Nada más valioso que un culpable
Por un momento, la discusión se centró en el modo en que un empresario debería confeccionar un multiple choice. "¿Por qué la opción NO tiene cuatro casilleros y la SÍ, ninguno?", preguntó la presidenta de la Nación. Cristiano Rattazzi, líder de Fiat Auto, había perdido ya la tranquilidad con que parece tomarse en general los conflictos. "Porque el SÍ es una respuesta simple: la gente quiere el auto; pero el NO puede ser por varias razones", explicó. Fue el lunes pasado por la tarde y la reunión con el sector automotor parecía empantanada: Cristina Kirchner había arrancado con una dura acusación hacia la compañía italiana.
El detonante había sido una carta que la Asociación de Concesionarios de Automotores de la República Argentina (Acara) le acababa de hacer llegar a través de la ministra Débora Giorgi, y que atribuía a Fiat estar instando a los comercios a no aceptar el Pro.Cre.Auto, plan con que el Gobierno pretende revertir la caída en las ventas de vehículos. El texto exhortaba además a esos comercios a opinar sobre la continuidad del programa en un formulario cuya redacción exasperó a la jefa del Estado: el ítem "Quiero la continuación" ofrecía la opción "SÍ" o "NO", pero pedía justificar sólo la segunda alternativa. "En caso de respuesta negativa, precise si se dan algunas de las siguientes condiciones: 1) Demora en el otorgamiento del Crédito. 2) Escasa repercusión en el programa. 3) Competencia con planes de financiación propios. 4) Complejidad administrativa".
En eso estaban el lunes. No es que la Presidenta hubiera decidido de pronto interesarse en el armado de sondeos de opinión pública, sino que sospechaba lo que cualquier ejecutivo del sector admite cada vez más abiertamente: las distorsiones económicas han logrado trasladar a la industria automotriz, la vedette del crecimiento fabril de los últimos años, las inviabilidades que en su momento padecieron los mercados de la nafta y el gasoil, el gas y la luz. Es decir, empresarios a quienes no les conviene vender lo que producen, una inconsistencia que llevaba esa tarde a Rattazzi, un liberal doctorado en Harvard que rara vez monta en cólera, a mirar a Abel Bomrad, líder de Acara, como al compañero de clase delator que busca hacer buenas migas con la maestra. "Hay un señor que fue a decir cosas horribles de Fiat delante de la ministra e hizo la carta", se indignó, con acento italiano. "La mandé yo", se apuró entonces Bomrad.
El último año del kirchnerismo encuentra al sector privado no sólo inquieto por otra crisis, sino receloso de sí mismo y descreído de un gobierno que parece más abocado a buscarles justificación que soluciones a los problemas. Ha llegado la hora de explicarlo todo: bastará nomás con detenerse en las conferencias de prensa de Axel Kicillof, pródigas en referencias a Martínez de Hoz, los 90, el neoliberalismo o la crisis mundial. Y no es casual que ese rol de juglar de fin de ciclo haya caído en el ministro de Economía: más que en emergencias, Kicillof ha resultado ser un implacable especialista en autopsias. Algo así como un forense de la actividad económica.
Para los hombres de negocios supone un doble desafío. A la lista de necesidades para recuperar la rentabilidad deben ahora agregarle la de no terminar de enemistarse del todo con quien toma las decisiones. Cuando escasean las respuestas, no hay nada más valioso para un kirchnerista que hallar un culpable. Esta concepción de la cosa pública y del mundo parte al sindicalismo en tres, y es la razón por la que Hugo Moyano rechazó el plan de lucha con paros de hasta 48 horas que le viene proponiendo Luis Barrionuevo. Y explica también el malgasto de energías que supuso en la Unión Industrial Argentina una decisión tan elemental como la de ir o no al acto por el Día de la Industria. Héctor Méndez, líder de la entidad fabril, revisó su negativa después de una llamada de Oscar Parrilli y estuvo finalmente en Tecnópolis; provocó así malestar en la Asociación Empresaria Argentina y parte del Grupo de los Seis.
Intuitiva como pocos dirigentes, la Presidenta eligió esa noche para recordarle al establishment justamente eso: que ha llegado el tiempo de respaldar al Gobierno porque han ganado mucho y, principalmente, porque ella mantiene intactos los resortes para convencerlos. "Ahora bien, cuando vos le decís al sector o a un determinado sector, que podría ser el sector de los laboratorios, ?Bueno, está bien, abrimos el mercado a tal país y vamos a tener...' ¡Ah, no, por favor! Porque todos, ¿sabés qué?, todos critican la protección del otro, pero las mías mantenémelas, las mías no me las saques porque sabés que, si no, me fundo", provocó. Hablaba de los laboratorios, pero era en realidad una advertencia a todas aquellas corporaciones que suelen quejarse de la amenaza de la invasión de productos extranjeros. Kicillof podría aquí desempolvar su viejo prospecto anti-Techint: abrir la importación, bajar el precio de la chapa y fundir al señor Rocca.
Ese modo elocuente de admitir que la sábana es más corta que nunca fue interpretado al vuelo por la mayor parte de los presentes, que salieron de la comida con el doble del pesimismo que habían llevado. El largo del discurso, el retraso del primer plato y la consecuente necesidad de atenuar a fuerza de manotazos sobre las paneras los efectos del vino y el champagne que ya circulaban llevaron a alguna mesa de metalúrgicos a describir el nuevo contexto con humor chispeante, mientras se oía a Cristina Kirchner rebautizar las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación (DJAI) como "diyai". "Estamos en el horno: la Presidenta no sabe ni pronunciar nuestro principal problema", bromeó uno.
De estas restricciones vienen tomando nota no sólo los empresarios, sino también los propios funcionarios del Gobierno. Hay que escuchar los esfuerzos de Agustín Rossi, ministro de Defensa, por explicar internamente la demora de 6000 millones de pesos que debería haber recibido para el funcionamiento del Ejército durante el segundo semestre. Serían 3000 millones en estos días, prometió, pero no mucho más. Un verdadero problema para César Milani, jefe real del área, a quien las mejoras materiales le venían reportando adhesiones militares inesperadas y cierta ensoñación política personal. Pero sólo recibió fondos para inteligencia, un ámbito que directamente no funciona sin la financiación al contado de horas hombre.
Una típica prioridad de fin de ciclo: saber en qué anda cada uno y, llegado el caso, crear oportunos adversarios. Esa obsesión por lo intangible, que lleva una década, es el recurso que el kirchnerismo tiene más a mano cada vez que no le encuentra la vuelta a lo concreto.
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