973, Felipe Sapag de nuevo fue elegido gobernador (junto con Cámpora). Cayó con el golpe de 1976, para retornar al poder en 1983, con Alfonsín. Siguieron Pedro Salvatori y Jorge Sobisch y en 1995 Sapag inició su quinta gobernación, que completó a los 82 años.
Sobisch, que fue gobernador tres períodos, es el líder de una línea interna diferenciada de Sapag. Ambos se alternaron en el control partidario. Después de otro Sapag -Jorge Augusto- Omar Gutiérrez cursa ahora el final de su segundo período.
El MPN nació con alma peronista, pero con el tiempo este clan familiar de origen libanés desarrolló un localismo propio y supo maniobrar con firmeza frente a cada gobierno central. Hasta desafió al propio Perón, quien pretendió a comienzos de los setenta la disolución del MPN, no hace falta decir que sin éxito. Con ese mismo juego propio, don Elías, hermano mayor de don Felipe, quien fuera senador nacional en tres épocas distintas, desafió a Alfonsín. Le hundió la ley Mucci, la reforma sindical que había sido una promesa de campaña. La votación en el Senado resultó muy pareja. Elías Sapag se alió sorpresivamente con el rechazo peronista. Devino el verdugo de la reforma, lo cual afectó gravemente al gobierno alfonsinista.
Este breve racconto histórico está diciendo que la elección del domingo pasado en Neuquén no fue una más. Si es por fuerzas políticas hegemónicas, el PRI (Partido Revolucionario Institucional) gobernó México setenta años seguidos (1930-2000), hasta que un día perdió las elecciones frente a un populista de derecha, Vicente Fox. Nada es para siempre.
El futuro político de Neuquén depende ahora en gran medida de cómo gobierne Figueroa (hay que esperar hasta diciembre), de la manera en que conservará la cohesión de la multiplicidad de fuerzas que le dieron el triunfo.
Y también, por supuesto, de a quién apoye para presidente y cómo se relacione luego con el nuevo gobierno nacional. Pero hay una incógnita anterior: si el gobernador erigirá algo efectivamente nuevo.