Molino
Solitaria, al fondo de un terreno despojado, una torre enigmática conserva su garbo estético y llama la atención de quien circula por Pedragosa Sierra, la coqueta avenida gastronómica de Punta del Este, en la zona de Beverly Hills.
Cien años atrás, ese enclave conocido como el Molino Giot, era el epicentro de una intensa vida social y cultural que tan bien refleja el escritor y curador Juan Álvarez Márquez en André de Badet, el príncipe del Jagüel, libro encantador y profusamente ilustrado que nos transporta a aquella época en la que este personaje multifacético y sensible nacido en Francia promovía una intensa vida social y artística en la península esteña, con presencias internacionales que lo frecuentaban del porte de Josephine Baker y Vaslav Nijinsky.
Al arquitecto francés Eduardo Le Monnier, que levantó en Buenos Aires el palacio Bencich y el edificio de la Nunciatura, en la avenida Alvear, se le debe la invención del Molino Giot. Del esplendor inicial pasó por distintas vidas: fue lugar de esparcimiento nocturno, luego abandonado, hasta intrusado y sus paredes grafiteadas. Ahora un ambicioso emprendimiento inmobiliario, que construirá cuatro torres a su alrededor, promete revitalizarlo.