Mujeres de la política francesa, contra el acoso sexual
PARíS.- "Ella me buscó." Desde mi adolescencia, la frase característica de aquellos pegajosos hombrecitos de los colectivos porteños, cuando una chica tenía el inmenso coraje de quejarse en voz alta frente a un abierto manoseo o a una actitud dudosa, se me quedó grabada. Tan grabada como la reacción de todos los pasajeros, digo bien todos, hombres y mujeres que, de manera unánime, defendían al hombrecito injustamente acusado en contra de la mala chica -mala por pertenecer al sexo femenino y mala por no callarse la boca tal como los usos y costumbres de la época lo estipulaban-, a la que sólo le quedaba un remedio, bajarse en la próxima parada como si la culpable fuera ella y rumiar su rabia. Sesenta años después, diecisiete ex ministras franceses acaban de firmar un manifiesto denunciando el acoso sexual en las altas esferas de la política y sosteniendo un slogan que parece sacado de la lucha contra la mafia: terminar con la omertà.
La gota que hizo desbordar el vaso se llama Denis Baupin, diputado ecologista y compañero de la ministra de Vivienda, Emmanuelle Cosse. Varias mujeres políticas de distintas tendencias tuvieron la valentía de hablar, denunciando en forma pública a ese cincuentón pelado con cara de yo no fui por haberlas acosado sexualmente en pleno Parlamento. Si no fuera indignante, una de las patéticas escenas que se han descripto en estos días resultaría de la más irresistible comicidad: el señor diputado corriendo a su colega alrededor de una mesa con intenciones claras. La moraleja es doble: a las denunciantes les ha ido mejor que a la chica de nuestro cuento, pero como estamos hablando del Parlamento francés en 2016, y no del colectivo 132 en el barrio de Flores en 1953, lo negativo de la historia se resume en las palabras: "Nada ha cambiado".
Es lo que han declarado las diecisiete firmantes, entre las que se cuentan Roselyne Bachelot y Nathalie Kosciusko-Morizet, del partido presidido por Sarkozy, o Aurélie Filipetti y Cécile Duflot, respectivamente socialista y ecologista, hoy alejadas del gobierno. El caso de Duflot ha marcado un hito dentro de esta curiosa historia: un día de verano se presentó en el Parlamento con un vestido floreado. Es una mujer normal, joven, ni fea ni linda, y el célebre vestido no podía ser más común y corriente, pero fue recibida con una ola de silbidos, carcajadas y chistecitos sucios. Ahora es una de las que felicita a las que al fin han decidido quejarse del ardiente Baupin: "Yo no he tenido ese coraje -admite-, y sin embargo he sufrido como todas la misma afrenta". Todas puede que no, pero el hecho de que una mujer cada cinco la haya padecido, y de que sólo un cinco por ciento la denuncie, demuestra que para frenar a un patrón, a un superior jerárquico o a un compañero de trabajo se requieren agallas. Obviamente hay varios grados dentro de la "afrenta", desde el machismo solapado hasta la ridiculez de la cabalgata en redondo alrededor de la mesa, pasando por la humillante disyuntiva entre un despido y un ascenso, ambos por razones extralaborales. Pero lo importante del manifiesto de las diecisiete, al que se han unido quinientas firmas de militantes y dirigentes políticos de ambos sexos, consiste en la decisión de no minimizar ninguno de esos grados por escasa que parezca su peligrosidad. El que trata de atemperar con sospechosa bonhomía "al fin de cuentas no fue tan grave", "no hubo violación", "es palabra contra palabra", el que ironiza sobre lo políticamente correcto o el que recae una y otra vez en el tradicional "ella se lo buscó" de modo acaso inconsciente está manifestando el mismo desprecio.
Para que el acosador no se sienta sostenido por la citada omertà, lo que urge es señalar con el dedo sin el menor empacho. "Ya no nos callaremos más -dicen las ex ministras-. En adelante denunciaremos sistemáticamente todas las observaciones sexistas, todos los gestos desubicados, todos los comportamientos impropios. Basta de inmunidad. Queremos animar a todas las mujeres víctimas del acoso y de la agresión sexual a que denuncien legalmente los hechos." Dicho y hecho, la semana pasada varias mujeres políticas han dado testimonio en radio y televisión del "calvario que ellas y sus compañeras habían vivido y que les ha dejado huellas profundas".
Con toda seguridad ese pobre Baupin, que renunció por supuesto a su cargo y al que la justicia investiga, no imaginó nunca los progresos que desencadenaría su carrerita loca. Las diecisiete solicitan a sus partidos políticos que verifiquen si tales actos han sido cometidos y que, de ser así, ayuden a las víctimas para que la verdad asome a la luz. Por su parte Laurence Rossignol, ministra de Familia, Infancia y Derechos de la mujer, se propone facilitar los trámites de las denuncias, alargar los plazos de prescripción a seis años para la agresión y el acoso sexual, y a veinte para las violaciones, y permitir a las asociaciones que presenten la denuncia en lugar de las víctimas.
Tal como finalizan diciendo las diecisiete: "No son las mujeres las que deben adaptarse a esos ambientes históricamente masculinos, es el comportamiento de ciertos hombres lo que debe cambiar". La novedad (¡gracias, Baupin!) consiste en que una solidaridad no por tardía menos respetable comenzaría a insinuarse en algunos medios. Periodistas o personalidades del mundo de la política se preguntan: ¿Y nosotros? ¿Nunca nos dimos cuenta de nada? ¿Los gobernantes, los responsables de los partidos, los patrones, los sindicalistas, los grandes intelectuales siempre dispuestos a firmar proclamas contra las diversas discriminaciones nunca se dieron por enterados de lo que sucedía a su alrededor, en la oficina, en el escritorio de al lado? Es en la vida cotidiana y muy particularmente en el mundo del trabajo donde hay que descubrir esos dramas callados para que tengan voz. Todo silencio es cómplice y la definición legal que le corresponde se denomina delito de omisión del deber de socorro.
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