Monstruos de laboratorio político
Después de fagocitarse unos a otros, los dirigentes peronistas enfrentan, con las PASO, la amenaza a su supervivencia política
El peronismo no encontró la forma de evitar las consecuencias devastadoras de la atracción magnética de Cristina Kirchner. Cuanto mayor es la proximidad a ella, menores son las chances de supervivencia política. La ex presidenta atrae, deglute y destruye cualquier astro cercano, a causa de su propia fuerza gravitatoria. Los dirigentes que han podido sobrevivir, crecer y, en consecuencia, generar su propia fuerza de gravedad fueron aquellos que entendieron a tiempo que era necesario alejarse de esa órbita letal.
Sergio Massa fue uno de los primeros en descubrir esa particularidad de la física política. Nada que no haya observado antes Stephen Hawking: cuando las estrellas supermasivas colapsan, se convierten en agujeros negros que devoran todo lo que tienen cerca.
Presenciamos ahora el resurgimiento de Florencio Randazzo, que, más allá del resultado de las PASO, acaba de posicionarse como un dirigente con chances de liderar un espacio en el peronismo. O, tal vez, el mismísimo Partido Justicialista, que Cristina le dejó servido en bandeja. Randazzo se pasea por su nuevo palacio, algo derruido, es cierto, como un hombre modesto que acaba de recibir una herencia inesperada de un tío lejano sin descendencia. Pisa la alfombra roja descolorida, sopla el polvo añoso que cubre el busto del general y endereza el retrato de Evita. Escudriña la caja fuerte entreabierta y comprueba que está vacía. Pero es un hombre afortunado: sabe que, además del palacio, pronto recibirá el jugoso cheque que le corresponde en concepto de fondos de campaña. Qué más puede pedir. Satisfecho, escribe su nombre sobre la capa de tierra de un viejo afiche de Cristina y Boudou. Ganó la pulseada.
En el polo opuesto, a la intemperie, vemos a Scioli como el más patético símbolo de la capacidad letal de ese agujero negro en el que se convirtió Cristina Kirchner. Muerto en vida, expulsado de palacio, casi sin un techo que lo cobije, descendió del podio de los presidenciables a un intrascendente lugar en la Cámara de Diputados. Quedó detrás de una cuaterna de desconocidos. Finalmente, y tras el escándalo que protagonizó, Scioli terminó en una situación embarazosa, por así decirlo, y quedó al borde de abortar su carrera política.
Se ha dicho acertadamente que Cristina Kirchner es hoy la más fiel alumna de Durán Barba. Al menos, tienen algo en común: ambos juegan para sí mismos. Hay algunos metamensajes que deberían tenerse en cuenta. Por ejemplo, la ropa de Cristina en el acto de Arsenal. No apareció con su típico atavío monárquico, sino con un sencillo suéter, un pañuelo al cuello y un jean: un look entre hippie chic y docente universitaria psicobolche. Y es que, en rigor, apunta hacia ese pequeño enclave: el minúsculo sector de la clase media "preparada", progresista y biempensante. Ese núcleo que el peronismo ortodoxo (y no tanto) siempre caracterizó como "gorila de izquierda" y, luego de 2001, el propio kirchnerismo tildó de "clasemediero". Nada que provoque asombro. El año pasado los pudimos ver caceroleando cuando convocaron a un "ruidazo" para evitar la palabra maldita: cacerolazo.
En el acto, la aspirante a senadora no se mostró virulenta, aunque admitió que no le sale eso de "poner cara de buenita", por mucho que se esforzara en enseñarle Andrea del Boca. Decidió esconder la vieja armada Brancaleone. Empezó por los más impresentables: D'Elía, Esteche y Boudou, y siguió con los que eran su antiguo orgullo: Di Tullio, Kunkel, Larroque y todo el camporismo explícito. Una vez más, vemos el poder letal de Cristina: acaba de sacrificar a sus propios hijos políticos. El apotegma maoísta que solía repetir Néstor por dictado de Carlos Zannini, "Que florezcan mil flores", nunca fue más que una promesa vana como la que el General le prodigó a la juventud maravillosa. No existe posibilidad de que pueda surgir un solo dirigente de peso a la sombra de alguien que lleve el apellido Kirchner. Después del propio Perón, no surgió nadie más personalista que Cristina Fernández.
Así, a la luz de las listas de candidatos, Cristina acaba de echar de la plaza a sus envejecidos imberbes y presentó a sus flamantes lampiños. Los primeros lugares los ocupan caras nuevas y nombres desconocidos: "duranbarbismo" puro.
Cristina ya había convertido a las Madres de Plaza de Mayo en mamushkas rusas: las partió por la mitad y dentro de ellas escondió a los indigeribles: Schocklender, Milani, Guillermo Moreno, Berni, y a toda la "derecha". Una vez que usó y liquidó todo el prestigio de Madres y Abuelas, decidió, también, dejarlas en el camino y literalmente quebradas. Hoy tienen que dar cuenta ante la Justicia de los actos de corrupción que el kirchnerismo llevó a cabo a través de ellas, sus instituciones, sus universidades y hasta sus empresas constructoras.
Finalmente, se develó el misterio: ya sabemos quiénes serán los candidatos que competirán en las PASO. Randazzo puede ser un nuevo Massa o un viejo Sabbatella. Por lo pronto, el efecto de Massa y de Randazzo sobre Cristina será el mismo: horadarle el sustento electoral, como lo hizo Sabbatella en 2009, cuando le quitó al kirchnerismo cinco puntos vitales. Aunque Randazzo y Sabbatella son muy distintos. Sabbatella, formado en el Partido Comunista, prefirió participar como un huésped parasitario alojado en el cerebro del poder. Randazzo, en cambio, hombre de pura cepa peronista, no se conforma con un lugar a la sombra de Cristina. Quiere, con justo derecho, la posibilidad de construir el poder que ella le arrebató en el pasado.
Suele compararse la política con el ajedrez. La analogía resulta ciertamente tentadora: dos jugadores que se disputan el control de un territorio mediante piezas de diferente valor y cualidades. Sin embargo, el ajedrez tiene un simbolismo bélico y una dinámica monárquica que, por una parte, lo acercan y, por otra, lo alejan de la política moderna. La gran diferencia se cifra en el grado de predicción y control de las pujas políticas. Las PASO, tan discutidas, fueron creadas por el mismo kirchnerismo que ideó las listas testimoniales. Es decir, nacieron con una intención originaria que ahora se volvió en contra de su propio creador. Una historia que ya había concebido Mary Shelley en 1816, cuando escribió su monumental obra Frankenstein, un Prometeo moderno. Historia que, casualmente, hoy deberá reescribir el oficialismo.
Éste es un país de dirigentes poco generosos, por no decir mezquinos. Los líderes justicialistas no han querido formar una nueva dirigencia; al contrario, han usado a los jóvenes como plataforma o, peor, como carne de cañón en la década de los setenta. Eduardo Duhalde surgió en oposición a Carlos Menem, de quien fue vicepresidente. Hemos visto cómo, después de fagocitarse a De la Rúa, el peronismo devoró en brochette cuatro presidentes. Néstor Kirchner pagó con la traición a Duhalde, que lo había ungido en el poder con su índice arbitrario, y luego al propio Menem, que le había concedido los 600 millones de dólares de las regalías con los que construyó primero poder y luego patrimonio personal.
Es éste, en fin, un país que lleva el tenebroso estigma de Frankenstein. La propia Cristina Kirchner fue levantada de su sepulcro político por el actual gobierno. Algunos creen que el monstruo resucitado puede ser manejado a voluntad por el creador. Pero la literatura nos enseña cuál suele ser el final de los científicos que osan creerse dioses.