Navegando en la crisis
El índice de producción industrial de enero, conocido esta semana, confirma la onda recesiva que ya era evidente desde mediados de 1998. La caída de este índice es de un 8% respecto del mismo mes del año anterior y guarda relación con la evolución negativa de la demanda observada por FIEL en su encuesta mensual. Sin embargo, hay suficientes indicios de que la Argentina está navegando relativamente bien sobre la crisis desatada por la devaluación del real. El impacto sobre nuestros mercados ha sido menor que el esperado, y la tasa de interés no llegó a alcanzar los niveles que se observaron durante el tequila o la crisis rusa. Si se comparan los rendimientos sobre títulos públicos similares, cuyo nivel se proporciona al llamado riesgo país, resulta que la Argentina se ha despegado claramente de Brasil, y que incluso está en mejor situación que México. Estas circunstancias no se daban a fines de 1998 y reflejan una mejor percepción internacional de nuestra situación. La colocación de un bono a 20 años por 1000 millones de dólares refuerza el clima de mayor confianza hacia la Argentina.
Hay, por lo tanto, cierta evidencia de que los inversores internacionales han comenzado a diferenciar la situación de nuestro país dentro del difícil contexto regional. Igualmente, los ahorristas locales parecen haber consolidado su confianza en el sistema financiero, a pesar del episodio aislado de insolvencia de un banco de menor tamaño. También en este caso el Banco Central ha encontrado una forma efectiva de resolver la continuidad por el traspaso rápido de sucursales a otros bancos, sin generar crujidos que despierten temores más extendidos. En efecto, en la última semana los depósitos totales han continuado subiendo, con un muy leve desplazamiento de pesos hacia dólares. Esto, a pesar de que la continuidad de la convertibilidad ya no parece ponerse en duda. La propuesta del Presidente de estudiar la dolarización total con la variante de un tratado de unión monetaria con Estados Unidos, o de remover los obstáculos para el pago de impuestos y salarios con dólares, contribuye a eliminar dudas sobre la voluntad de sostener la convertibilidad hasta sus máximos extremos. Todas estas cuestiones ayudan en momentos de crisis, cuando lo esencial es sostener la confianza.
Los temores por un aluvión de importaciones de Brasil aún no han sido confirmados. Las estadísticas de aduana de enero indicaron más bien una merma, pero no pueden tomarse como representativos, ya que la devaluación se produjo a mediados de dicho mes y la reacción requiere cierto tiempo. Es bien posible que haya un impulso inicial por la colocación de stocks ya producidos en Brasil, pero la opinión de los propios industriales brasileños es que, pese a la devaluación, el desarrollo de nuevos negocios de exportación estará desalentado por el encarecimiento del crédito, la incertidumbre sobre el tipo de cambio y la inestabilidad económico financiera. La crisis en Brasil no ha terminado y la dificultad para reducir la tasa de interés sobre el real hace altamente probable una reestructuración de su deuda pública. Las alternativas de una situación así no son nada tranquilizadoras y pueden implicar variantes más o menos traumáticas. No es posible descartar la aparición de algún control de cambios. En cualquier caso, aumentaría el riesgo país y se produciría un mayor encarecimiento del crédito. No es éste un horizonte propicio para los exportadores brasileños. Debe recordarse qué ocurría con nuestras ventajas competitivas cuando la Argentina devaluaba en un contexto de inestabilidad e incertidumbre.
Economía y política
Es improbable que se produzca el aluvión de importaciones que algunos han presagiado. De todas maneras, en una economía poco abierta y escasamente dolarizada como es la de Brasil habrá una ganancia de tipo de cambio real hasta tanto la devaluación sea plenamente reabsorbida por los costos internos.
La crisis brasileña alcanzó a repercutir en nuestra política interna. Diversas encuestas identificaron una duda creciente sobre la capacidad de la Alianza para conducir la economía en momentos de crisis. Esto permitió relacionar el aumento de las preferencias electorales hacia el peronismo con las incertidumbres aportadas por la situación de Brasil. La reacción no se hizo esperar: el instinto político de las máximas cabezas de la Alianza los llevó a una mayor austeridad discursiva y a impulsar a los economistas de mayor solvencia y ortodoxia a tratar de homogeneizar y solidificar las propuestas. La Carta a los Argentinos está siendo revisada con ese propósito, con el liderazgo de esos economistas, mientras Alfonsín presentó su renuncia al Instituto Programático de la Alianza.
El paso por Davos de De la Rúa y Fernández Meijide debe de haber tenido también sus efectos. El contacto directo con el mundo y sus reglas lleva a un mayor realismo a los candidatos con expectativas de ser gobierno. Eso tiene más fuerza de persuasión que ninguna exposición académica local, como lo demostró la experiencia de Menem en sus contactos internacionales de principios de 1989. Los que estuvieron en Davos saben bien que la globalización, la disciplina fiscal, la transformación del Estado y la desregulación son premisas que no se invalidan por la preocupación que hoy generan las crisis recurrentes. El debate internacional gira alrededor de cómo extender socialmente los beneficios del crecimiento, y de cómo atenuar los efectos y la propagación de estas crisis. No hay retorno al socialismo ni al dirigismo, ni se habla seriamente en el mundo desarrollado de atacar o reformar un supuesto modelo neoliberal.
También Duhalde ha moderado su discurso económico, olvidando sus anteriores apelaciones a "peronizar" la economía. Lo que ha ocurrido en el fondo, y lo reflejan las encuestas, es que la gente en la Argentina ha madurado. Las experiencias de la últimas dos décadas han sido suficiente escuela para que ya no logren respaldo mayoritario las propuestas que puedan poner en riesgo la estabilidad. Seguramente, la sociedad está ansiosa de mayor equilibrio social, pero no cree en la redistribución por decreto y está desengañada de los falsos nacionalismos. Las propuestas de dolarización del presidente Menem no provocaron ninguna manifestación callejera, sino tan sólo algunas oposiciones aisladas. El tema fue más bien discutido técnicamente, aun por algunos políticos que algunos años atrás se hubieran rasgado las vestiduras con mucho menos que eso. Todas estas circunstancias aportan un grado mayor de certidumbre al horizonte argentino en cuanto a la relación de la política con la economía.
Equilibrio y deberes pendientes
Cualquier proyección fundamentada apunta a un crecimiento para este año en un valor cercano a cero, lo que difiere con la hipótesis del presupuesto que aún expone el ministro de Economía. No es objetable que el ministro sostenga un objetivo optimista en su gira internacional, pero no es aceptable que se mantenga esa hipótesis en el cálculo de recursos. La realidad se encargará de desmentirla cuando ya sea tarde para reducir el gasto. Eso fue lo que sucedió en 1998 y parece que volveremos a tropezar con la misma piedra. Ya no hay más espacio para incrementar alícuotas impositivas ni tampoco debemos confiar en la reducción de la evasión, aunque deban redoblarse los esfuerzos. Es urgente encarar decididamente la reducción del gasto, lo que es factible. El toque final para consolidar la confianza hacia el país sería la eliminación del déficit fiscal, o mejor aún el logro de superávit. Lograr mayor confianza significa más inversiones y mejores condiciones de crédito. Esto a su vez genera crecimiento y empleo. Es por lo tanto un objetivo de carácter social, como también lo es la modernización laboral, frustrada por la criticable reforma de un año atrás. Son deberes pendientes que no deberían demorarse si queremos disipar toda duda de una salida exitosa de esta crisis.
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