Muy antiguo, muy moderno, audaz
Afortunados los que todavía no leyeron ese libro que cambia las reglas del juego! Cada juego tiene su regla, y hay un libro que puede cambiarla, aunque no sepamos cuál es. La poesía en castellano cambió para mí con Prosas profanas, de Rubén Darío, y con En la letra, ambigua selva, de Alberto Girri. No podían ser más diferentes, pero cada uno expandió el campo de lo posible. Ya llegará el momento de volver a Girri. Ahora es Darío, que murió hace cien años, el que se impone.
Si es cierto que todo aquello que ejerció una gran influencia ya no puede ser juzgado imparcialmente, entonces cualquier evaluación de la aventura de Darío estará marcada no sólo por la revisión de lo que efectivamente hizo, sino, sobre todo, de lo que permitió hacer. Darío cambió todo en la literatura hispanoamericana. Todas las certezas, todas las comodidades y todas las fórmulas que, como una noria, mantenían girando los géneros de la literatura en español quedaron aniquiladas y llevadas a un grado cero.
Rubén Darío fue el primer poeta hispanoamericano que miró a los ojos a la modernidad. Se reconoció en esos ojos y se dio cuenta además de que ese reflejo -en el que veía su propio rostro- no estaba exento de dolor. Darío situó la experiencia, los problemas del escribir en una sociedad moderna, en el centro de su preocupación. El lugar geográfico que concentraba el avance irrefrenable de la modernización tenía una localización muy precisa: Buenos Aires. La ciudad que Darío conoció y presintió como una Babel estaba en pleno proceso de expansión. No le resultó difícil trazar una analogía con París, y no es casual que Darío construyera su genealogía poética a partir de modelos franceses. Sabía qué buscaba.
En las "palabras liminares" a Prosas profanas, por ejemplo, había declarado: "Mi esposa es de mi tierra; mi querida, de París". La misma idea, formulada de otra manera, está también en dos versos del poema "Cyrano en España": "Nosotros exprimimos las uvas de Champaña/ para beber por Francia y en un cristal de España". Sin embargo, como dijo Octavio Paz con una frase un poco tautológica, pero definitiva: "Los modernistas no querían ser franceses: querían ser modernos". Nadie fue más moderno que Darío y nadie percibió mejor que él los signos de lo moderno: no era un poeta de multitudes, pero sabía que tenía que llegar a ellas. ¿Cómo hacerlo?
Goethe dijo una vez que toda auténtica poesía era poesía de ocasión. Darío puso literalmente su experiencia en los poemas y su vida en las crónicas. Tan moderno era que se dio cuenta enseguida de que era imposible para alguien que escribiera desentenderse del periodismo. "Hoy, y siempre, un periodista y un escritor se han de confundir. La mayor parte de los fragmentarios son periodistas". Como haría Borges muchos años después, Darío convirtió esa escritura remunerada, por encargo y con plazos perentorios, en una base de operaciones para ejercer su proselitismo poético en favor de lo nuevo. Es probable que, antes, los únicos poetas que habían entendido así el poderío del periodismo hayan sido Heinrich Heine y Victor Hugo, al que el propio Darío llamó "colosal periodista". Su campo de acción fueron estas mismas páginas de LA NACIÓN, que lo tuvo como corresponsal privilegiado. "Mi obligación era escribir todos los días una nota larga o corta, en prosa o verso en el periódico. Casi todas las composiciones de Prosas profanas fueron escritas rápidamente, ya en la redacción de LA NACIÓN, ya en las mesas de los cafés."
La observación de Darío no tenía restricciones y podía cubrir objetos tan disímiles como la disipada vida nocturna parisina (están entrelíneas sus correrías en Montmartre), la profanación turística de Venecia, los puestos de libros a la orilla del Sena, el drama de Richard Wagner, los poetas que amaba, los conocidos, los ignorados, Isadora Duncan, el rastacuerismo. El periodismo era en sí mismo un objeto de interés para Darío. En uno de sus artículos recogido en Opiniones censa, uno por uno, los diarios y las revistas franceses del cambio de siglo, a mitad de camino entre la sociología y la estilística,
Uno de sus últimos artículos lo escribió en la cama de un hospital de Nueva York. Aun en esas prosas de internado, en esos tiempos vacíos del paciente aislado, se siente ese sentido del suspenso periodístico que sostiene a toda buena crónica.
El poeta y el periodista eran dos personas en una. Hay aquí una doble lección: ponerse en guardia frente a los periodistas que quieren parecer poetas en sus artículos, pero también frente a los muchos poetas que creen que la poesía es una variedad del periodismo.
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