Mundo tecno. ¿Adónde nos está llevando la inteligencia artificial?
Ante el avance imparable de la IA, conviene delimitar el fenómeno y sus múltiples aplicaciones, al tiempo que los expertos trazan horizontes optimistas o distópicos
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La inteligencia artificial está de moda. La escuchamos y leemos en todos lados. Sin embargo, no es lo que dicen los medios y su impacto va más allá de los casos particulares. De algún modo, la inteligencia artificial es el producto de cinco elementos que trabajan en conjunto.
Primero, el elemento técnico. Me refiero a la evolución tecnológica de la inteligencia artificial, sea aprendizaje automático, que puede ser supervisado o no, o aprendizaje profundo, redes neuronales artificiales, etc.
Otro componente es una enorme infraestructura física: miles de kilómetros de cables subacuáticos, cuya extensión da vuelta alrededor de la Tierra 28 veces. Cientos de centros de almacenamiento de datos con miles de computadoras. Hay menos de diez empresas en el mundo que son dueños de la infraestructura que hace posible la inteligencia artificial. Por ejemplo, Amazon, controla el 48% del mercado mundial de computación en la nube y casi el 20% de las páginas de internet más visitadas funcionan sobre su infraestructura.
Las prácticas sociales también son parte de la inteligencia artificial. Esto incluye los ingenieros y los programadores, generalmente hombres y blancos, en las grandes empresas que son quienes deciden cuáles problemas serán prioritarios. El sistema de reconocimiento facial de Google que confundía personas de tez negra con gorilas no es el reflejo de un fracaso técnico sino de la falta de diversidad entre sus diseñadores: a ninguno se le ocurrió que había que entrenar el sistema con imágenes de personas de una variedad de etnias y colores.
El consumo energético es otro componente. Una búsqueda en Google equivale a 0.2 gramos de dióxido de carbono (equivale a manejar un auto un metro). Todas las búsquedas diarias equivalen a manejar alrededor de la tierra 54 veces. Hoy la emisión de gas invernadero de las grandes empresas de tecnología es igual a toda la industria de aviación pre pandemia y se supone que se va duplicar para el 2025.
Finalmente, el último ingrediente, el más importante, somos nosotros. Cada vez más dispositivos se van a conectar a la Web los próximos años generando un enorme “escape digital” que consiste en el rastro de datos que dejamos cuando usamos estos aparatos. Hoy casi toda nuestra vida diaria es registrada y capturada por aplicaciones digitales. Hay timbres para la casa que también son cámaras que mandan información a la policía, teléfonos que capturan nuestros rostros y huellas digitales, despertadores que registran los ciclos de sueño, zapatillas que transmiten la ruta por donde salimos a correr, termostatos, heladeras y televisores inteligentes, y todas las redes sociales con sus datos de geolocalización, la capacidad de conocer amistades, familia y de evaluar estados de ánimo. Sin nuestros datos, la infraestructura sirve poco. Somos el combustible que hace funcionar la inteligencia artificial.
Políticas públicas
¿Cómo entender la IA en relación a las políticas públicas? Se puede dividir ese impacto en dos partes. La primera tiene que ver con la búsqueda de mayor eficiencia en el manejo de servicios públicos. Un algoritmo que regule los semáforos en tiempo real de acuerdo al tránsito, por ejemplo. Lo mismo en relación al consumo energético de una localidad. Empresas como Google buscan crear “ciudades inteligentes” donde pueden utilizar big data para demostrar las bondades de la inteligencia artificial en la organización de la sociedad.
La segunda parte tiene que ver con la relación entre la inteligencia artificial y las personas. Sucede que esa misma eficiencia puede ser llevada al ciudadano, algo que puede generar –como veremos– no poca controversia.
Sin embargo, ofrezco primero un marco de pensamiento: la idea de nudge o la “teoría del empujón”(la idea de la economía del comportamiento más importante de las últimas décadas). Nudge quiere decir empujar suavemente para alertar, recordar o advertir algo sutilmente a otro. Una senda peatonal, por ejemplo, es un nudge que te invita a cruzar por donde están las rayas blancas. La inteligencia artificial permite empujones de mayor complejidad: hoy la principal aseguradora de salud de EE.UU. ofrece un descuento en su póliza si uno utiliza una pulsera que mide la presión arterial, el ritmo cardíaco y si cumple con ciertas metas de actividad física, verificadas a través de la información que le llega a la pulsera. Un pequeño empujón que intenta generar hábitos más saludables para el individuo, pero también para la sociedad, ya que si todos hiciéramos más ejercicio y comiéramos de manera más saludable, el gasto en salud bajaría y esos recursos podrían destinarse a otros rubros. Es un nudge que funciona a través de aparatos conectados entre sí, que comparten y analizan nuestros datos. Habría sido imposible menos de una década atrás. Dado todo esto, ¿hacia qué tipo de sociedad vamos?
Desenlace tecnooptimista
El intelectual más representativo de la visión optimista es Alex Pentland, profesor de computación del Instituto de Tecnología de Massachusetts y autor del ensayo “Data para un nuevo iluminismo”. Para él, la era de la inteligencia artificial inaugura una nueva disciplina, la física social, donde se podrá estudiar la humanidad con el mismo rigor de las ciencias duras. Toda la data provista a la infraestructura digital permite mapear la actividad y la conducta diaria de millones de personas. Por primera vez se podrá analizar el funcionamiento de la sociedad en su conjunto.
Para él, esa comprensión del comportamiento humano mejorará las respuestas de gobiernos y de industrias privadas. Imaginen, dice, un mundo donde todo está armado para que sea fácil: una cita al médico se programa de manera automática cuando nos empezamos a enfermar, el ómnibus llega a la estación con nosotros, nunca más hacer fila para un trámite. Todo armado y calibrado para nuestro beneficio y equilibrado para el beneficio de toda la sociedad.
Tecnodictatorial
Del otro lado, el historiador Yuval Harari cree que la inteligencia artificial favorece a las tiranías. Hoy vemos el surgimiento de un tipo de gobierno nuevo, los “autoritarismos digitales”, que usan la información de nuestro “escape digital” para vigilar a sus poblaciones. Antes del advenimiento de la inteligencia artificial, un gobierno necesitaba de la fuerza bruta de la policía o del ejército para controlar a sus ciudadanos. ¿Qué pasa si toda la información de dónde viajamos, qué buscamos, qué escribimos, con quiénes hablamos, qué decimos, cuánto consumimos, qué leemos, quiénes son nuestros amigos, cae en manos de una dictadura?
Recientemente se filtraron documentos que muestran que el gobierno chino usa un sistema de reconocimiento facial y miles de cámaras para vigilar los movimientos de 11 millones de uigures, la minoría de población musulmana. Este seria el primer ejemplo conocido de un gobierno que usa la inteligencia artificial con la intención de oprimir un grupo racial o étnico. Por otro lado, imaginemos un gobierno que otorga un puntaje de acuerdo a tu información financiera, tus compras online, tus redes sociales, tu historia crediticia, tu pago de impuestos, cuestiones legales. Así es el sistema de crédito social que China esta desarrollando. De acuerdo a tu puntaje, el gobierno podría sacarte el pasaporte, negarte un crédito, o brindarte privilegios negados a otros.
Tecnocapitalista
El Pokemón Go es un juego de realidad virtual que se lanzó en el año 2016 y que consistía de recorrer tu ciudad con el teléfono atrapando pokemones virtuales. En su primer año lo bajó el 10% de la población mundial.
Se incubó en Google y después se armó otra empresa –Niantic Lab– para el lanzamiento con Google como el principal inversor. Lo que no se divulgó es que Pokemon Go fue un experimento y un negocio dentro de un juego. Los jugadores pensaban que solo estaban participando de un juego de realidad aumentada. Sin embargo, el juego estaba diseñado para llevar a personas a zonas comerciales. Tiendas de ropa, restaurantes, cafés, le pagaban a Niantic Lab –así como se paga por avisos publicitarios– para que el camino de los pokemones llevara a sus negocios.
Según Shoshana Zuboff, autora de El capitalismo de la vigilancia: la lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder, este es solo el primer paso en la creación de un nuevo capitalismo donde empresas usan nuestra información intima para vendernos cosas de manera más sutil, eficaz y eficiente.
El autor es investigador del Edmund J. Safra. Centro de Ética y del Berkman Klein. Centro de Internet y Sociedad, ambos de Harvard