Mucho, poquito, nada
Consumismo y comunismo suenan casi igual, pero un abismo separa a ambas realidades y en ese abismo está el papel que se le asigna al individuo
Vacilo. La tierra tembló en Chile, algunos lugares se movieron en la Argentina (en esta ciudad y en mi barrio también) pero además, algo extraño sacudió mi mente en estos últimos días, confundiendo mis pensamientos. ¿Un mareo físico o metafísico?...Es que, actualmente, todo está hecho un tembladeral.
Los entuertos políticos, el clientelismo, la inflación y la situación pre-electoral aquí, los refugiados en Europa, el Islam desparramándose por el mundo, el terrorismo, la violencia creciente , muertos por doquier, la luna roja, agua en Marte.
Estoy recién llegada de Canadá, donde una amiga de infancia me invitó a su casa y me envolvió en la pretérita atmósfera de nuestra niñez. Los idiomas se me mezclaron: el rumano con el inglés, el inglés con el castellano, el castellano con el rumano. Las palabras y los sabores se me entrecruzaron y en un momento no sabía si me encontraba en Mississauga, Ontario, o en Bucarest.
Me llevaron a almacenes rumanos con una variedad infinita de platos típicos. En una despensa italiana había ¡empanadas argentinas!
Me llevaron a almacenes rumanos, centros polacos, croatas, ucranianos con una variedad infinita de platos típicos de esas zonas de Europa del Este. En una despensa italiana había, ¡oh sorpresa! ¡empanadas argentinas!
Mención aparte merecen los supermercados canadienses. Allí, me sentí apabullada. Hacía mucho que no iba al norte de nuestro continente y me había olvidado casi de esa fascinación angustiante de la sobreabundancia. Decenas de marcas para cualquier producto, miles de paquetes y envases coloridos, ofertas aquí, ofertas allá, exceso en todo, y ante tanta mega-tentación y profusión de estímulos , el inevitable "embarras du choix", el estrés de tener que elegir un sólo pan, un sólo queso untable, un sólo champú. Cuando allá, además de centenares de marcas para cada cosa, todo viene exagerado, en cantidad: las medias de a 6 pares, las curitas en cajas de 100 unidades, las galletitas de a 10 paquetes y así sucesivamente.
El filósofo francés Yves Michaud escribió: "Si hay una democratización del lujo, existe correlativamente hoy una "lujurización" de lo cotidiano, atestiguada, por ejemplo, por el diseño ambiental de los grandes supermercados"; son, ciertamente, sitios que invitan a deambular y a comprar, a comprar y a deambular.
Y entonces me acordé de aquel lejano invierno en la ciudad de Bucarest en los años del gobierno de Ceausescu viendo góndolas vacías, filas enormes de gente en la calle nevada para comprar un kilo de azúcar o un pan de manteca y en uno de los mejores hoteles de la ciudad, pedir un café con leche y que le respondan que "leche no había". O escuchar a la misma amiga que hoy vive en Canadá (y que en aquel entonces estaba en Rumania), diciéndome que hacía más de un año que no comía algo "fino" como "jamón".
Consumismo y comunismo suenan casi igual, pero un abismo separa a ambas realidades. Y en ese abismo está el papel que se le asigna al individuo. En uno se lo ensalza, en el otro se lo omite
Qué razón tenía Graham Greene cuando en los años’ 60 afirmaba que si se hallaba en un país capitalista se volvía automáticamente comunista y que si se encontraba en un país comunista se convertía inmediatamente en un defensor del capitalismo.
Consumismo y comunismo suenan casi igual, pero un abismo separa a ambas realidades. Y en ese abismo está el papel que se le asigna al individuo. En uno se lo ensalza, en el otro se lo omite.
En su reciente discurso en Cuba, el papa Francisco destacó la importancia de "la persona", más allá de las ideologías.
Hoy en Occidente se habla de capitalismo feroz, de consumismo salvaje y de una crisis de superproducción. Michaud alude a "una industrialización del placer". Pero ¿cómo se gradúan esos pequeños grandes placeres que ofrece el capitalismo?
Los extremos son siempre nefastos y qué bueno sería que hubiese un término medio en toda esa oferta competitiva y sobre todo en la distribución de la riqueza para evitar el derroche por un lado y la escasez por el otro. Pero hasta ahora no fue factible para ningún régimen. En mi experiencia, sólo mi viaje a Vietnam me mostró un país comunista con una economía de mercado, donde conviven las grandes tiendas de Vuitton, Hermès y Dior con los vendedores ambulantes que desde sus bicicletas ofrecen todo tipo de productos: alimentos, prendas de vestir y lo que a uno se le ocurra.
De vuelta a Buenos Aires, me siento un poco perdida. Asocio, de pronto, al pensamiento de Graham Greene una frase de Sarmiento que siempre me impactó y que dice algo así como "Yo soy porteño en las provincias, provinciano en Buenos Aires y argentino en todas partes".
Uno se volvería entonces contrario al entorno, "contrera", no por mero espíritu de contradicción, sino por ponerse en la vereda de enfrente de la realidad reinante, seguramente para apoyar a los ausentes, a los más vapuleados o relegados, y para defender lo que sería más justo y equitativo para todos. Lo cual respondería a una suerte de ética o épica personal. Que terminaría, tal vez -en este nuestro mundo del "tener"- , con el interrogante del que deshoja una margarita.
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