Moyano no tuvo piedad
El mandato político de Cristina Fernández tiene plazo fijo de conclusión inexorable. Todo verdor termina agotándose, también el relacionado con los imperios del poder. Gobernada por fuertes emociones, la Presidenta volvió a ser presa estos días de uno de sus mecanismos proverbiales, el despecho. Por eso, estaba esta tarde en una granja de cerdos en la hasta hoy despreciada San Luis, mientras el corazón ardiente del sindicalismo peronista se amontonaba en Plaza de Mayo para evocar aquellos líderes de hace casi siete décadas.
La Presidenta volvió a ser presa estos días de uno de sus mecanismos proverbiales, el despecho
"Se dicen peronistas", los maltrató Hugo Antonio Moyano. Le habló cara a la cara a la señora Fernández: "Una sola persona no puede arreglar al país". Recordó el mítico abrazo Perón-Balbín en la residencia de Gaspar Campos en 1972. No tuvo piedad (¿por qué debería tenerla?) para con los Kirchner, esa riquísima familia sureña a la que describió como "exiliados" en la Patagonia durante el gobierno militar "para lucrar con la 1050". Es cierto: bajo la dictadura, Néstor Kirchner plantó los cimientos de su enorme fortuna en los años 70, explotando el negocio de las ejecuciones hipotecarias.
Pero Moyano jamás ignoró estos hechos durante su larga coalición con Kirchner. Kirchner por lo menos intentó hasta su muerte tener los pies dentro del plato, para evocar esa mítica y podológica metáfora peronista. Cristina, en cambio, siempre tuvo otros aires. Por eso dijo en público que durante los gobiernos de Perón no se reconoció el derecho de huelga. En sus tumbas, la saludaron –sorprendidos- difuntos paladines del antiperonismo, como Alfredo Palacios, Ricardo Balbín, Luciano Molinas, Alicia Moreau de Justo y Américo Ghioldi, entre otros. Ellos antes, como ella ahora, decían la verdad, pero por motivos muy diferentes. Por eso ahora saca afuera todo el desprecio contenido: estos son -apostrofó- "los que estaban debajo de la cama durante la dictadura". ¿Cómo desmentirlo?
No tuvo piedad para con los Kirchner, esa riquísima familia sureña a la que describió como "exiliados" en la Patagonia durante el gobierno militar
Disparó dos trompadas enormemente hirientes para el progresismo kirchnerista. Una de ellas: la economía argentina creció y se recuperó desde 2001 en adelante como parte de una tendencia favorable a escala mundial, pero "esto no es el milagro alemán...". De modo que el peronismo peronista mostró sus dientes en una bella tarde de invierno que olía a primavera. Absolutamente harta de la nerviosa altanería cristinista, la dirigencia sindical ortodoxa puso mucha carne sobre la parrilla. Otro misil doloroso para el "relato" oficial: ¿por qué no nacionalizan el Banco Hipotecario? Moyano sabía lo que decía y dónde duelen ciertas ampollas: el escritorio de Eduardo Elsztain queda sobre la Plaza de Mayo, a pocos metros del palco desde el que hablaba el camionero.
Una coalición ha terminado de morir. Fue armada, con su obsesiva pasión de maestro mayor de obras de la política de copamiento, por el ex presidente Kirchner. Cristina tenía otras ideas y las ha venido exhibiendo con su pasión devoradora por la beligerancia.
El Gobierno se manejó hoy como lo sabe hacer. A las 15, minutos antes de que comenzara a hablar Moyano, la Casa Rosada tenía puesto el cepo televisivo en estricta cadena para enjaular en una emisión igual, a las señales América 24, Canal 26, C5N y Crónica, además –desde ya- del Canal 7. Un gesto de imponente y acerada unanimidad mediática que le daría envidia a los "aló presidente" de Hugo Chávez.
El Gobierno se preparó para el discurso de Moyano con una maniobra previa de colosal ilegalidad: en su enésima cadena de TV, la señora Fernández anunció que retiraba a la Gendarmería de la custodia de todos los bienes provinciales y la policía de la zona metropolitana, "aunque me procesen los jueces". ¿Zona liberada?
La calle y la plaza como parámetro de gobernabilidad revelan la penosa pobreza institucional del país
Moyano capitaliza la indigencia pavorosa del régimen político argentino. Una vez más, como sucedió tantas veces en los últimos 40 años, se hace oficialismo u oposición dentro del peronismo. Aun cuando muchas de sus motivaciones son, por lo menos, materia de cierta suspicacia, el camionero pega duro y bien cuando, en su jerga simple, admite que desde una Casa Rosada poblada por politólogos esperpénticos y gerentes voraces, se ha tratado de urdir una nueva coalición. "Esos intelectuales que se creen que saben todo", los desmenuzó Moyano, haciendo restallar el látigo sobre uno de los juguetes centrales de esta década, esa "intelligentzia" armada y financiada por el kirchnerismo con los restos de los cuadros "político-militares" de los años setenta.
Moyano le sirve hoy a mucha gente, pero su recuperada notoriedad expresa algo más que su resiliencia evidente. Radiografía también la penuria del cuerpo político argentino, que una vez debe conjugar todo el circuito interno de los diferentes peronismos para tener inscripción en el debate en curso. Los 44 minutos de Moyano son también un documento de época. Sus palabras y su veredicto ("Cristina se va en 2015, yo en cambio me quedo") manifiestan la inexorable terminación de un ciclo.
Es una época que se extenderá por un tiempo, pero en cuyo transcurso hay un riesgo enorme y muy ominoso. Si la presidenta Fernández no abandona su emotividad casi desaforada y su autoreferencialidad obsesiva, la Argentina podría volver a visitar caminos de los 70. La calle y la plaza como parámetro de gobernabilidad revelan la penosa pobreza institucional del país.
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