Necesitamos tener un horizonte
En la filosofía griega se distinguían dos dimensiones del tiempo; Kronos, que es el que mide su transcurso; y Kairós, que mide las expectativas, los sueños: "El tiempo de nuestros momentos trascendentes, de los hechos que marcan fuerte el camino personal de cada uno de nosotros, eso que algunos denominan destino, y que en determinados momentos nos hizo tomar decisiones importantes" (Alejandro Corletti Estrada).
Hoy, nuestra Argentina se está convirtiendo en un eterno Kronos; o sea, en un eterno presente en el que no hay sueños. Y no es cierto que ello se deba solo a la cuarentena, que nos obliga a pensar en cada "hoy" y cuyo impacto cotidiano sobre los proyectos de las personas es muy duro, sobre todo cuando no se sabe cuál es su duración. La razón más profunda es la falta absoluta de esperanza en un tiempo mejor; de un "donde vamos" que ayude a las personas a sacar las energías que aun tienen para imaginar y construir una salida a este presente pernicioso.
La sociedad tiene aún ahorros, capacidades, imaginación, sueños, y una necesidad vital de reconvertirse. El problema es si para movilizarlos se les ofrece algún horizonte, una percepción confiable sobre el futuro que sea a la vez un alivio y un incentivo para el presente. Y esto no es una frase retórica, está en la cotidianeidad de miles de personas que piensan -muchos desesperadamente- que será de sus empleos o empresas y que encuentran más preguntas que respuestas. O -peor aún- que ven que todas las referencias que encuentran son negativas. El resultado es la desesperanza, que se agrega a los impactos negativos de la cuarentena sobre la salud.
Y ello sucede porque la experiencia de estos meses demuestra que ese Kairós no existe en el Gobierno, ni como inspirador de sus acciones coyunturales, ni como horizonte de llegada. ¿Qué proyectos pueden encarar quienes oyen decir que "hoy es el tiempo de la salud y mañana el de la economía"; o cuando ven que la palabra inversión no existe en el discurso oficial? Peor aún, ¿qué mensaje reciben con los gravísimos errores de LAN y Vicentin y la incapacidad para resolver el tema de la deuda quienes tienen que decidir como invertir sus últimos ahorros en un tractor, un torno o en pagar un crédito? ¿Qué sienten cuando dudan que el Presidente y su equipo tengan noción de lo que está sucediendo realmente y de los riesgos vitales que corren millones de personas, más allá de la pandemia?
Frente a este panorama, es también razonable preguntarse cual es el balance ético del Gobierno. ¿Qué vale más? ¿El aplauso de su militancia o el compromiso con la vida de sus ciudadanos? Perciben algo tan obvio como que estas señales generan más enfermedad y hace perder empleos presentes y futuros, aunque sean aplaudidos en los círculos propios? Más aún, ¿entiende el Gobierno que – al igual que con la enfermedad- hay un punto en que el deterioro económico no tiene vuelta atrás porque la decepción es acumulativa, y que en algún momento no habrá más energía ni voluntad para encarar un futuro alternativo?
Pero además de las cuestiones éticas y políticas, en esta falta de horizonte hay otro grave problema económico: la negación ideológica del valor del futuro como movilizador hace que, si no hay incentivos para la utilización de los recursos privados, la única fuente posible de actividad será el Estado, cuya situación es penosa y será cada vez peor, hasta convertirse en una bomba de tiempo. LAN, Vicentin, la deuda, han sido señales pésimas para la necesidad esencial que tiene nuestra sociedad de encontrar un Kairós que le dé esperanza. Pero no todo está perdido, si el Presidente comprende adonde lo lleva este camino, se anima a escuchar otras voces con espíritu abierto y acepta que debe gobernar para todos y no para sus sectores más cercanos. Y sobre todo si dice, sin ambages, que está convencido que es la energía de la gente la que va a asegurarnos crecer y crear trabajo.
Exdiputado nacional