Museo Nacional de Bellas Artes
La Argentina vivía, a fines del 1800, la intensidad de las grandes megalópolis: barcos repletos de inmigrantes que llegaban, exportaciones que salían de nuestros puertos, las grandes familias patricias construían sus afrancesados palacios. El teatro Colón ya empezaba a mostrar su rotunda estructura, aún en construcción. la carne y las lanas argentinas tentaban a los mercados europeos.
Esa Argentina fue la que se colocó entre los cinco grandes países del mundo, cuando no existían Australia, Canadá o nueva Zelandia, en el concierto del mundo. En ese marco, efervescente y en evolución, el presidente José Evaristo Uriburu, percibe la imperiosa necesidad de darle al país un gran museo, y mediante un gesto visionario, el 16 de julio de 1895, firma un decreto por el cual crea el Museo Nacional de Bellas Artes. Este sólido instrumento devendrá, con los años, un faro de la cultura nacional.
Uriburu se ve urgido por la necesidad que reclamaba haber recibido dos grandes donaciones: la de la familia Santamarina y la de Adriano Rossi que, dados su volumen y calidad, merecían rápida protección, catalogación, cuidado y exposición. El decreto vino a llenar ese vacío. Uriburu pone la dirección del flamante museo en manos de un conocedor del arte internacional, Eduardo Schiaffino. Este director inauguró una primera sede con 163 obras en 1896, un 25 de diciembre, que se emplazó, en el edificio de la calle Florida, hoy las tradicionales Galerías Pacifico.
Posteriormente tuvo alguna otras sede, hasta que finalmente la antigua casa de bombas de Recoleta, sumada al genio de Alejandro Bustillo, distinguidísimo arquitecto, configuró un emplazamiento donde hoy se encuentra su sede, sobre la tradicional Avenida del Libertador, mostrando una solemne estructura de grandes columnatas, de fuerte color terracota. Conserva, para sorpresa de muchos, esos grandes piletones de antaño que, debidamente actualizados, hoy colaboran en almacenar más de 20.000 obras que componen uno de los acervos culturales más monumentales de América.
A la pintura debe agregársele la espléndida y refinada donación de la familia Guerrico. Hay obras de Prilidiano Pueyrredón, Sívori, Victorica, Berni, Julio Le Parc, Raquel Forner, Marta Minujín, Kuitka, conviviendo con obras de De la Cárcova o Spilimbergo, entre otros infinitos maestros.
La fotografía encontró también espacios trascendentales, y miles de históricas fotos y negativos han conformado un refugio ordenado y cuidado del patrimonio fotográfico. Todo eso sin omitir textiles, dibujos y grabados, e infinidad de objetos de los más variados orígenes y cualidades. El arte precolombino también encontró su lugar. Si bien la columna vertebral la han construido las obras de los artistas, cabe mencionar a los numerosos y generosos mecenas que hicieron donaciones trascendentes al museo, configurando este tesoro de invaluable precio. Con las décadas y la prosperidad, fueron llegando obras de Renoir, Monet, Miró, Chagall, Chirico, Matisse, Goya, Picasso, Dalí, Cézanne, Van Gogh, entre otros muchos.
Los hombres que lo dirigieron fueron aportando en cada caso su impronta. Sólo en las últimas gestiones, desde Samuel Paz, Guillermo Whitelow, Jorge Romero Brest, Samuel Oliver, Guillermo Alonso, y hasta hoy, Andrés Duprat, quien deberá, a la brevedad, concursar para convalidar tal vez, una nueva gestión. Todos han aportado pasión, talento, y genio; y esto es incuestionable y se ve. Corresponde hacer un paréntesis y destacar la fabulosa acción de los “amigos del museo de Bellas Artes”, que, como ángeles de la guarda, han contribuido por décadas en las diversas urgencias, así como a estrategias de preservación y aumento significativo, por compras selectivas, del capital artístico.
Hoy el museo ofrece su colección permanente, sus colecciones itinerantes, clases, talleres, visitas guiadas y un universo de sensaciones que conforman una verdadera catedral de las bellas artes. Plantado en el corazón de la ciudad, este museo es la más preciada joya de nuestros tesoros. Amerita protección, cuidado y ampliación selectiva. Antiguas valuaciones efectuadas por temas de seguros hacen llegar su patrimonio a valores que opacarían a empresas petroleras, cerros de litio, o recursos gasíferos argentinos; este dato es trascendente.
Este mensaje encierra un llamado para que, con inmediatez, las autoridades coloquen al museo entre las prioridades a atender. Lejos están los proyectos de Tecnópolis o las sedes fuera del edificio.
Ya pasaron seis meses, que no se nos vaya el tiempo entre la incertidumbre y la nada. Inoperancia y chatura. Una vez más, “argentinos, a las cosas”. Son tiempos de acción.
La vida pasa rápido, y asegurar nuestros bienes culturales amerita el esfuerzo de sus responsables. Es el patrimonio de todos nosotros y de quienes nos sucederán. La historia y el futuro nos esperan; timoratos, abstenerse.