Montaigne como ícono de la libertad
Este mes se cumplirá el 70° aniversario del suicidio de Stefan Zweig en Brasil, desesperado ante el avance arrollador del nazismo en la vieja Europa. Dejó un ensayo inconcluso, titulado simplemente Montaigne , en homenaje al humanista francés. La muerte del escritor vienés en 1942 fue el fin de un tiempo en el cual vivió como un testigo privilegiado. Gran Bretaña estaba destrozada, la Unión Soviética invadida, con tres millones de sus soldados prisioneros, y los Estados Unidos demasiado preocupados en echar a los japoneses del Pacífico.
Exactamente un año después de su muerte la suerte cambiaba para los aliados. En primer lugar por la batalla de Stalingrado, que estranguló toda ambición de Hitler, y luego por el reequipamiento de la aviación británica. En su libro El mundo de ayer , recordaba Zweig la larga etapa histórica, destrozada por la Primera Guerra Mundial, en la cual los relojes funcionaban con la lentitud del tiempo de esplendor y "no se podía hacer ruido en la casa, había que subir las escaleras a pie juntillas porque el silencio era una obligación familiar".
Su padre, un rico empresario textil de 45 años de edad (la edad del Gatopardo en la novela y en la película) que recibía de visita a Brahms, a escritores y a pintores reconocidos en la capital del Imperio Austro-húngaro, ya era un hombre excesivamente maduro y reposado.
Después de su muerte, Zweig comenzó a ser olvidado y sus libros, archivados. Pero antes de su desgracia, antes de pasar por Buenos Aires y tratar con escritores e intelectuales para trasladarse después a una población cerca de Río de Janeiro donde se autoeliminó junto a su segunda mujer, se lo definía como un talento, capaz de abordar investigaciones sobre Fouché, María Estuardo, María Antonieta, Magallanes.
Doctor en filosofía, antibelicista, Zweig era amigo e intercambiaba correspondencia con Freud, Herman Hesse, Thoman Mann, Romain Rolland, Máximo Gorki, Rainer María Rilke. Sus libros habían sido prohibidos en Alemania en 1938. La analista de la realidad y docente universitaria Hannah Arendt, a quien los nazis apresaron en París pero luego logró emigrar a los Estados Unidos, fue, sin embargo, una crítica feroz de Zweig poco después de su desaparición. Lo acusó de cobardía, de falta de compromiso político, de haber sido un intelectual purista y de haber acudido a mendigar a Richard Strauss, amigo de Goebbels, que estrenara el argumento de un ópera que concluyó en fracaso.
Zweig no le dio un toque final a su Montaigne . Pero ¿por qué eligió a Montaigne en medio de su atormentado e insatisfactorio exilio en el trópico?
Todo indica que Zweig planteó la necesidad del surgimiento de un nuevo Montaigne, quien se erigiría como el ícono de la libertad contra todo tipo de abuso y autoritarismo, de rebelión contra la ortodoxia y enfrentado a los límites y a las órdenes que coartaban el pensamiento y la acción de los hombres.
En sus Ensayos , cuyo legado dejó en su vejez prematura (aunque larga en ese siglo) a una admiradora tan joven como la menor de sus hijas, Montaigne escribió: «La cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo. Entre las artes, empecemos por el arte que nos hace libres". Y agregó: «No hay deseo más natural que el del conocimiento. Los hombres ensayamos todos los medios que a ello nos pueden llevar».
A lo largo de su vida, católicos y hugonotes (protestantes franceses) se mataban en continuas guerras, enfrentamientos sin piedad que tuvieron un desenlace en la Noche de San Bartolomé, cuando fueron asesinados más de 10.000 ciudadanos hugonotes. Una masacre que ingresó en la historia como un momento de oscuridad total.
Sin embargo, Montaigne, católico, pero con una madre que descendía, aunque en parte, de judíos conversos de Zaragoza, sólo creía en el diálogo, en la templanza y en la tolerancia. Odiaba a los dictadores del espíritu; fue un admirador de la práctica de la libertad de pensamiento.
A los 48 años, hombre rico, después de vivir encerrado en su castillo más de 10 años, emprendió un largo viaje de 17 meses que lo llevó a gran parte de Francia, Suiza e Italia. "El placer -consideró- está en la búsqueda, no en el hallazgo. Mi oficio y mi deseo es vivir." Rodeado de libros, no creía en ellos, ni en las doctrinas cerradas. En aquel recorrido se deleitó comiendo y conviviendo con calvinistas, protestantes y monjes benedictinos. Participó de una ceremonia de circuncisión, invitado por una familia judía y oró en una sinagoga.
Montaigne murió a los 59 años. Cumplió en su última etapa el papel de conciliador en tres oportunidades, con un logro final, entre un rey católico, Enrique III, y Enrique de Navarra, hugonote, quien ascendió al trono como Enrique IV.
© La Nacion
El autor es periodista especializado en economía y licenciado en Historia
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