Néstor García Canclini. "La corrupción lleva a pensarnos como sociedad y no como víctimas"
Globalización. Grandes urbes. Intercambio entre culturas. Fronteras. Redes digitales. A lo largo de sus investigaciones, Néstor García Canclini parece haber seguido los pasos de los fenómenos que, al menos desde los años 90, vienen dando forma al mundo actual. Fue en aquella década cuando, con el libro Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, inauguró una mirada deslumbrante y compleja hacia procesos sociales que se resistían -aún lo hacen- a las etiquetas fáciles. Sumergirse en los ensayos de este estudioso supone indagar en el universo de la cultura masiva, pero también en su encuentro con la tradición y los cruces migratorios; preguntarse por los modos en que el consumo aloja ciertas formas de la ciudadanía e interperlar los lenguajes de una humanidad cada vez más diversa, contradictoria y multicolor.
Su propia formación tiene que ver con la mixtura. No solo porque, tras doctorarse en Filosofía en la Universidad Nacional de La Plata, orientó sus investigaciones hacia la antropología, la sociología y la comunicación, sino también porque, radicado en México desde mediados de los años 70, encarna ese tipo de identidad intercultural que tanto ha estudiado.
Por estos días, García Canclini pasó por Buenos Aires para presentar su último salto de frontera: la incursión en la literatura, a través de la novela Pistas falsas (Sexto Piso). "Es una mezcla de ficción, ensayo y poesía", comenta. Ubicada en un futuro más bien cercano, Pistas falsas sigue el derrotero de un arqueólogo chino que viaja a América Latina, en el marco de una sociedad global rabiosamente interconectada, con Estados en franco retroceso, el poder real en manos de corporaciones transnacionales y las poblaciones prácticamente libradas a su suerte.
Eximido de la rigurosidad académica ("los antropólogos no queremos hacer pronósticos"), Canclini construye una distopía en la que se filtran muchos de sus objetos y temas de estudio. También, cierta mirada desencantada frente al presente: "Mis esperanzas de los años 90 han ido cayendo", dirá este gran decodificador de la cultura global, que no se priva de alertar que, en un momento de aguda incertidumbre mundial, faltan dirigencias capaces de orientar el rumbo.
Un personaje de Pistas falsas dice una frase inquietante: "Hitler está en la sociedad". ¿Es así?
En buena parte de los textos literarios que se escribieron sobre la Alemania nazi, por ejemplo en W. G. Sebald, encontramos que hay reconocimiento de la culpabilidad de los militares, de la cúpula que acompañaba al Führer. Pero también preguntas sobre la participación de la sociedad que no se pueden resolver diciendo "hubo cómplices" o "hubo colaboracionistas"; es más arduo el trabajo de discernir. Más que de repartir culpas, se trata de entender cómo en ciertas sociedades puede engendrarse el fascismo, el nazismo o autoritarismos de otro tipo. El personaje que dice esta frase tiende a no reducir el mal social a las cúpulas políticas, militares o empresariales, sino a ver cómo está instalado. No dice que Hitler es la sociedad, sino que está en la sociedad. No quiere decir que todos los habitantes lo sean.
¿Se refiere a la amenaza de un germen totalitario que afectaría también a las tecnologías?
Está el debate del uso social de las tecnologías y la capacidad humana de controlar a las máquinas. Una antigua inquietud, que se agudiza cuando vemos que los algoritmos saben más que las personas o un colectivo de personas. Inevitablemente surge la duda de si llegará el momento en que un robot no solo le gane al campeón mundial de ajedrez, sino que decida si los humanos van a seguir existiendo.
¿Cómo se planta un antropólogo frente a semejante cuestión?
No queremos hacer pronósticos (sonríe); no hay elementos suficientes. Pero podemos pensar que necesitamos un gobierno mundial, instituciones que organicen y pongan límites al uso de la tecnología. Hay un debate importante en la Unión Europea en cuanto a hacer visibles los datos, que los usuarios conozcan qué uso se va a hacer de sus datos, y que las empresas lo especifiquen en contratos claros. Pero esto ocurre solo en la Unión Europea, mas allá todavía no se hace gran cosa.
Menciona la necesidad de una gobernanza mundial, algo que Zygmunt Bauman también sugirió en uno de sus últimos libros. ¿Están dadas las condiciones para algo así?
Lo están desde hace mucho; podríamos decir, por poner una fecha, desde la Segunda Guerra Mundial. Se crearon condiciones para lograrlo, pero han sido extremadamente ineficaces. Pensemos en la ONU, la Unesco, la OMPI en relación con la propiedad intelectual: o están controladas por élites que no consultan o responden a intereses de sectores económicos y financieros, o existe una gran mediocridad. Hace 20 años leí las investigaciones etnográficas de Marc Abéles, antropólogo francés que tomó a la Unión Europea como una comunidad de naciones, así se llamaba. Como los antropólogos estudiamos comunidades, dijo: "Vamos a ver qué pasa allí". Llegó a la conclusión de que la Unión Europea era un acuerdo entre cúpulas políticas y empresariales, en parte militares, y aunque existía una ciudadanía europea, esa ciudadanía no tenía canales para expresarse. Hubo intentos de darle no solo un sentido de libre comercio, sino también valorar la cultura: la UE tiene un himno, una bandera, programas muy fuertes de intercambio de estudiantes como Erasmus, apoyo al cine europeo. Pero no fue suficiente. Sin embargo, para mí sigue siendo la experiencia más provocadora y estimulante para reflexionar sobre estas cuestiones, mucho más que los fracasos de la integración latinoamericana. Aunque no puedo dejar de decir que mis esperanzas de los años 90, cuando se veía más promisoria esta unificación europea, han ido cayendo.
¿Asistimos a una puesta de blanco sobre negro sobre las expectativas de la globalización?
La expresión "poner blanco sobre negro" supone nitidez, y creo que eso falta hoy. Hay desdibujamiento de lo que creíamos más definido. En mi experiencia, en los años 90, 80 y 70, imaginamos futuros más diseñados, más manejables política y económicamente. Hoy no sabemos. Parte del problema es que la mayoría de los gobernantes y los economistas no son capaces de reconocer que no saben. Hay grandes debates en la economía mundial, con premios Nobel incluidos, que dicen todo este camino es erróneo, que el neoliberalismo fracasó. Estoy pensando en Paul Krugman, en Joseph Stiglitz. Pero, especialmente en las áreas periféricas como América Latina, se hace como si aún estuviéramos en el auge del pensamiento único.
Ya hubo otras eras de incertidumbre. ¿Qué caracterizaría a la nuestra?
Hay más complejidad intercultural y ninguna narrativa mundial, menos aún un paradigma científico, que permita interpretar lo que está sucediendo de un modo claro, distinto. Estamos ensayando formas de pensarlo. Necesitamos más investigación social, necesitamos que los que toman decisiones políticas y económicas se enteren mejor de lo que se está investigando. En México se sabe mucho, a través de trabajos académicos, de las razones del crecimiento de las mafias, la multiplicación de cárteles, las desapariciones, secuestros, extorsiones. Pero el Estado no quiere enterarse. A tal punto que casi no investiga: no se sabe exactamente cuántos son los desaparecidos, no se sabe dónde están las fosas. Se necesitan decisiones políticas de transparencia. Se ha llegado a decir: "no hay autoridades propias capaces de hacerlo, que venga la Comisión Interamericana de Derechos Humanos". Porque no confiamos en nuestra policía, en nuestro ejército, en nuestra justicia.
¿Son procesos que se replican internacionalmente?
Hace 15 años muchos advirtieron sobre el riesgo de la colombianización de México, y eso ya llegó. Aquí he escuchado hablar sobre los riesgos de mexicanización de la Argentina. Se van trasladando a distintas regiones signos evidentes de la violencia, de la descomposición de relaciones entre Estado y sociedad y la indiferencia o complicidad de los poderes públicos con las mafias. Hay cárteles de los más poderosos de México que actúan en 52 o 55 países en varios continentes. Pero hay que tener cuidado con las metáforas. Hablar de la mexicanización de la Argentina o de la colombianización de México explica poco; se queda en los síntomas, porque cada país tiene historias distintas. Hay que prestar mucha atención, y creo que en la Argentina mucho más de la que se está prestando, al carácter mundializado de esta acción de los cárteles, pero a la vez hay que atender a la especificidad, al tipo de deterioro de cada país. Existe el riesgo de militarización de zonas de la sociedad, como ocurre en Río de Janeiro o algunas ciudades de México. Eso implica otro tipo de violencia, mas inorgánica, menos institucionalizada, en la que pueden estar comprometidos organismos del Estado, pero que tiene también un juego loco de actores múltiples enfrentados. México siguió la política equivocada de concebir todo esto como una guerra del Estado y el ejército contra las mafias. Especialmente desde el gobierno de Felipe Calderón, se creyó que capturando a los jefes se resolvía todo. Lo que sucedió fue que un cártel que estaba unificado bajo el dominio de un jefe se fracturó en muchos, se multiplicó su acción, disputaron el territorio que antes compartían y se ennegreció todo. Son lecciones que tienen valor internacional. La tarea del Estado no es militarizar zonas de la sociedad, porque ahora en México habría que militarizar todo el país.
¿Cómo está viviendo el cambio de signo político en México?
Claramente había una decepción muy extendida antes de las elecciones. Los tres partidos que han ejercido el poder en las últimas décadas perdieron millones de votantes. Lo que queda claro es que había un deseo de salir de ese lugar y que gran parte de la población no se sentía representada por los partidos históricos. Como en muchos lugares, esa decepción se convierte en deseo de que venga otro caudillo, otro líder. Eso es lo que se ve hasta ahora. Es muy temprano para saber cómo va a seguir porque todavía no asumió el nuevo gobierno; lo hará el 1° de diciembre. Pero ya se han hecho nombramientos y anunciado medidas muy concretas. Hay ministros de la nueva administración, como la secretaria de gobernación, que han hablado, por ejemplo, de la necesidad de despenalizar las drogas, empezando por la marihuana. Eso no se quería hablar en los círculos gubernamentales, pese a que había investigación suficiente sobre el fracaso de las políticas del gobierno anterior. Otros ministros presentaron proyectos de trabajo comunitario, centros culturales, clínicas barriales para dar atención primaria fortalecida, cambios en el gasto público: todas medidas positivas y esperanzadoras. Aunque también hay algunos nombramientos de López Obrador muy dudosos por la trayectoria de los personajes implicados. Habrá que esperar a que asuma y ver qué sucede. En todo caso, el humor social cambio radicalmente después de su elección.
Vuelvo a Pistas falsas: fue impactante leer, por estos días y en uno de sus capítulos, la pregunta: "¿Será el soborno el nuevo contrato social?"
(Sonríe). La escribí mucho antes de los Cuadernos. No sabía que existían. Pero es una pregunta necesaria en muchos países. Desde luego, en todos los latinoamericanos. Aunque también es una pregunta internacional: cuando uno ve que en Europa, en países con supuesto control de la corrupción como Alemania, renuncian ministros porque falsificaron o plagiaron los datos de su tesis... Es una pregunta que remite, de nuevo, a pensarnos como sociedad y no como víctimas de las cúpulas.
La novela cierra con dos mails y la promesa de un encuentro. ¿Un gesto esperanzador?
Esos mails finales en realidad son cartas. Tienen una extensión y una elaboración de los sentimientos que son más propias de la carta. En el libro hay insinuaciones de cómo entendemos a los otros, con su presencia o sin ella: un gran tema para esta era digital. Sustituimos mucho el encuentro presencial, incluso cada vez se habla menos por teléfono. Personalmente, extraño mucho la conversación telefónica. Esa es una pregunta para hacerse: qué perdimos cuando la voz, esa última forma de presencia en el teléfono, esa parte tan expresiva del cuerpo, fue sustituida por frases o íconos.