Monarca que huye sirve para otro reinado
En esta etapa embrionaria, la tan temida Inteligencia Artificial todavía “refleja el pensamiento de quien interactúa con ella y le sigue la corriente; sabe ser todo para todos, como san Pablo, y tiene olfato para calar a su interlocutor”, refiere Fernando Savater. El filósofo cita al profesor Terrence Sejnowski, uno de los científicos más premiados del mundo, y asegura que cuando los españoles le preguntan algo de política al famoso ChatGPT, este programa informático “les responde siempre con voluntarioso izquierdismo: loas a Lenin y al Che, diatribas contra Franco y Pinochet, viva Biden y muera Trump, etcétera. Como es una máquina, reconoce y cataloga el mecanismo que tiene enfrente y lo adopta como disfraz”. Sugiere entonces Savater que en España la izquierda ha ganado la batalla del inconsciente colectivo y ha consolidado una hegemonía cultural. No sé si exagera o tiene razón, pero lo cierto es que si las mismas preguntas se le formularan al ChatGPT en la Argentina, seguramente las respuestas dispararían por default una muestra del frondoso argumentario peronista. La idea de que solo el justicialismo puede prodigar justicia social, aun después de tanta devastación sostenida y comprobada, permanece en el subconsciente argento, y evidencia que aquí la hegemonía cultural la fue ganando el Movimiento de Perón. Es por eso que aun para sectores contrarios a esta doctrina camaleónica, cuestionar su modelo de raíz sigue constituyendo una herejía. Esa obediencia instintiva hubiera puesto orgulloso a Arturo Jauretche, que hace sesenta años luchó con su magistral pluma para derrotar el “modelo sarmientino” y confeccionó para la militancia un hábil vademécum lleno de picardías criollas y falacias nacionalistas. Jauretche sigue siendo el escritor de cabecera de Cristina Kirchner, pero cuando la dama enfrenta una eventualidad real siempre recurre a las obras completas del peronismo, un manual más amplio y coral que ofrece relatos y jugarretas para cada aprieto histórico. De allí surgió la ocurrencia de esta “proscripción”, que es más falsa que billete de Monopoly, pero que resuena en el “alma peronista” y permite una narrativa épica para lo que simplemente es la rápida defección ante una posible derrota: monarca que huye sirve para otro reinado. Es plausible también que con esa misma cronología peronista sobre la mesa, la arquitecta egipcia haya examinado la difícil experiencia de 2002 y 2003, cuando este país explotó económica y socialmente, y el sistema de partidos políticos acompañó esa debacle con una tensa fragmentación. En aquel entonces Menem ganó con 24 puntos, Kirchner sacó 22 y López Murphy superó los 16. El riojano se dio cuenta entonces de que en un ballottage todo el antimenemismo –incluidos los liberales más institucionalistas- votarían por su principal oponente, y que por lo tanto debía retirarse de inmediato y dejarlo en la cancha con un número raquítico y peligroso. Es dable conjeturar que para la Pasionaria del Calafate algo parecido podría suceder en el próximo duelo electoral. Menem fue aquella vez la cara del fracaso y pasó al ostracismo, y es por eso que ella elude porfiadamente ese destino de mascarón del naufragio, renunciando a toda postulación. Pero no se priva al mismo tiempo de desnutrir a su sucesor, como Menem le enseñó tan bien; en esta oportunidad, inventando su carácter de prohibida y tratando de impugnar por lo tanto cualquier resultado que arrojen las urnas: Frondizi e Illia fueron presidentes, pero Perón estaba proscripto de verdad, y en consecuencia carecían de legitimidad y cayeron por su propio peso. Dicho sea de paso: fueron destituidos también con una ayudita de los peronistas, conniventes con aquellos golpes militares. Esa última parte de la historia, afortunadamente, no resulta extrapolable al presente, pero la lección general sí que lo es.
El traumático fin de ciclo menemista se cargó la palabra “mercado”; el notable ocaso de este neopopulismo feudal se está cargando la palabra “Estado”. Tanto mercado como Estado son conceptos virtuosos, y pueden convivir armoniosamente en la mayoría de los países prósperos, pero el peronismo los extremó dos veces con la fe de los conversos, machacó demasiado con ellos y los malversó, y al derrapar se los lleva consigo al fondo del océano: el argentino va de un extremo a otro como una bola de demolición, destruyendo en su vaivén todo a su paso. Menem era el rostro del mercado, Cristina es el rostro del “Estado presente”, que terminó ausente, fundido e ineficaz. Frente a todos estos problemas, y al hecho irreductible de que quien gane deberá ajustar y hacer doler para terminar con tanto dolor, la jefa le escapa a la jeringa y modula un grito inaudible: “Yo no fui”. No se hace cargo del gran desaguisado provocado por su regente, Alberto Fernández, que seguía sus órdenes directas; tampoco reconoce que monitoreó paso a paso las principales políticas del cuarto gobierno kirchnerista, ni que autorizó y volteó a Martín Guzmán, ni que respaldó las políticas “neoliberales” de Massa –aunque lo disculpa y elogia su carácter de “mago”: su magia está a la vista-, y por supuesto, jamás escuchó las sugerencias de Axel Kicillof, que luego de aconsejar sistemáticamente extravagancias desde afuera, mira el esperpento de su propia obra y se aparta de ella con desesperación reclamando un urgente desdoblamiento de los comicios bonaerenses. Para no olvidar: si era el Frente de Todos, fracasaron todos y cada uno. Nadie se salva solo, compañeros.
A diferencia del sonoro colapso de 2002, asistimos hoy a una gangrena muda, prolongada e implacable. Traducido a términos clínicos: nos acontece la muerte de múltiples tejidos sociales a causa de una herida seguida de infección y putrefacción. La gangrena nos hunde en una letal duermevela donde ya no podemos dimensionar las últimas noticias: la inflación se dirige velozmente al 9 por ciento mensual, un tercio de los niños y adolescentes está sufriendo el hambre más urgente, cada vez más familias de clase media precisan apoyo estatal para alimentar y criar a sus hijos, la deuda pública aumentó en un año el equivalente a casi 22.000 millones de dólares y en apenas un mes el Banco Central asistió al Gobierno en más de 400 mil millones de pesos; el crucial índice de la construcción se derrumba a niveles pandémicos y avanzamos a una recesión honda o a un accidente macroeconómico, y mientras tanto el oficialismo poda las jubilaciones y los neocamporistas buscan emplear más militantes en las oficinas del PAMI. Durante la gangrena baja la presión arterial y sube la fiebre, y todo deriva hacia un estado de aturdimiento y confusión. La gangrena no conduce precisamente a la lucidez. Es evidente que no creen los votantes de la Gran Confederación de Feudos Peronistas que su barones y mandarines tengan la culpa de toda esta tragedia nacional. Es por eso que siguen los triunfos locales de algunos de sus caciques más rancios, que respaldaron de lejos y a cambio de fondos esta hecatombe, pero que también huyen de ella como de la lepra. En algunos de esos pagos se cumple el sueño kirchnerista: se ha cruzado el punto de no retorno, y ya es imposible para la oposición dejar de ser un mero sparring en esa cancha inclinada que, vista de cerca, forma todo un régimen de partido único; el estatismo consolidado y prebendario ha logrado allí la obediencia ciega de los empresarios, el clientelismo se extendió hasta colonizarlos a todos y a todas, los jueces responden a quienes los nombraron y el periodismo independiente brilla por su ausencia. Esa fue siempre la intención última de la dinastía Kirchner –adoratriz sin ambages del principado de Formosa y de su soberano-, pero la sociedad abierta le fue indócil. Si con semejante montaña de pruebas acerca de la mala praxis del kirchnerismo y del agotamiento total de una forma de gobernar aún puede renovar a fin de año su gestión en el sillón de Rivadavia, habrá que colegir tristemente que la Argentina cruzó un nuevo punto de no retorno, y que el ChatGPT se quedó corto: consolidaron una mentalidad y ésta es impermeable incluso a los datos más catastróficos. Pero al cierre de esta edición, todavía esa posibilidad no suena verosímil. Y Cristina lo sabe.