Narrar el machismo para hacerlo trizas
El 4 de marzo de 2005, el marido de Analía Alejandra Escamochero, de 38 años, la ahogó en la pileta de la casa donde vivían. Después, hizo lo que tenía planeado: se fue a jugar a la paleta al club. La Justicia determinó que ella, con sus infidelidades, lo había provocado y, en lugar de la condena a prisión perpetua que el esposo merecía, recibió sólo una pena de 22 años de cárcel.
El 19 de septiembre de 2011, Lucero Amparo Valenzuela, de menos de 60 días, ingresó en el Hospital Zonal de Zárate con un paro cardíaco, con la clavícula derecha y cinco costillas fracturadas y la parte posterior del cráneo hecha trizas. El 25 de ese mes murió. Poco después, la Justicia comprobaría que su padrastro, en connivencia con su madre, la había zamarreado para que “dejara de llorar”.
Los casos forman parte de las 17 historias que componen el libro que acaba de publicar Planeta, Mujeres en peligro. Historia de un país donde todo se permite, de Rolando Barbano. El periodista y jefe de la sección Policiales del diario Clarín no sólo busca ponerle rostro a las estadísticas sobre violencia de género , sino también alertar sobre una problemática que, en la mayoría de los casos, puede prevenirse.
El de Barbano es sólo uno de los libros de no ficción (periodísticos y de ensayos) sobre violencia de género que las editoriales empezaron a publicar, sobre todo, después de que el 3 de junio de 2015 más de 200.000 personas marcharon en la Argentina bajo la consigna #NiUnaMenos . “Es un tema que se impone. Una editorial tiene que acompañar con buenos libros lo que la agenda política y social va marcando como problemas”, señala a LA NACIÓN la editora de Planeta, Paula Pérez Alonso. Coincide con esta mirada, Glenda Vieites, directora literaria de Penguin Random House: “Desde hace unos años surgieron más libros que abordan la desigualdad de la mujer, producto del celebrado resurgimiento del feminismo”.
Este tipo de libros no sólo cuenta casos de feminicidio, sino que busca desentrañar y cuestionar el concepto de mujer para, así, denunciar cómo el machismo la ubicó en un lugar de inferioridad, que validó la naturalización de la violencia contra ella. Eso muestra la doctora en Ciencias Sociales, Eugenia Tarzibachi, en Cosa de mujeres. Menstruación, género y poder, que Sudamericana publicó el mes pasado. La especialista plantea, entre otros temas, que este proceso biológico fue construido por la mirada masculina al concebirlo como una suerte de defecto del cuerpo femenino. “Desde la infancia, la cultura induce a las mujeres a someterse a diversas prácticas de disciplinamiento del cuerpo para ser consideradas femeninas [depilarse, teñir las canas, usar cremas para suavizar la piel], como si sus cuerpos fueran defectuosos sin ciertas intervenciones de tipo afectivo, estéticas y protésicas”, se lee en el libro en el que Tarzibachi hace un recorrido por las diferentes significaciones sociales, económicas y políticas de la menstruación.
Una editorial tiene que acompañar con buenos libros lo que la agenda política y social va marcando como problemas
“Las desigualdades persisten”. Con esa frase justifica la socióloga Eleonora Faur los diez textos que compila en Mujeres y varones en la Argentina de hoy. Géneros en movimiento (Siglo Veintiuno Editores). “El debate sobre género muestra un territorio plagado de controversias, y en el cual no escasean los estigmas, los mitos, las normas estancas, e incluso las voces que claman por un retorno pleno y sin medias tintas a un sistema de dominación patriarcal”, escribe la especialista. En ese escenario, por ejemplo, subraya enfrentamientos aún irresueltos entre viejos paradigmas machistas y nuevos modelos de la masculinidad: “Los varones están orgullosos de encarar nuevas formas de relación con sus hijos, pero hay leyes que estipulan sólo dos días de licencia por paternidad, que subrayan que el cuidado es potestad y responsabilidad exclusiva de las madres”.
Desde hace unos años surgieron más libros que abordan la desigualdad de la mujer, producto del resurgimiento del feminismo
Sobre este tipo de supuestos, se asienta La masculinidad tóxica del ensayista Sergio Sinay, que el año pasado reeditó Ediciones B. El especialista considera que el modelo de hombre que reina hasta hoy se construyó durante la Revolución Industrial. Por ese entonces, los varones debieron abandonar el hogar para ir a trabajar a las fábricas, mientras que sus esposas quedaron al cuidado de los hijos. Así, se concibió una suerte de varón “productor, proveedor, luchador, fuerte, potente, agresivo e impulsivo” que dejó de lado los atributos que consideró femeninos (las emociones, los temores, la contemplación, el dolor, la piedad). Este modelo, que Sinay describe como tóxico, permeó en todos los órdenes de la vida y se transformó en la raíz de la violencia contra el otro.
“Romper con el paradigma de la masculinidad tóxica es hoy una necesidad prioritaria y debe convertirse en un emprendimiento personal, grupal, social, espiritual, afectivo, ético y moral para cada hombre que aspire a vivir una vida con sentido y significado en un mundo diferente, acogedor, hospitalario, compasivo, cooperativo e integrador”, insta Sinay.
Si se sigue su razonamiento, quizás, en un futuro lejano, ya los libros que den cuenta del machismo serán sólo un mal recuerdo.