Homenaje a Christofredo Jakob, padre de la neurociencia en la Argentina
La historia de una disciplina no está solo determinada por las personas que la ejercen, mas ellas calan profundamente en el contexto que le dio la vida. Y al hablar de neurociencia, los paradigmas se sumergen confundidos y apenas en la superficie nos relatan particularidades de este nuevo modo de hacer, ver y sentir a la ciencia, pues en la sinergia de ideas, preguntas y asociaciones, comprender cómo logramos ser y cuál fue el camino neuroevolutivo, requirió de mucho más que solo buenas conjeturas. Y hace más de cien años algunos levantaron en hombros la necesidad de explicaciones a la pregunta fundamental de la existencia: ¿Quiénes somos?
Hacia finales del Siglo XIX, profesionales médicos, naturalistas, nacientes psicólogos entre muchos y entre todos, cimentaron lo que hoy llamamos neurociencia, laberinto al que la mayoría de académicos no quiere siquiera dar una pisada. ¿Razones? Principalmente lo que contiene esa pregunta. Sea como sea, eppur si muove, y la manzana cae en el momento preciso, en el lugar preciso, porque en la historia de la ciencia algunas frases nos vuelvan los sesos con su osadía, y se convierten en momentos fundacionales.
"¿Mono por parte de padre o de madre?" le preguntó el obispo Samuel Wilberforce a Thomas Huxley (1825-1895) en las postrimerías del acalorado debate de 1860. La publicación de El origen de las especies de Charles Darwin (1809-1882) había promovido esta exposición en el Museo Universitario de Historia Natural de Oxford. La respuesta del biólogo, palabras más palabras menos, fue en los mismos términos de la pregunta: "Prefiero descender de un pobre mono antes que de un obtuso como usted que intenta silenciar, mediante un ejercicio de autoridad, el avance del conocimiento." Hasta el momento en que Darwin nos legara su teoría, hasta ese momento las campanas celestiales esparcían en eco argumentos creacionistas. Pero este tiempo en particular fue diferente, objetivamente el naturalista solo había subido al barco observaciones sobre cosas, animales y entornos concretos, pero no solo nos otorgó la explicación evolutiva mejor contada que revolucionaría la historia, sino que también nos aleccionó con su aguda intuición y sabiduría al recurrir al condimento fundamental de la ciencia: la duda, para atreverse a cuestionarlo todo.
Años más tarde, Camillo Golgi (1834- 1926) y Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), se enfrentaron también a duelo discursivo en la ceremonia de entrega del premio Nobel en el año 1906. Golgi defendía la teoría reticular, el cerebro como una trama nerviosa interconectada. Cajal defendía su teoría neuronal, la neurona como el elemento individual que conecta el cerebro. Sin embargo, no pudieron escaparle a los axiomas biológicos que nos hace una especie: el ser humano como ser social que se vale de las experiencias de sus pares para aprender. Cajal utilizó el método de tinción creado por Golgi para descubrir la neurona. Habían trabajado en equipo. Mientras tanto, Charles Sherrintong (1857-1952) los unía para siempre con puntadas y nudos en su tejido magistral: la sinapsis.
Europa ebullía transformando los conocimientos y los paradigmas. Y en esa misa transición de centurias, desde el otro lado del océano, el impulso de crecimiento científico nacional del Dr. Domingo Cabred (1859-1929) y la necesidad de los aprendizajes decimonónicos europeos, permitió un giro aristotélico en la historia de la ciencia argentina.
El 17 de Julio de 1899 llegaba al país el Dr. Christofredo Jakob (1866-1956), y con él sus innovaciones en manuales y láminas de anatomía y fisiología que durante décadas formarían a los médicos y especialistas europeos, imprimiéndose también en la enseñanza universitaria nacional. Destacado médico de la comunidad científica alemana, naturalizado argentino por su compromiso con nuestra tierra, fundó el primer laboratorio de investigación patológica en el Hospicio de la Mercedes (hoy Hospital Borda de la ciudad de Buenos Aires) y comenzó una de sus tareas monumentales en técnica de autopsias y metodología de investigación de avanzada, conjuntamente en el Hospital de Alienadas (actual Hospital Moyano).
Apasionado por el psiquismo, de mente profunda y asociativa, experto en filogenia y aprendiz perenne de la ontogenia humana, dio a conocer al mundo en el Congreso Internacional de Ciencia de 1911 uno de los principios fundadores de la neurociencia moderna: Hambre y amor emiten desde la corteza límbica sus imperativos categóricos. Así, el corazón, sublime guardián de los sentimientos humanos tal la teoría cardiocéntrica, fue destronado por el genio de este neurobiólogo, y con ello cambió para siempre nuestra concepción de la vida emocional, perpetuando el descubrimiento del cerebro visceral en la tinta del Atlas del cerebro de los mamíferos de la República Argentina (1913), poniendo en jaque las concepciones dualistas e improntando las neurociencias para el beneficio de la humanidad.
En su rol de Profesor, con un objetivo claro, se valió de su don artístico en el dibujo para enriquecer sus clases, facilitando la enseñanza y el aprendizaje de cada uno de los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de La Plata que aprendían del maestro y su escuela germano-argentina, para abrirse camino en los misteriosos entramados nerviosos del cerebro, siendo los cortes de Jakob una metodología usada incluso en tiempos actuales. Dirigió las tesis de los principales protagonistas de la salud mental y medicina del país, lideró equipos y laboratorios abriendo sus puertas para aquellos que con compromiso y disciplina dedicaban el altruista interés por comprender las patologías y durante décadas de tareas sin igual posicionó y engrandeció las mentes nacionales, lo que elevó la metodología científica con sello propio.
En su afán y esmero de comprender al ser humano, fue el primer profesor en introducir e impulsar la biología en las carreas psicológicas: Si la psicología quiere ser una verdadera ciencia del alma y del espíritu, que tiene por objeto el estudio completo evolutivo de las funciones supremas del organismo en los individuos y colectividades humanas y animales, y si esos fenómenos son, como hoy no podemos dudar más, elaboraciones de los aparatos nerviosos centrales, entonces tiene la psicología -si no quiere limitarse a una simple constatación, descripción y catalogación de los fenómenos psíquicos aislados de su base natural- forzosamente que hacer entrar en su campo de trabajo el estudio de las relaciones causales entre esos fenómenos y su mecanismo productor; debiendo resultar finalmente todas esas funciones como consecuencias lógicas del plan estructural y biodinámico de la materia en su representación más noble.
Porque si en épocas pasadas la filosofía ha podido, con sublime ignorancia y ciego orgullo, despreciar esa materia gris como algo inferior y detestable en comparación con anima et intellectus, hoy tenemos que dejar aparte esa conducta infantil, y debemos, como hombre maduros, mirar y aceptar los hechos no como los desearíamos, sino así como ellos son.
Psicología moderna
Al edificio magnífico de la psicología moderna, al cual agregan manos entusiastas piso sobre piso -para que no caiga en la misma suerte de tantos sistemas anteriores fracasados- hemos de dar las bases orgánicas que recién garanten su sustentación definitiva, y a medida que crece en lo alto, debemos también extender, profundizando, sus fundamentos.
No una psicología en el aire de la fantasía, sino una en la tierra firme de los estudios biológicos modernos, debe ser nuestro ideal. Y si existiesen para esos estudios psicológicos-orgánicos grandísimas dificultades y obscuridades insuperables todavía, eso no debe ser sino un estímulo más para el espíritu humano, para quien las dificultades existen para vencerlas.
Monista innato, de intuición insondable, explicó el psiquismo y las pasiones humanas con pragmatismo singular, mostrando, desde los primeros años del Siglo XX, cómo se elaboran los fenómenos psíquicos en individualísimas entonaciones, escribiendo la metáfora de la isla: un macizo en el océano de cuya superficie apenas asoma lo consciente, esa suprema manifestación del psiquis humano nace directamente de las fuentes genuinas neuroplasmáticas y sus ritmos seriados... pensar es vivir intensamente, es la elaboración sintetizante de lo pasado con lo presente para proyectarlo hacia lo futuro en provecho de individuo y especie.
Quien lea su bibliografía dudará por un momento si fue posible que lo escribiera hace más de cien años. Originalidad y adelantos, la obra de don Christofredo anuncia y denuncia los enunciados neurocientíficos con irrefutables argumentos y comprobaciones: la naturaleza senso-motriz de los estratos fundamentales de la corteza; la simbiosis de Arqui, Paleo y Neonencéfalo y sus homónimos sistemas neuronales; el período sensomotriz y el surgimiento del pensamiento simbólico en la niñez; el origen de la consciencia; los elementos histológicos y del bioquimismo; las neurosis y psicopatologías diferenciadas, entre otros axiomas inalienables. Su legado desborda sabiduría en más de 250 publicaciones entre artículos y libros como La leyenda de los lóbulos frontales (1906), Los problemas biogenéticos en sus relaciones con la filosofía moderna (1913), DeI tropismo a la teoría general de la relatividad (1921), Elementos de neurobiología (1923), El espíritu de la música (1926), La religión de la naturaleza y el porvenir del hombre (1930), Sobre el origen de la conciencia (1935), La definición científica de la vida (1938), La significación neurobiológica y clínica de la cuantificación de los sistemas cerebrales (1947), y la Folia Neurobiológica Argentina (1939-1946, 3 Atlas y 5 Tomos), la ilustración de un maestro inspirador que logró y cimentó una neurociencia de vanguardia.
En los hombros de gigantes, habló de Ramón y Cajal, revisó a Kant, desmenuzó el error de Descartes, decodificó a Einstein, se deleitó con Wagner y se opuso con vehemencia y sólidos argumentos a la pseudopsicología dominante. Escudriñando constantemente en los problemas actuales de las disciplinas, su mayéutica es genialidad. El planteo de preguntas en cada uno de sus textos reflexivos, hipotéticos y teóricos, conjugando diferentes saberes en medicina, música, zoología, botánica, idiomas, geografía, psicología, historia y más, lo dio a conocer con un inigualable estilo narrativo que inmortaliza su tinta y se incrusta en la neurociencia moderna con guiños perspicaces de su grandeza para el porvenir, pues maestro no es solo quien enseña e instruye, sino quien sobre todo inspira.
Así, su vida y obra le valieron el Premio Eduardo L. Holmberg, siendo las palabras del Dr. E. Herrero Ducloux en la ceremonia de entrega de 1944, una ilustración de su papel en la historia de la ciencia argentina: "En esta ocasión la excepcional mención, instituida por la Municipalidad de la Capital Federal para honrar la memoria de uno de sus hijos más ilustres, se la ha discernido a un sabio y a un maestro: el doctor Christofredo Jakob. Y es tan eminente su figura en nuestro mundo científico que, aunque valioso, el galardón no tiene el carácter de estímulo ni el de recompensa: es expresión categórica de reconocimiento."
En tiempos modernos de neurociencias, hemos madurado, asimilado y aprendido la irrefutable necesidad de trabajo científico en lo que se denominan redes de conocimientos, porque en sí mismas ellas son la naturaleza de la vida. Lejos de expresión metafórica, las neurociencias son el resultado de este principio: un hombre solo es incapaz de hacer nada, en definitiva todas las informaciones son acertadas, pues sin un error de cálculo precedente no existiría la certeza. Tantos nombres en la humanidad, y las disciplinas que conforman las neurociencias convergen para el tratamiento de la complejidad; empero la subjetividad radical en cuanto a la opinión sobre los actores y las modas acaban acuñando conceptualizaciones y las descontextualizan, por lo que me afirmo a la convicción de que el conocimiento de nuestro cerebro es obsoleto sin el procesamiento correcto para el objetivo final: comprender lo que sabemos, ya que si no sabemos lo que estamos buscando, no entendemos lo que encontramos. Y don Christofredo lo entendió.
En él, la irreversibilidad del tiempo se transforma en un artilugio matemático frente al instante infinito de la neurociencia en Argentina que nos legó este noble, sabio y dedicado neurobiólogo. Por todo ello, en la misma fecha de su llegada a nuestra patria hoy conmemoramos el Día del Neurocientífico Argentino, para que todos y cada uno de los dedicados en esta apasionante disciplina, honremos el fuego por la neurociencia deseando que nunca se apague la tea que el Dr. Christofredo Jakob encendió hace más de cien años para el espíritu humano, para quien las dificultades solo existen para vencerlas.