"Mucho de lo que hoy se critica de los 90 un día será reivindicado"
Alejado de la política, el ex ministro cree que si Grecia logra evitar el default, cambiaría la percepción que hoy se tiene de la convertibilidad, afirma que en el país se reinstaló "el problema crónico de la inflación" y sostiene que el kirchnerismo es "una expresión política anticuada"
En diciembre del año pasado, Domingo Cavallo viajó de Boston a Buenos Aires con su mujer, sus tres hijos y sus seis nietos, que también viven en Estados Unidos. La visita navideña coincidió con el décimo aniversario de la caída de Fernando de la Rúa y del fin de la carrera política del propio Cavallo, que leyó los diarios y miró los programas de televisión y comprobó que el relato habitual de la crisis seguía mostrando un retrato muy desfavorable de su gestión. Desanimado y enojado por el tratamiento recibido, Cavallo rechazó los pedidos de entrevistas y conferencias. En el vuelo de regreso a Boston, publicó sus sensaciones en su blog: "El poder mediático sigue comprometido en transformarme en el chivo expiatorio de los desmanejos de [la] dirigencia política argentina", escribió.
Un mes más tarde, en su oficina de la Universidad de Yale, una hora y media al norte de Nueva York, Cavallo reflexiona sobre aquella visita navideña y admite que se ha convertido en el blanco favorito del antineoliberalismo argentino. "En ese sentido he tenido un poco de mala suerte", dice en entrevista con LA NACION. De todas maneras, Cavallo, que siempre fue un optimista (o, según sus críticos, un cabezadura), cree que esta percepción negativa de los años 90 sólo puede mejorar. "Por eso no me aflige mucho, porque va a llegar un momento en el que muchas de las cosas que hoy se critican de aquella década van a ser reivindicadas", explica.
¿Cuánto falta para esto? Cavallo prefiere no hacer predicciones, pero sugiere, con un brillo en los ojos, que la actual crisis europea podría acelerar su rehabilitación popular. El razonamiento es el siguiente: si Grecia y España (y el resto de los países ahogados de la Unión Europea) atraviesan la crisis sin defaultear y sin salir del euro, Cavallo cree que la opinión general sobre la crisis de 2001 podría cambiar. Es decir, el relato dominante podría alejarse de la versión de Eduardo Duhalde (que es, según Cavallo, hegemónica) y acercarse a la suya, según la cual el default y la devaluación del peso eran, aun en diciembre de 2001, evitables e indeseables. "Si eso ocurre, si Grecia logra mantenerse en el euro, yo creo que va a quedar claro que la Argentina también podría haber tenido esa alternativa, y que habría sido una alternativa superior."
Cavallo dice todo esto en la bucólica New Haven, adonde viene los lunes a dar una clase (enseña Economía Internacional en el Máster en Desarrollo Económico de Yale, del que en los 80 se graduó la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont), pasa la noche y se vuelve al otro día a Boston, donde tiene su "base de operaciones". Ocupa una oficina en el cuarto piso de un edificio moderno, construido hace poco gracias a la donación de un magnate farmacéutico, y sale a almorzar a alguno de los restaurantes de la zona, caminando al lado de los estudiantes, entre los árboles y los edificios neogóticos. Si hace frío, se cubre la cabeza con una boina gris que lo hace casi irreconocible.
Sobre la Argentina actual, dice que el kirchnerismo le parece una expresión política anticuada, "muy del tipo del PRI mexicano". Confía en que el Pro y el socialismo de Binner ("un socialismo moderno") se conviertan en integradores de dos polos de centroderecha y centroizquierda, respectivamente, y sostiene que la Argentina tiene la posibilidad histórica de convertirse, gracias a su capacidad para producir alimentos procesados -"pero sólo si baja la inflación", aclara-, en un país próspero y pacífico, no muy distinto de Australia o Canadá o Nueva Zelanda.
Cavallo pasó la mayor parte de los últimos diez años en Estados Unidos, donde tiene la green card de residente permanente. Mantiene su departamento de Buenos Aires y viaja seguido, pero motivos laborales y la presencia de sus tres hijos, que viven en Boston (Alberto, profesor de la escuela de negocios del MIT), Nueva York (Eduardo, economista para América latina de Goldman Sachs) y Washington (Sonia, economista especializada en temas de salud) lo han mantenido más afuera que adentro. Sonia se casó con un estadounidense, pero los varones se casaron con argentinas. "Tenemos la esperanza de que al menos alguno de ellos vuelva a la Argentina", dice, ante el peligro de "desargentinización" de la familia Cavallo-Abrazian. Conversó con La Nacion al día siguiente de una de sus clases, en una mañana sorprendentemente cálida de invierno.
- ¿De verdad cree que en Europa se juega su legado?
-No mi legado, pero sí el legado de la estabilidad de las reglas monetarias y financieras como requisito para que una sociedad funcione bien económicamente. Mi crítica a los que quieren volver a las monedas nacionales es que, así, van a destruir una institución que fue muy importante para el proceso de convergencia en Europa. Con la moneda única, España pudo crecer de una manera que no habría podido hacer sin el euro.
- ¿Pero con aumentos de productividad equivalentes? ¿No hubo en España una enorme burbuja inmobiliaria y de consumo gracias, precisamente, a las bajas tasas del euro?
-En el caso de España no es cierto. España ha tenido un gran aumento de productividad en todos los sectores. Quizás en el caso de Grecia, no. Pero Grecia es un país pequeño. Igual, por supuesto, ha habido en todos los países, incluyendo Estados Unidos, excesos por tasas bajas. Todo el mundo quiere que haya mucho crédito y que sea barato y que los bancos no pidan muchas garantías. Pero hay gente que toma esos créditos para hacer cosas que rinden y otra gente que los toma para casas de lujo sin hacer las previsiones para repagar.
- ¿Cree, como dicen muchos economistas, que en estos años la teoría económica se ha corrido ideológicamente a la izquierda, más lejos de la ortodoxia y más cerca del keynesianismo?
-Creo que la ideología de cada época depende de los problemas que predominan. Cuando el problema era la inflación, en los años 70, obviamente las recetas no podían ser keynesianas y había que buscar soluciones más en línea con la Escuela de Chicago. Pero cuando los problemas en los países centrales son la recesión y el riesgo de depresión con deflación, sin duda que renacen o cobran vida las políticas de tipo keynesianas. Pero no es una cuestión puramente ideológica, como la quieren plantear: es una cuestión de la realidad. La teoría económica y las políticas económicas que se pueden extraer de la realidad tienen que ser y son esencialmente pragmáticas. Antes que nada hay que mirar la realidad histórica y geográfica sobre la cual hay que actuar. No se pueden dar recetas universales, permanentes, como pretenden muchas veces las ideologías.
- El año pasado, algunos economistas famosos, como Nouriel Roubini, empezaron a recomendarle a Grecia una salida "a la Argentina" para su crisis, es decir, default, devaluación (salida del euro) y pesificación de deudas. A usted no le hizo demasiada gracia.
-A mí me causó gran desagrado y a los griegos también. Decirles a los griegos, que actualmente están sufriendo una reducción del orden del 10% en sus salarios nominales, que para salir de esta situación tienen que aceptar una reducción del poder de compra de los salarios del 30% o del 40%, es una burla.
- ¿Los griegos entienden esto? ¿No le parece que los economistas a veces le dan demasiada importancia a la "ilusión monetaria"?
-Los griegos lo entienden. Pero en Grecia también están los poderosos, como estaban en la Argentina. Los poderosos están endeudados y tienen sus capitales fuera de Grecia. Si hubiera una solución "a la Argentina", se les licuarían sus deudas y después traerían sus capitales de regreso, los cambiarían por dracmas muy devaluados y recomprarían toda Grecia. También en Grecia están los que se beneficiarían de una salida "a la Argentina". Como existían en la Argentina. Por ejemplo, en 2001 [el titular de la UIA, Ignacio de] Mendiguren había vendido su empresa, había mandado la plata al exterior y pedía una devaluación. Después, con la misma plata que había mandado al exterior, podría haber recomprado tres empresas como la que había vendido.
- Usted protesta mucho contra "los poderosos", pero su imagen pública es la de un funcionario que, de hecho, ha estado más a favor de los poderosos que en contra.
-Esa es una imagen que se trató de instalar en la Argentina, pero si yo hubiera estado del lado de los poderosos, habría triunfado siempre, y obviamente mi última intervención en la Argentina no fue un triunfo sino una derrota. Por otra parte, si yo hubiera estado del lado de los poderosos hoy sería rico, y no lo soy. Tengo que dar clases aquí, tengo que viajar por el mundo trabajando, dando conferencias, pasar varios meses separado de mi esposa. Ella, por el invierno, quiso ahora quedarse en la Argentina. Y yo también habría preferido quedarme en la Argentina, pero tuve que venir a dar clases. Le digo más: yo tengo ahora el mismo capital que tenía cuando entré en el gobierno de Menem. Y tengo menos capital del que tenía cuando entré en el gobierno de De la Rúa. Porque desde mi salida del gobierno de Menem hasta mi entrada al gobierno de De la Rúa hubo un período en el que daba conferencias que me pagaban muy bien. Ahí gané bastante, y acumulé una cierta cantidad de dinero. Después gasté mucho de eso en mis aventuras políticas, en mis campañas para presidente [1999] y jefe de gobierno [2000]. Y después de mi salida del gobierno de De la Rúa tuve muchísimos gastos relacionados con abogados, con el hecho de que tuve que vivir afuera... Pero eso no importa, porque a mí nunca me interesó el enriquecimiento material.
- El año pasado cumplió 65 años. ¿Tiene pensado jubilarse?
-Sí, claro, me voy a jubilar, pero espero seguir generando ingresos, porque muchas rentas de mis ahorros no tengo. Así que espero poder seguir trabajando algunos años más. Y después, cuando pueda retirarme completamente, cuando no tenga que dar clases o conferencias, voy a volver a vivir en la Argentina. Ahora tengo que vivir afuera por razones de trabajo.
- Hablando de la Argentina, dos de las medidas más populares del gobierno de Cristina Kirchner son la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la ley de matrimonio igualitario. ¿Qué opina de este tipo de medidas, no necesariamente de tradición peronista?
-Nosotros en realidad decretamos la AUH en octubre de 2001. Cuando yo presenté la reestructuración de la deuda, el 1° de noviembre de 2001, la que comenzó la reunión fue Patricia Bullrich, ministra de Trabajo, y explicó el decreto por el cual se creaba el "Salario Familiar Universal", otro nombre para la AUH. El decreto extendía el salario familiar, que por entonces estaba limitado a los trabajadores formales, a todos los trabajadores, con la condición de que el chico fuera a la escuela y se hiciera una revisión médica cada cierto tiempo. Lamentablemente, por razones que yo todavía no entiendo, De la Rúa le pidió la renuncia a Patricia Bullrich y nombró a un dirigente radical, cuyo nombre no recuerdo [N. de la R.: se refiere a José Dumón]. Obviamente, el nuevo ministro no se preocupó por implementar aquella AUH. Pero, en fin, la idea de la AUH me parece que es una buena idea. Y bueno, este gobierno la lanzó, aunque, como con todas las cosas, en lugar de establecerla por ley, con las precauciones necesarias para que sea transparente y llegue a todos lo que la necesitan, lo hizo por decreto y con un espíritu político-partidista. Así y todo, el hecho de que exista la AUH me parece una muy buena medida.
- ¿Y el matrimonio igualitario?
-Es una decisión que tiene que tomar el Congreso, reflejando el pensamiento de la gente a través de sus representantes. Si fue aprobado por el Congreso, significa que hay una opinión pública mayoritaria en favor de esa iniciativa. Yo creo que aquí no cuenta tanto el pensamiento o el sentimiento individual basado en conceptos morales de cada persona, sino lo que opina la gente, y yo creo que la opinión de la gente está bien representada por quienes votaron. Yo, personalmente, no tengo objeción a que se haya aprobado el matrimonio igualitario.
- En 2008 usted publicó Estanflación , un libro donde alertaba sobre el riesgo de que la economía argentina necesitara una corrección brusca similar al "Rodrigazo" de 1975. Ese escenario no se produjo. ¿Por qué?
-Bueno, las circunstancias internacionales han sido harto favorables a la Argentina. Los precios de los bienes de exportación han seguido muy altos, el dólar muy debilitado y la tasa de interés por el suelo. Todo esto y por supuesto el auge de China han creado un clima muy favorable a la Argentina. Además, está el hecho de que la inversión de los 90, que fue realmente una inversión modernizadora de la economía, amplió mucho la capacidad productiva, sobre todo en energía. Todo eso le ha dado al Gobierno la posibilidad de reactivar y hacer crecer el producto sin inversiones intensivas en capital, que sólo se hacen si uno tiene buenas expectativas hacia el mediano y largo plazo. Todo esto le dio la posibilidad de tener una década muy buena, sin fuertes inversiones y con crecimiento, pero reinstalando un problema crónico de la Argentina, que azotó el país durante 45 años, que es el problema de la inflación.
- Sin embargo, la población parece darle a la inflación menos importancia de la que le dan los economistas. ¿Cómo explica si no la popularidad del Gobierno?
-Bueno, la inflación tiene un período en el que hace sentir bien a la gente, porque se le conceden aumentos nominales de salarios y de la jubilación mínima. Además, por supuesto, a los comerciantes e industriales la inflación los beneficia, porque los precios durante un tiempo crecen más rápido que los costos. Como las circunstancias internacionales son favorables y hay dólares y el Gobierno tiene recursos para hacer política social y distribuir, la gente tiende a pensar, en esta etapa, que las cosas andan bien. Y cuando las cosas andan bien, la gente apoya al gobierno de turno.
- De todas maneras, su opinión del cristinismo como expresión política es bastante negativa, ¿no es cierto?
-El cristinismo, como lo llama usted (yo prefiero llamarlo kirchnerismo, a secas), es una expresión política, en mi opinión, muy anticuada. Muy del tipo del PRI mexicano. Creen que han hecho una revolución y me parece que tienen vocación de convertirse en un partido hegemónico. Pero a mí me parece que ese tipo de experimentos políticos es de otra época. No va a tener éxito en esta etapa de la Argentina y de la humanidad. Yo diría que el kirchnerismo en general tiene grandes semejanzas con la experiencia de Chávez, y lo de Chávez para mí es una expresión muy anacrónica, un sistema político-ideológico muy primitivo y muy retrógrado.
MANO A MANO
Cuando uno le menciona la crisis de 2001, Cavallo oscila entre dos estados de ánimo. Hay un Cavallo que quiere mostrarse relajado –el que dice "estoy tranquilo, porque algún día seré reivindicado"– y otro Cavallo que no resiste obsesionarse con los detalles más mínimos. Así, cada vez que lee que "Cavallo estatizó la deuda privada en 1982", vuelve a escribir las razones por las cuales eso es incorrecto (dice que la estatización se decidió mucho después de su alejamiento del Banco Central). O, más recientemente, cuando el recuerdo de 2001 puso tanto énfasis en el "corralito", volvió a irritarse porque, insiste, el "corralito" era apenas una medida que limitaba la circulación de efectivo, pero no tocaba el valor de los ahorros. "El verdadero mazazo fueron la pesificación y la devaluación", escribió en su blog.
Ambos Cavallos son interesantes: el que se niega a dar por buena la impiadosa versión actual de la historia y, también, el que a veces se olvida de todo y se permite reflexionar sobre su vida y su carrera. Yo prefiero este segundo Cavallo, el que admite su derrota política e historiográfica (pero no ideológica) y melancólicamente espera una rehabilitación, mientras vive en el extranjero un poco en contra de su voluntad: me parece un personaje mucho más jugoso, casi trágico, que tendría una gran historia para contar si lograra sacudirse el hechizo y olvidar las viejas traiciones de 2001.
Como profesor, Cavallo habla el inglés fluido pero apedreado que tuvo siempre: rápido y bien construido pero absolutamente despreocupado por la fonética. En el recreo de una de sus clases, un lunes de este enero pasado, conversó con los alumnos y se lo notaba cómodo y accesible con ellos. "Me gusta mucho la actividad docente", dirá más tarde. "El contacto con los jóvenes me encanta."